Jenofonte (Despertar poético)

¿Qué es la poesía?, en la peculiaridad de la palabra está inmersa la belleza, la sola palabra evoca al pensamiento sublime, evoca a las emociones puestas al límite, es la creación de lo excelso a través del alma y plasmado en palabras. La poesía es la manifestación de la belleza, es el lirismo que suscita la cualidad de hermoso, como hermoso es el cielo, como hermosa es la tierra, como hermosa eres tú. La poesía es hermosa aún en la tristeza:

Duerme, duerme dueño mío,

Sin zozobra, sin temor,

Aunque no se duerma mi alma,

Aunque no descanse yo… Gritará Mistral.

Nada seduce más a la mujer que lo desconocido, ama la aventura, Kierkegaard, en un arrebato de timidez social se explaya en un frenesí de pasión, poesía humana, profunda y cercana a la perfección del ojo femenino, “Unas veces él era tan espiritual, que yo, como mujer, me sentía anonadada, otras tan impetuoso, apasionado y seductor que casi temblaba ante él. A veces parecía que yo le resultaba extraña, mientras en otro momento se abandonaba por completo en mis brazos; pero luego, al abrazarlo, de repente desaparecía completamente y yo abrazaba simplemente unas nubes”. Así de contundente es el diario de un seductor, así la mujer se siente extraña, sin la seguridad del amor, así luchará por volver a sentir la sensación de abrazar lo inabarcable, así la poesía expresa lo sublime.

Las almas sensibles no deberían leer poesía, las almas sensibles deberían ser la poesía, de ellas nace, en ellas muere, en ellas vive. Dostoievski, el escritor maldito, abrumado y pobre, que hizo nacer a la Rusia literaria al mundo, pobre de dinero, maldito por su condena en Siberia, destino que le dio experiencia, que lo marcó para siempre, para bien de nosotros los avergonzados ante el genio del maestro, loamos a los dioses nos lo trajeran de regreso, y los dioses nos dejaron su obra, Dostoievski era un alma sensible, al grado de gritar que Pushkin era un genio que lo hacía llorar con su poema “Pobre caballero”, eso solo eran recuerdos de días adversos, cuando el destino se ensañaba y Dostoievski luchaba por aferrarse a la vida como las lapas a su nodriza, y la vida le enseñaba el camino, lo hacía fuerte ante la adversidad, le hacía nacer el genio, lo elevó a lo sublime, y aún hoy, ciento noventa y siete años, seguimos sufriendo su pena, seguimos disfrutando su recomendación y vamos y buscamos afanosamente para ver con nuestros ojos, lo que sus ojos veían, leer  con nuestra mente, lo que su mente leía, y sentir en nuestra alma, el tormento de una buena poesía, Pushkin decía:

Era un pobre caballero,

Silencioso, sencillo,

De rostro severo y pálido,

De alma osada y franca.

Tuvo una visión,

Una visión maravillosa,

Que grabó en su corazón;

Apartaba sus ojos de las mujeres,

Y ya hasta la tumba,

No volvió a hablar a ninguna.

Púsose un rosario en el cuello,

Como una insignia,

Y jamás levantó ante nadie,

La visera de acero de su casco.

Lleno de un puro amor,

Fiel a su dulce visión, escribió con su sangre;

A.M.D. sobre su escudo.

Y en los desiertos de Palestina,

Mientras entre las rocas

Los paladines corrían al combate,

Invocando el nombre de su dama,

Él gritaba con exaltación feroz:

¡Lumen coeli, Sancta Rosa!

Y como un rayo, su ímpetu,

Fulminaba a los musulmanes,

De regreso a su castillo lejano,

Vivió severamente como un recluso,

Siempre silencioso, siempre triste,

Muriendo por fin demente.

 

¡Ah, que tristeza!, diría Dostoievski, tratando de imaginar la pena de aquél hombre que como Kierkegaard, al que no conocía, murieron célibes por puro amor, el uno a Santa Rosa, el otro a la poesía, quizá Pushkin, pensó en altiva dama, digna de ser adorada cual imagen religiosa, por haber sido arrebatada a manos de poderosos musulmanes, que lo hicieron salir del castillo solo con la sed de venganza, y la venganza una vez cumplida, cuando se calma la sed, no cuando mueren todos los musulmanes, tenía que ser digerida, poco a poco, hasta que lo amargo de las bilis te agoten el cuerpo y mueras de un dolor casi mágico, un dolor satisfactoriamente masoquista.

¿Por qué Verlaine les daría un mote tan grotesco a Tristán Corbiére, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Merceline, Desbordes-Valmore y a Auguste Villers de L´lsle-Adam? El mote de poetas malditos, la poesía jamás debe ser maldita, la poesía es belleza, es hermosura, es la encarnación de lo sublime, debe representar nuestro alter ego, todo aquello que no somos pero que pretendemos ser para bien de la humanidad; pero bien, sabemos que lo bello tiene un dualismo y del dualismo nace la tragedia, los poetas son genios aparte, son personajes fuera de lo común, su propio genio los abandona del común, los abandona a su propia destrucción y los poetas redimidos ante su destino, aceptan la tragedia como el paso que hay que dar, como el cáliz henchido de veneno que hay que tragar, es el precio por su genio, y lo aceptan con gusto. De “Las Flores del mal” de Baudelaire sacó Verlaine el mote, y de ese poema saco yo al trote; y “El vino de los traperos” en el número CV:

Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero,

Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,

En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso,

Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos…

…Para ahogar el rencor y acumular indolencia,

De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,

Dios tocado por los remordimientos, había hecho el sueño:

¡El hombre agregó el vino, hijo sagrado del sol!

Y así indolentes, mueren en silencio, cada uno de os poetas, hundidos en sus propios miedos, que de pronto desaparecen cuando aparece le genio y de sus cabezas salen fulgores iridiscentes que iluminan al olimpo de la creación literaria, y se hunden en la soledad de sus creaciones, incomprendidos y maldecidos por la diosa de la locura, la Lisa mitológica, aquella que nos ataca con furia inusitada, nos hace blandir palabras filosas que hieren corazones ardientes, ¡OH, Lisa! Debes sacar el oculto frenesí de tálamo, para poder lanzar el verbo a las alturas cuales Cuervos de Rimbaud sin duda;

Señor, cuando los prados están fríos
y cuando en las aldeas abatidas
el ángelus lentísimo acallado,
sobre el campo desnudo de sus flores
haz que caigan del cielo, tan queridos,
los cuervos deliciosos.

¡Hueste extraña de gritos justicieros
el cierzo se ha metido en vuestros nidos!
A orilla de los ríos amarillos,
por la senda de los viejos calvarios,
y en el fondo del hoyo y de la fosa,
dispersaos, uníos.

¡Ay poetas malditos! Engendros de lengua bífida, lanzan sus dardos para enamorar incautas, cual súcubo que se desliza bajo las sábanas del creador de estrofas, seduciendo su mente para que la hembra horrorizada de placer lance jugos vestales por sus partes y se apreste a la cópula desahuciada. Laman miel los oídos, llenen de procaz glosario, lenguas de distintos mundo, presión deben meter al diccionario, que la Real Academia luche por crear un apartado para la lascivia, ¡Oh poetas malditos! Que por la lengua mueren, y con la lengua hieren, sé que la lisonja no es su escuela, que el arte del amor los vulnera, ansíen noches de pasión desenfrenada, con la efigie de Margarita que la pluma de Dumas dibuja con afán romántico de lo prohibido, y lo prohibido desata los fervores del buen nacer, del buen sentir, del buen disfrutar, y en lo prohibido está la fuente del deseo desenfrenado que yace en el regazo de la amante, que de la buena esposa es el sosiego, la amante es la que se lleva el crédito y el dinero, la mujer el amor y el honor, que para el disfrute tenga que elevarse a la calidad de amante de un marido casquivano, pendenciero y deseoso de artes amañadas para permanecer en santo.

¿Efraín había leído a Dumas? Es muy probable, era hombre de letras amaba en circunloquio, eso que le da redundancia al amar, como si amar requiriera rodeos, el amar es solo eso, pero como se desvive en la pasión, el amar es dar rodeos para despertar la pasión que se deprava al ojo perito de la amante, que Efraín Huerta dibuja como un rodeo en la desdicha de lo clandestino.

Desdichada penumbra al encontrarte
negándose tu cuerpo a mi deseo,
dándose al día siguiente,
circulando en el aire que respiro,
diseñando mi vida,
mi agonía
y mi muerte sencilla,
Y mi futura muerte
entre los muertos.

Ah tu cordial miseria de caricias,
el gesto amargo de tus manos
y la rebelde fuga de tu piel,
cómo me decepcionan,
me castigan y ahogan,
hembra de plata líquida,
insobornable y mía.

Huerta delinea a la amante parca, ruda, trueca la caricia fácil  por la explosión de sensualidad que se previene, ¡Ah, y el prevenir pervierte! Y la perversión es lo que hace a los amantes permanecer, ¡Dichosos aquellos que son pervertidos en el amor experto de su amante!, amoroso amante, que Jaime Sabines ensalza y destella con razón en la mujer, porqué ¡No hay más, solo mujer!

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,
sólo ojos de mujer para reconfortarnos,
sólo cuerpos desnudos,
territorios en que no se cansa el hombre.
Si no es posible dedicarse a Dios
en la época del crecimiento,
¿Qué darle al corazón afligido
sino el círculo de muerte necesaria
que es la mujer?

Estamos en el sexo, belleza pura,
corazón solo y limpio.

Limpio el corazón, territorio donde no se cansa el hombre, ¡Vaya destino! Morir de amor en la  pureza del corazón de una mujer, mujer y solamente mujer, no hay más.

El hombre no se canse de cantar a lo absoluto, al amor, a la mujer, a Dios, a la tierra, al universo, a lo indescriptible, Silvio, siempre Silvio, poema egregio, cantado a una voz con una sola guitarra, haciendo una orquesta de salvedades, de las que tendría bien morir si no me regresara el color al cuerpo cuando escucho esta oda a lo inefable, cantaré y cantaré, hasta que la afonía del pensamiento de indique que debo de parar, y las elegías por mi muerte se vayan fundiendo en los mares que se tuercen con dolor, dentro del trueno y la lluvia, dentro del sonido del viento que golpea las montañas y destruye las moradas de las aves que huyen a la cueva donde el oso respira de satisfacción de saberse protegido, cantaré hasta que el las olas que rompen los acantilados se esparzan en la arena suave de una playa veraniega donde las muchachas en calzón corran cual niñas tras el balón, sonrojando a los mozalbetes que no sabrán que decir, no tendrán que inventar con tal de saberse vistos, ¡Ay de esos días terribles! ¡Ay de lo indescriptible!, Silvio, siempre Silvio.

En estos días
todo el viento del mundo sopla en tu dirección.
La Osa Mayor corrige la punta de su cola
y te corona con la estrella que guía la mía.

Los mares se han torcido
con no poco dolor hacia tus costas.
La lluvia dibuja en tu cabeza
la sed de millones de árboles,
las flores te maldicen muriendo celosas.

En estos días no sale el sol, sino tu rostro,
y en el silencio sordo del tiempo gritan tus ojos:
Ay! de estos días terribles,
ay! de lo indescriptible.

En estos días
no hay absolución posible para el hombre,
para el feroz, la fiera que ruge y canta ciega,
ese animal remoto que devora y devora
primaveras.

 

Quizá las primaveras se vayan agotando, y logre darle sentido a los días que se acercan cada vez más al frio invierno de los corazones, cuando las desgracias nos hacen caer en soledad, mientras afinamos los recuerdos para que nos acompañen en la soledad del cuartucho donde reposan nuestros fiambres con la esperanza de que llegue algún lejano amor a recuperarnos el calor y nos saque del letargo en el que nos metemos, por pura casualidad. Walt Whitman enseñoreado, caminará de un lado a otro, diciendo siempre “No te detengas”, el movimiento debe ser eterno, y la eternidad es la única inamovible, pero hay que alcanzarla, a paso lento, porque nos deja, mientras Whitman, ya alejado de todo mal, te empuja, te presiona, de exige: No te detengas:

No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia.
Aunque el viento sople en contra,
la poderosa obra continúa:
Tú puedes aportar una estrofa.
No dejes nunca de soñar,
porque en sueños es libre el hombre.
No caigas en el peor de los errores:
el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes.
Huye…

Y huir es lo único razonable que queda para ganar una guerra que se está perdiendo por la imprudencia, huir de sí mismo, huir del destino, huir del hombre, huir de la modernidad que nos tapa los ojos a lo bello, y nos lo abre a la monotoneidad, y a lo superfluo, para ello tendré que ir a hablar con lo elemental, con lo añoso, con la mente de los siglos, a que se guarda para sí las mejores historias, que puedes pedirle para hacerlas tuyas, así que iré a la Roca y estableceré un dialogo…

¡Ah!, La belleza de la roca Mona,

Cuanto extrañaré tus consejos,

Cuanto extrañaré tus ojos, tu pelo,

El gris de la sombra que despide tu paciencia,

El verde de tu verde manto,

El rojo de la continuación de la vida en tu regazo,

Cuanto extrañaré, si…. Eso es lo que extrañaré.

Y quemaré mis naves, para quedarme fijo, triste y maldito como la camada de Verlaine, a escuchar el canto de las sirenas, y moriré de puro heroísmo, solo, sin nadie que cuente mis batallas, ni mis peripecias en la mar, como si lo hizo Homero, si solo fuese Odiseo y viera a lo lejos el azul del océano, bogando lenta, firme, invisible, con el héroe presto a cualquier hazaña y relataría: -Entretanto la sólida nave en su curso ligero se enfrentó a las Sirenas: un soplo feliz la impelía más de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas. Levantárnosle entonces mis hombres, plegaron la vela, la dejaron caer al fondo del barco y, sentándose al remo, blanqueaban de espumas el mar con las palas pulidas. Yo entretanto cogí el bronce agudo, corté un pan de cera y, partiéndolo en trozos pequeños, los fui pellizcando con mi mano robusta: ablandárnosle pronto, que eran poderosos mis dedos y el fuego del sol de lo alto. Si al menos fuese mía esa estrofa sería afortunado de sentirme útil al universo, sabría que habría alcanzado la inmortalidad, sabría que el tártaro existe y que ya habría sido mío, domado por mí

Por ahora solo me quedan las palabras de Lao-Tsé: El maestro se da a cuanto momento le brinda. Sabe que va a morir y nada le queda a que aferrarse, no hay ilusiones en su mente, ni resistencias en su cuerpo. No piensa en sus acciones, ellas fluyen desde el centro de su ser. Nada hay en la vida que retenga; por ello está dispuesto a morir, como un hombre lo está a dormir tras un buen día de trabajo. Así dormirán estas palabras, en el sueño de los justos, con el deber cumplido, aun cuando no las hayan cumplido por completo.

 

 

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