Personaje de la SemanaZitácuaro

Melchor Ocampo

Melchor Ocampo fue el líder intelectual de la generación de liberales que acabó con el gobierno de Santa Anna, uno de los pilares de las Leyes de Reforma y férreo defensor de la separación entre la Iglesia y el Estado.

Y más allá del político, ha sido considerado un hombre enciclopédico, un estudioso de la ciencia, un naturalista polifacético que tuvo una vida dramática y muy emocionante, llena de amor y de violencia.

Nació el 5 de enero de 1814 en Maravatío, Michoacán, desde muy temprana edad tomó una postura liberal, debido, en gran medida, a sus estancias en Francia, donde fue influenciado por las ideas de libertad.

Desempeñó cargos de relevancia en México, fue gobernador de su estado natal, redactó leyes de reforma y firmó el tratado de Ocampo-McLane. Murió fusilado en 1861. En su honor se renombró Michoacán de Ocampo.

Sus primeros estudios los hizo en Morelia y después en el colegio seminario de México. Trabajó en un bufete jurídico desde 1833. Viajó a Francia en 1840 y ahí fue influenciado por doctrinas liberales y anticlericales de la ilustración francesa.

Regresó a Michoacán para trabajar en su hacienda y dedicarse a la práctica del derecho y a la investigación científica sobre el campo, estudiando también lenguas indígenas, además su colección de libros fue una de las mejores de México.

Por otro lado, se ocupó de analizar asuntos como el diezmo y las obvenciones parroquiales y comenzó a escribir artículos de temas sociales que fueron publicados en el periódico liberal “El Filógrafo”, en el que defendió los principios de la democracia, de la libertad de imprenta, la abolición de la pena de muerte y denunció los hechos injustos de religiosos y militares quienes se amparaban en sus fueros.

Escribió que “los destinos públicos son cargos de conciencia y de temporal desempeño y no sinecuras y patrimonios explotables”, además de que “la instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo, a la vez que el más seguro medio de hacer imposibles los abusos del poder”.

A los 32 años fue designado gobernador interno de su estado, Michoacán, y luego electo; responsabilidad que ocupó del 27 de noviembre de 1846 al 27 de marzo de 1848. Luego ocupó nuevamente el cargo, del 14 de junio de 1852 al 24 de enero de 1853, afirmando, en esta segunda ocasión lo siguiente, “a Michoacán debo y hago con gusto el sacrificio de mis placeres, de mis adelantos, de mi reposo y de mi porvenir”, impulsando desde la primera vez de sus mandatos la educación en todos sus niveles.

Realizando en el nivel superior la obra de más importancia, que consistió en la reapertura y secularización del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, otorgándole todo tipo de beneficios materiales, ello mientras fue gobernador.

En una ocasión, ya en los últimos días de su gobierno, Ocampo había solicitado a París un pedido de aparatos para un gabinete de física, que deseaba regalar al colegio de San Nicolás, al que le tenía especial aprecio.

Aunque la factura vino cuando el filósofo iba a salir deportado, y no obstante que sus negocios sufrían en aquellos momentos un trastorno considerable, sacó de su finca los dieciocho mil pesos que importaban las máquinas, de tal manera que dotó al instituto civil con el gabinete que nada dejaba que desear en aquel tiempo.

Una de sus grandes aportaciones fue, sin duda, su participación en la “guerra de tres años” y el desempeño trascendente en la elaboración de las Leyes de Reforma, en las que, al lado de Juárez, pudo acreditar su esfuerzo, capacidades y patriotismo para elaborar el marco jurídico que vendría a sustituir las ideas retardatarias de los conservadores y clericales.

Además del espíritu patriótico, que siempre demostró este prócer mexicano, también estuvo adornado de un corazón lleno de bondad con sus semejantes.

Para Ocampo primero estaba la defensa de la patria, antes que la vida, lo que quedó demostrado con su lucha, desde el exilio, en contra de la dictadura de Santa Anna.

Su moralidad, patriotismo, ideales y eficacia en el ejercicio del poder lo demostró al observar una actitud patriótica al lado de Juárez, en el manejo inteligente del tratado de Mc. Lane-Ocampo, que solo permitía a los americanos realizar el comercio cruzando por algunas áreas de nuestro país, pero sin admitir ninguna venta ni desposesión de un metro de nuestro territorio nacional, como sí había ocurrido con los conservadores en el tratado de la Mesilla.

Abrimos paso al Lic. Félix Romero, quien conoció personalmente a Don Melchor Ocampo, para que desde su óptica, describa la personalidad del “Ideólogo de la Reforma”:

No era Ocampo un tipo ideal y atrayente por su carácter y hermosura, no; antes bien, su aspecto de hombre meditabundo y serio, con la mano derecha metida a menudo en la solapa de la levita y el aire de indiferencia para lo que encontraba en su paso, lo hacían pasar desapercibido.

Ocampo no llamaba la atención sino cuando desplegaba los labios y hacía sentir sus agudezas en la conservación familiar, sus teorías políticas, o sus arranques patrióticos en la tribuna.

Era cortés, fácil, tranquilo, benévolo, lleno de gracia y frescura, esto es, indulgente con todos los hombres y resignado a todas las cosas, menos en lo concernientes a sus opiniones políticas, respecto de las cuales era intransigente.

Como orador, su palabra era clara, lógica, precisa, contundente; no aspiraba a ser grandi-elocuente, ni parecía serlo; pero su voz bien timbrada, aunque no muy extensa, tenía las inflexiones a propósito para todos los asuntos y todas las situaciones.

Era filósofo a manera Voltaire, y herbolario como Juan Jacobo Rousseau (…) Ocampo era, en efecto, un filósofo: sus ideas, su ingenio, su juicio clarísimo, su vida y trato común así lo revelaban; pero era más filántropo que filósofo, y más naturista que político (….).

Fue fusilado por órdenes de Leonardo Márquez, sin formación de causa, en la hacienda de Jaltengo, cerca de Tepeji del Río, el 3 de junio de 1861, y colgado de un árbol. Su cuerpo fue rescatado y trasladado con grandes honores a la Ciudad de México, donde descansan sus restos, excepto el corazón, que está en el Colegio de San Nicolás, en Morelia. Fue enterrado el 6 de junio siguiente.

Hoy sus restos yacen en la Rotonda de las Personas Ilustres.

 

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