La tierra que nos quitaron (En México nada es lo que parece)

*La Mujer de las Letras

LA TIERRA QUE NOS QUITARON

Las nubes se agruparon en el cielo teñido de negro. Amanecía. El coche rojo pasó frente a mi ventana, me asomé curiosa. Las llantas hacían a un lado el agua que se había acumulado en la calle a manera de río. Un hombre alto, de traje gris, descendió del auto, los mocasines se le inundaron al instante, irguió la cabeza y siguió caminando con el maletín plata bajo el brazo, cubriéndolo de la lluvia que ahora ya no caía con fuerza. La escasa luz de la bombilla le daba un toque espectacular. Ningún hombre en su sano juicio habría venido hasta este pueblo con ese traje y esos zapatos elegantes. Se arrepentirá –pensé-.

Debían ser poco más de las seis. Todos estaban haciendo sus labores cotidianas; mamá hacía el desayuno, Pedro, mi hermano, cortaba leña con el hacha del abuelo, papá desgranaba maíz en el tapanco, yo me preparaba para ir a la escuela.

De camino a la escuela vi al Pocho, el perro de mi tío Chavo, ladraba a cada transeúnte con ánimo de morder.

En casa del presidente municipal vi a ese señor del traje elegante, como galán de cine.

– ¿Qué tanto buscará ese señor aquí? –Dijo mi tía Juana- a quien no vi por estar atenta al Pocho. Venía a mi lado hacía un buen rato.

– Quién sabe, pero ya tiene aquí desde las seis, ya va para las ocho, a lo mejor al rato se va.

Seguimos caminando, mi tía con su cojera y yo sin ganas de estudiar.

Sonó la campanita que indica que es hora de ir a casa. Me despedí de la maestra Carmen y me encaminé taciturna a la salida.

– Te veo a las cinco Juana –me dijo Raquel.

– No sé si mi papá me deje, pero si sí me voy a llevar al Chimino pá ponerlo de portero.

Salí de la escuela feliz, ya no llovía, las calles eran tan secas como siempre.

El coche rojo seguía en casa del presidente y alrededor de él, todos los señores del pueblo. Unos discutían, otros lloraban.

Llegué a casa, mamá estaba bañada en lágrimas y papá golpeaba la pared con el puño.

Me quedé pasmada, jamás había visto algo así.

– ¿Qué pasa?

–  Nos van a quitar la tierra, quesque dice ese catrín que le pertenecen a la nación porque hay no sé qué cosa.- Contestó mamá-.

Corrí a casa del presidente que quedaba a tres cuadras de la nuestra.

  • La tierra es nuestra, usted no nos la puede quitar, ha sido de nosotros desde antes de nacer ¿Y viene usté a decirnos que le pertenece a la nación, porque así lo manda la reforma energética?, no señor. Esta tierra nos pertenece tanto como a usté le pertenece ese carro.

El hombre me miró con desprecio, mis pies descalzos y mi piel morena no encajaban en su mundo de burocracia y corrupción.

  • Tienen una semana para desocupar las huertas, se les dará una indemnización como lo marca nuestra Constitución.
  • La tierra es de quien la trabaja señor, eso lo dijo Emiliano Zapata. La maestra nos lo enseñó. Váyase lejos de aquí, porque pá defender nuestra tierra somos capaces de todo, porque sin ella ya nada tiene sentido.

Esa noche fue muy larga, papá lloró como Magdalena, mamá lo consolaba y Pedro acariciaba a Chimino, su hijo.

Era sábado por la tarde, cuando enviaron a la policía a desalojar las huertas, que con sangre y lágrimas habían logrado sembrar y producir todos los campesinos de mi triste pueblo.

Formamos una valla humana, niños, hombres, mujeres y ancianos. Menos el presidente municipal, que ya no se siente parte de nosotros, ahora es autoridad. Los policías estaban listos para disparar. El catrín dio la orden, dispararon a todo cuanto estuvo a su alcance. Mataron cien personas, entre ellos mis padres. Les pedí clemencia y a los que quedamos vivos nos golpearon.

Solo queríamos nuestra tierra, nos pertenecía porque la amábamos, ahora ya nadie la siembra, nadie la escucha, ahora ella tiene que soportar arduamente el dolor de ser contaminada.

Terminé mi preparación profesional, ahora seré yo quien defienda los derechos de los indígenas, ejidatarios y comuneros.

¿De qué sirven las reformas? ¿Para qué sirve la Constitución?, si al final de cuentas no están hechas para todos los mexicanos. Si por tener piel morena y hablar otro dialecto ya no formas parte de los Estados Unidos Mexicanos.

Ellos sólo querían un cachito de tierra dónde sembrar, un lugar donde albergar las esperanzas, lo que año tras año ponían en las cosechas. Era lo único que tenían y se los arrebataron, les quitaron la vida también, pero hagan de cuenta que los mataron dos veces. La tierra era nuestra, las leyes eran suyas.

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