LA CIUDAD, SUS ESPACIOS Y LA RECREACIÓN

La ciudad se funda sobre las relaciones que las personas tenemos, se funda en sus espacios, se transita, vive y disfruta; es ilimitada, inagotable e incapaz de disminuir. Es el territorio, el recurso de los humanos dónde sus espacios se mantiene de la política, la resistencia y el reconocimiento. El espacio público es el territorio de donde somos, de reconocimiento y la identidad; es el lugar de donde provenimos, de donde tenemos a nuestros muertos, donde hemos andado, construimos historias y forjamos lazos con los demás.

El espacio público es el sitio en donde la comunidad se reúne desde el humanismo, para compartir opiniones, analizar propuestas, tomar decisiones, comenzando de la visión política. Es aquí donde las políticas públicas dialogan, intentando que lograrlas a partir una perspectiva de construcción e intereses colectivos; comprendiendo el espacio público como el conjunto de edificios públicos, elementos arquitectónicos y espacios naturales destinados satisfacer las necesidades colectivas de las personas.

Estamos instaurados dentro de una estructura social cuya delimitación del espacio está construida de manera física y simbólica en un territorio específico. Desde lo individual hasta lo colectivo, el espacio vital en donde acontece la vida de las personas, la identidad de los signos, las señales orales y temporales, se convierten en identidad cultural.

Su espacio físico es aquel en donde caminamos diariamente, en donde realizamos nuestra vida, donde lo transcultural aflora, espacios polifacéticos y eclécticos, cuyas banquetas son el escenario del reconocimiento. Entendiendo la trasculturalidad -como la define Leo Frobenius-, como los estilos, las ideas, las lenguas, las creencias, entre diferentes culturas. El espacio público, dentro del contexto de identidad, es en el cuál interactuamos con otras personas, con los objetos y con la naturaleza, estando inherente la condición de las personas dentro de sus concepciones vitales, sociales, culturales y antropológicas.

Los espacios de la ciudad nos dan la posibilidad de compartir vivencias y formas de actuar, de reconocernos los unos con los otros, de construir de pensar y repensar nuestros espacios públicos y el accionar dentro de ellos. Lo interdisciplinar consolida los fenómenos sociales, del urbanismo social y culturales, así se amplía la noción del derecho a la ciudad.

Alejandra Muñóz Montoya, abogada colombiana, considera que el espacio no es una legítima satisfacción respecto a la necesidad abstracta, más bien una realidad dentro de los espacios de la ciudad, relacionada con una historia temporal: “nuestro espacio también ha sido manipulado culturalmente a partir de una ideología individualista irracional, colocándonos como artífices individuales de un mundo que se debe organizar coherentemente con nuestros propios deseos y necesidades”.

Hacia el ejercicio del reconocimientos, los derechos sociales, culturales y de la ciudad, buscan replantear la construcción propia, del otro y del nosotros; en sentido multicultural, desde la corresponsabilidad del imaginario y de orden social de la ciudadanía. Así las políticas públicas comienzan a tener una nueva concepción respecto los espacios públicos, en su reconocimiento desde la inclusión, como espacio vital.

El modelo de ciudad actual tiene a ser individualista, no responde a las necesidades comunitarias que son determinantes de la condición humana. Estos modelos tienen el fin de analizar si las ciudades cumple un fin de manera correcta o incorrecta, enfocado a  lo operativo y práctico. La visión proviene del ideal político, social y religioso: ciudades ordenadas o desordenadas, desde criterios individualistas y normativos.

Sin embargo, los espacios de las ciudades se deberían entender como espacios comunitarios, como punto de encuentro, es decir, colonias, barrios, comunidades y pueblos vinculados desde el simbolismo local. Comenzando por el reconocimiento humanista, del repensar la relación entre las personas, donde se desarrolle lo cultural y la socialización de las generaciones nuevas con las pasadas.

Carlos E. Restrepo, filósofo antioqueño, afirma que la naturaleza del hombre es la de ser ciudadano del mundo, dentro de una mundo heterogéneo como ciudadanos glocales. Lo glocal concebido como la composición entre globalización y localización, de forma que la unión de espacios en un territorio forme el engranaje de una red de ciudades, regiones, países, continentes y finalmente, el mundo. En este sentido, el ciudadano glocal, experimenta una ciudad dinámica adaptándose a las demás personas que la habitan, desde sus tradiciones e identidad cultural, con posibilidad de transformarse.

La ciudad se ha definido basada en diferentes modelos relacionados con su función, desde una maquina social, hasta la visión actual: ciudad global, desarrollada homogéneamente. Su diseño urbano, generalmente, posee un centro histórico, avenidas, plazas, plazuelas, colonias y fraccionamientos habitacionales, zonas populares -barrios, guetos, favelas, comunas, etc.-, así como áreas comerciales e institucionales.

Las zonas se fusionan, se tornan hegemónicas, por ejemplo, colindante a una residencial con campo de golf, puede ubicarse un barrio popular irregular. El esquema de ciudad se desarrolla basado en cierto mercado, donde existen bienes y servicios condicionados y mediados. Es decir, las particularidades del paisaje citadino se disuelven con base a lo urbano, político, económico, cultural o militar. Restrepo hace alusión a este tema, al aseverar que la aristocracia citadina tradicional lamenta el deterioro de la ciudad por la desorganizada fusión de las zonas, sobrepasar lo límites entre su urbanismo de confort con barrios irregulares donde viven personas obreras, fractura el modelo de la alta cultura con estos “agujeros negros”. El paisaje de la ciudad conecta los espacios públicos de manera simbólica regula el orden comunitario, cuando existen limitantes, el contexto se torna negativos por los estereotipos, factores selectivos y discriminatorios.

Al existir espacios públicos agradables, se construye una ciudad basada en el bienestar, en lo holístico, en la autorresponsabilidad y el humanismo, es decir, el derecho a la recreación. La violencia y la inseguridad son más fácil de controlar a partir de la convivencia y la integración comunitaria, el bienestar y la identidad. La recreación en el paisaje citadino determina el real sentido de la vida.

Caminar, andar en bicicleta, contemplar cualquier cosa desde la banca de una plaza, transitar libremente por la ciudad, son formas de real encuentro y participación en la vida comunitaria. Ser sujeto público en descubrimiento y reconocimiento, es dialéctica sobre el proceso de socialización. Así la recreación en los espacios públicos, el acercamiento con la naturaleza y con la cultura viva de la ciudad, facilitan la posibilidad de su legítima integración.

La recreación constituye lo cultural que permite generar diálogos y resignificar, de manera simbólica, el desarrollo de las personas. Precisamente así lo postuló Aristóteles, “el ocio como el principio de todas las cosas”, el cual no tiene un uso materializado, sólo el de proveer libertad, satisfacción y felicidad como fin supremo de las personas.

Racionalmente los espacios públicos deben orientarse a lo placentero, al conocimiento y lo formativo, desde una forma consciente del entorno. De tal forma que los espacios de la ciudad pueden satisfacer las necesidades y falencias diarias relacionadas con la educación, la economía, la salud, el estilo de vida, la política, el arte o de la ciencia; en este punto la recreación se convierte en un eje fundamental social. Por lo que es necesario reconocer el espacio público como legítimo punto de socialización, lo que equivale al autoreconocernos como personas desde lo individual hasta lo colectivo.

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