Morir con el popo (Despertar de la tierra)

Morir con el popo

Vivir cerca de un coloso como el volcán Popocatépetl, es vivir con la incertidumbre y la seguridad de que la muerte te va a llegar más temprano que tarde, de una u otra manera. Adicionando esa otra manera la de morir abrasado por una explosión de él. Situación de incertidumbre que viven millones de personas que habitan las faldas de cualquier volcán en el mundo o en los distintos cinturones de fuego que hay regados por le mundo.

Cuando el popo lanzó cenizas en el 2000, estaba en el norte de Veracruz, sentí temor a lo desconocido. Las noticias que escuchaba eran alarmantes, mencionaban los riesgos en la salud al aspirar las cenizas que había expulsado y nos recomendaban usar pañuelos húmedos sobre la nariz y cubrir los ojos, de preferencia no salir de casa para evitar la exposición prolongada a las cenizas. En esas fechas me enteré por mi cuenta que el auto no se debe lavar con agua cuando tiene cenizas encima, pues con agua las cenizas volcánicas sirven como aglutinante y se hace una masa abrasiva muy agresiva para la pintura de los autos. Conviene retirarlas con una escoba o con una brocha cuando están secas. Lo mismo pasa con las coladeras, no se deben de tirar las cenizas a la coladera, pues con agua se forma una masa que tapona los drenajes. Esto lo aprendí al intentar retirar las cenizas del auto con agua.

En esa época en los noticieros escuché que les preguntaron a los vecinos del volcán si temían por su vida ante una erupción, su respuesta era tal y como lo es ahora: “Si me toca morir con Don Goyo (así le llaman), pues me muero”. Es tanto el arraigo de los campesinos a la tierra, que no temen morir en ella, pues se sienten parte de ella. No estoy de acuerdo desde luego, no vale la pena morirse por la idea de que la tierra donde sientes arraigo sea la única que los acogería. Como hombres universales, podemos morir en cualquier lado y la tierra nos acogerá con maratónica felicidad de la misma manera.

Las señales que nos la da la naturaleza no son para morirnos, es para advertirnos de que hay otras opciones y otros lugares seguros en estos momentos. Ya pasará la crisis del volcán y podrán regresar a convivir con él, en tiempos más bondadosos; sin embargo, el querer quedarse y morir con el volcán es algo romántico y respetable, suena bien a quienes necesitan héroes. La tierra indefectiblemente los sustituirá si necesita esos cuerpos. Los librepensadores estamos más allá de estas concepciones idealistas del bien morir.

Del año 2000 hasta el día de hoy he sido testigo de múltiples fumarolas del Popocatépetl, me perdí las pasadas de los años 1994, 1996 y 1998. Según el Sistema Sismológico Nacional, en el año 1994 el Popocatépetl reinició la actividad volcánica dormida durante 70 años. Del 2001 al 2011 estuvo relativamente tranquilo. En 2012 tuvo actividad fuerte y los supersticiosos y conspiracionistas la relacionábamos al calendario maya, como parte del proceso del fin del ciclo o fin del mundo. Del 2012 al 2017 permaneció relativamente tranquilo, con exhalaciones pequeñas, algunas con cenizas y flujo piroclástico. A partir de 2017, posterior a los sismos de septiembre, la actividad del volcán se intensificó. Las autoridades habían mantenido la alerta, se encontraba en Amarillo fase 2.

Y en marzo de este año 2019, cuando se empezó a intensificar la actividad considerablemente con explosiones fuertes y continuas con expulsión de ceniza y flujos piroclásticos, la alerta se aumentó a bandera amarilla fase 3, considerada como de alto riesgo y restricción de acercarse a 12 kilómetros del cráter; sin embargo, los habitantes de la zona, a pesar del riesgo que representa vivir a las faldas del volcán, no se preocupan, le tienen confianza y han aprendido a vivir con el peligro. El jueves de la semana pasada lanzó dos fuertes explosiones con expulsión de gases y vapor de agua, que prendieron las alertas entre las autoridades y los pobladores de las zonas aledañas, regalándonos unas postales hermosas.

Más la alarma no afectó a los vecinos, que señalan poder irse al albergue en caso de requerirse. En esos momentos no lo creían necesario. Ese albergue se ubica en el “cerro de la antena”, símbolo del hoy llamado progreso, pues ahí se ubica una antena de señales de microondas. En ese albergue caben alrededor de 1500 personas, la experiencia les dice que, en caso de haber una erupción, el material producto de esta rodaría por la barranca de Huiloa, lo que indicaría que las rutas de evacuación y el albergue estarían libres por el lado de San Nicolás de los ranchos. Lástima que los accesos estén muy deteriorados, si estuvieran en buenas condiciones alentaría la evacuación.

En el caso de los habitantes de Santiago Xalitzintla, señalan que, si se tienen que morir, será junto al volcán, pues están muy cerca del cráter. Si explotara repentinamente no les daría tiempo de retirarse, tendrían que hacerlo hoy. Evidentemente el volcán no morirá, éste permanecerá incólume, modificando su estructura únicamente, pero seguirá vivo. Las personas de esta población están decididas a morir en caso de un evento, yo diría resignadas, por ello se observa que siguen sus actividades cotidianas con normalidad. La superstición de las personas señala que el volcán está molesto porque los mayordomos son muy borrachos, según don Antonio Analco Sevilla, y dice algo bastante cierto: Don Goyo trabaja con la naturaleza, los niños se espantan, es lógico, ellos mismos se animan y dicen que se debe mantener la calma para evitar más riesgos.

Lejos pues de los riesgos y las implicaciones que se tiene vivir en las faldas de un volcán, no deja de ser maravilloso y majestuoso el rugir de él, especialmente el Popocatépetl, que es uno de los más grandes del país. Indefectiblemente cobrará vidas si llegase a hacer erupción, tal y como lo hizo el de fuego de Guatemala, los habitantes de las faldas vemos que están aceptando el sacrificio, pues sienten apego a esa tierra, la tierra que ha sido pisada por millones de seres que han pasado en todo el tiempo del volcán.

En la actualidad, debido a estos sucesos, se están sacando conclusiones bastante graficas y que no dejan de tener su aire de dramatismo, desde los vaticinios locales con videntes de televisión, hasta la revisión imprescindible de las profecías de Nostradamus. Estos vaticinios señalan que la humanidad está en fase de desaparición. Desde luego no va a desaparecer, tiene que entrar en otra fase. Los antiguos mesoamericanos señalan el nacimiento de los hijos del quinto sol, que no es otra cosa que la muerte de la sociedad tal y como la conocemos y el nacimiento de una nueva, tal y como nació esta donde vivimos, con un sentido más espiritual.

La sociedad antigua morirá en la falta de valores, en la decadencia social, cultural, en la generación de la violencia, en la difuminación de los sexos. La nueva tenderá a reiniciar el ciclo, a volver a voltear al origen en la naturaleza, será más espiritual, más alejado del materialismo. La división se puede ya observar en todas partes del mundo, los que tienen genes antiguos viven en la violencia, en la drogadicción, en la falta de respeto al mundo, a los seres vivos, a sí mismos. Mientras las nuevas generaciones empiezan a despreciar el dinero, viven más para ellos, evitan todo lo decadente. De ellos es el nuevo mundo. Cierto es que las señales no se manifiestan de una manera contundente, eso da pie a que no sintamos el cambio; sin embargo, se dan y cada vez con mayor intensidad estos cambios.

El ciclo del volcán Popocatépetl es solo un eslabón en la cadena de sucesos. México, según los que saben de energías, es un lugar privilegiado, lugar de donde saldrán los elegidos o iluminados que enseñarán a los hombres buenos el camino hacía la nueva civilización al momento de perecer la sociedad actual. Cierto o no, México cuenta con miles de centros de energía vital, ya sea pirámides, ya sea desiertos, ya sea bosques o personas que son fuentes de energía positiva. Seamos pues parte de esa nueva transformación, volvamos los ojos a la naturaleza, pues ella sin nuestra intervención en pocas décadas podría nivelar al mundo, volviéndolo nuevamente un paraíso, aquél que perdimos en la mitología del cristianismo.

Mientras el Popocatépetl ruja, tenemos la seguridad de los ciclos se van a cumplir, mientras los temblores sigan moviendo los mantos, tendremos la certeza de que la vida se reciclará, mientras los huracanes limpien los polvos dañinos que la sociedad lanza, tendremos la seguridad de que el agua y la vida seguirá firme, mientras los incendios, explosiones y erupciones sigan, tendremos la seguridad de que la tierra seguirá fértil, mientras las mareas desnuden las playas y los tsunamis barran las playas con nosotros o no, tendremos la seguridad de que la vida en el mar sigue latente, debemos sentirnos afortunados de ver estos espectáculos, es lo único que la mente y la memoria se lleva, la materia aquí se queda, tus células resurgirán en otro ser con una nueva experiencia.

 

Las lluvias de meteoros son uno de los eventos más bellos de la astronomía, no solo por la espectacularidad de la estela que dejan los meteoros en su tránsito por la atmósfera terrestre sino también por la manera en la que se disfruta del espectáculo: tumbado bajo un cielo plagado de estrellas, admirando la inmensidad del firmamento y dejando trascurrir la noche. Evoca la manera en la que nuestros antepasados estudiaban el universo, con mucha paciencia, con abnegación y sin apenas instrumentación.

 

Más allá de la belleza de este espectáculo, las lluvias de meteoros son uno de los pocos fenómenos en los que la observación “a ojo desnudo” puede aportar información valiosa desde el punto de vista científico.

 

Los expertos en ciencias planetarias siguen con mucho interés las lluvias de meteoros porque son una magnífica oportunidad para conocer mejor a los cometas y asteroides. Algunas de las lluvias de meteoros que presenciamos en la actualidad tienen su origen en cometas conocidos y otras podrían tener su origen en cometas ya extinguidos; cometas que se han consumido tras completar varias órbitas alrededor del Sol, sublimando partículas de polvo e hielo que se desintegran al entrar en nuestra atmósfera, originando las lluvias de meteoros. En el caso de las Perseidas, que se pueden observar entre el 17 de julio y el 24 de agosto, su progenitor es el cometa Swiff-Tuttle.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: