Amador García Suárez

Zitácuaro, Mich.- Amador García Suárez, es un hombre de 80 años de edad, sale todos los días a las calles a pedir limosna para ayudarse él y su hijo que se encuentra en silla de ruedas. Ambos recorren las calles de la ciudad y piden alguna moneda para luego solventar sus necesidades primordiales, como alimentación, salud y vivienda.

Su principal deseo de don Amador, es que alguien les done algunas monedas, ya que desde hace algunos años ha sido la única opción de irse manteniendo, sin saber que les deparara el destino el día de mañana.

Atiende a su hijo, quien presenta alguna inmovilidad en sus pies y piernas, no habla, pero sí escucha y ve. Don Amador atiende a su hijo Lázaro y además lo baña y hasta lo limpia cuando hace de sus necesidades fisiológicas, pero reconoce que ya no tiene fuerzas para poder trasladarlo hasta el centro de la ciudad y además también lo tiene que cargar.

Lázaro García, el hijo de don Amador, tiene aproximadamente 58 años de edad. Con una mano mueve una cubetita de plástico, es color verde, la mueve mientras se escucha el sonido de las monedas que hay dentro, para llamar la atención de quienes van caminando por el lugar.

“Así nada más… rajándome la madre todos los días”, expresó don Amador, quien dijo que hace algún tiempo viajó hasta la ciudad de Uruapan, donde no tuvo respuesta de ayuda en su labor de pedir dinero en las calles.

Por el contrario, le dijeron que se estaba haciendo “tarugo” (su hijo Lázaro) y que se fuera con un doctor para que se curara y siguiera trabajando.

A lo que don Amador les contestó a quienes lo acusaban, “ustedes están pendejos, porque él no se puede ni mover. No les digo más de lo que no puedo yo. Estoy pobre”, expresó.

En la actualidad rentan una casa por el sur de la ciudad, sin embargo añade que hace ya muchos años no tenía una casa, “tenía un chingo”. Pero uno de sus hermanos le robó, no sólo sus casas, sino hasta sus camionetas.

Ya que tenía su mujer que era invidente, y aprovechando esta desventaja le hicieron firmar algunos documentos para luego apropiarse del patrimonio de don Amador y su mujer.

Relata don Amador que su hermano le hizo el encargo de que le echará “sus vueltas” a sus propiedades. “Sí les echó sus vueltas, hasta que se las chingó todas”, explicó.

Es originario de Río Colorado, por el rumbo de San Antonio. Ahí tenía algunas tierras en las que laboraba y aprovechaba para sostenerse económicamente.

“Ese gusto si me queda, que en Zitácuaro sí me dan, porque me apoyan y me conoce la mayoría de la gente. Ahorita estoy viviendo en la Plaza de Toros, ¿por qué?, porque me aventaron a la “tiznada”.

Se puso unos zapatos de 500 pesos que le regaló uno de sus hijos, pero le da vergüenza ponérselos. “Con esos zapatos van a decir que me hago pendejo”.

-¿Usted a su hijo le tiene que dar de comer en la boca?- Se le preguntó a don Amador. “Y limpiarle las nalgas, a bañarlo y hacerlo yo. Ahí no hay quien me ayude. Yo lo baño, yo lo atiendo. Hay mujeres que se quieren juntar conmigo, pero nomás como que sí, pero luego como que se “sacan”, responde.

Y añade que su hijo Lázaro, quien está en silla de ruedas, fue el último de sus hijos. Ahora dice que ni modo de dejarlo así cuando hace de sus necesidades fisiológicas.

“Tengo que limpiarlo, tengo que atenderlo. Entonces si no lo atiendo. Así me lo dio Dios y aquí lo tengo. No me puedo morir y dejarlo. Eso es lo que me puede. Otra cosa, no”.

Ver personas como Lázaro y su padre Amador pedir limosna no es cuestión de asombrarse, es una situación que se vive cotidianamente, quizás muchos ven que son las mismas personas las que piden caridad y luego de juntar algunas monedas destinan parte de esa ganancia para llevarse un pan a la la boca.

También por el centro de la ciudad no falta el cieguito que sin mayores prejuicios sale a buscar algunas monedas, una de ellas dice: “una limosnita por el amor de Dios”, otras más se apuestan en las banquetas de la Iglesia de Los Remedios, guardan silencio y sólo estiran su mano.

 

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