MI TÍO JUAN ALEMÁN
4.
Era el pueblo de Las Juntas y era Juan Alemán, elmás querido de mis tíos. Y era yo, un niño de talvez cinco años.
Mi tío me muestra sus manos abiertas, laderecha palma arriba, y palma abajo la izquierda, y con ellas en esa posición aprieta unpedazo de reata. Así se agarra el pretal, meexplica, y pura chingada que te tumba el toro.
Abro los ojotes mostrándole mi sorpresa y migusto por compartirme tan enorme secreto. Peroen seguida las cosas se van por otro rumbo:¡Leoba!, le grita a su hermano menor, ¡tráemeese cuche porque Homero lo va a montar!
Yo abro aún más los ojos, aterrorizado. Sí te entendí, pa’ Juan, le digo.
Pues ahorita vas a demostrar que me entendiste.
Es inútil protestar; al punto me veo montado en elbrioso marrano que chilla tan recio como yo. Lapalma derecha hacia arriba, hacia abajo laizquierda, y sujeto con fuerza el mecate. ¡Fuertetambién las piernas!, me grita, y el cuche salta ysale sin zumba, animal y jinete como una solapieza… hasta que reparo en que el veloz cerdo vadirecto a la cerca de alambre; no colaboro más ycorono la primera monta de mi vida con un grito:¡Noooo! Suelto el mecate, suelto el cuerpo y caigode cara.
Hala chingada, no sirves pa’ jinete —como que me regaña mi tío.
* * *
Es la tarde del mismo día, 29 de septiembre,fiesta de San Miguel Arcángel. Todo mundo hablade la corrida de toros porque van a traer alChurupete, el toro más maldito de cuantos hay,propiedad de don Cirilo Pineda. Mi madre le ruegaa papá que no se atreva a torearlo, que lo va amatar, que tiene niños chiquitos… ¡qué no le dicemi pobre madre! Mi apá le responde con esasonrisa ladeada con que suele desdeñar a personasy situaciones.
* * *
Santo Dios. Las mujeres, mi madre entre ellas, sesantiguan cuando el Churupete entra al ruedo.Nadie, un alma no permanece dentro del corral,pero el toro corre y bufa como buscando aalguien. Minutos después aparecen hombres acaballo.
Ninguno de ellos es de Las Juntas. Y al poco elChurupete está tirado, sometido por reatastirantes. Esta vez no se atreven a entrar al ruedoni la banda de música ni la guanancha. De prontotodo queda quieto. Es como una espera, un silenciolargo que no sé interpretar, silencio al que minutosdespués quiebra un ruido de espuelas. Un fríorecorre mi espalda al ver a mi pa’ Juan que conpasos largos avanza decidido hacia el Churupete.Mi tío lleva ceñido a la cabeza el paliacate rojoque distingue al jinete. Se inclina hacia el enormeanimal tendido y le da unas palmadas como se las dan los amigos cuando se encuentran, baña susmanos con tierra y las mete al pretal. La derechapalma arriba y palma abajo la izquierda. Volteahacia los entablados como buscando unaaprobación y baja lentamente la mirada hastadepositarla en mí, me guiña el ojo como a uncómplice y, cual si volviera de una distracción, legrita al toro:
¡Ora, jijo de la chingada!
El Churupete se levanta como un demonio. Seretuerce, babea la tierra, repara tan alto quepareciera pararse de manos. Encadena mediosgiros, uno y otro y otro. Mi pa’ Juan se dobla queparece de hule, pero ahí sigue, pegado al brillantelomo negro del torazo. Una sola pieza hombre yanimal. Lo que parecía no tener fin se aquieta de
pronto en el centro del corral. El Churupetelevanta la testuz y mira, como en un cálculo, lapuerta de entrada, y sí, hacia ésta enfila ya nocon reparos sino en una elegante carrera hastabrincarla en un salto limpio, pleno deplasticidad.
* * *
Dejé de ver a mi tío Juan. Yo lo extrañaba,preguntaba por él, y me decían “Se fue pa’ México”. Mucho tiempo pensé que había llegado aesa ciudad a lomos del Churupete porque nuncapudo bajársele.
Luego también mi padre partió hacia la Ciudadde México y, una vez que consiguió trabajo deplanta, quiso reunir nuevamente a su familia ymandó por nosotros.
Llegamos a la ciudad capital y vi de nuevo, porfin, a mi querido pa’ Juan. No perdí tiempo, deinmediato quise despejar mi duda:
Pa’ Juan, ¿cómo llegaste desde Guerrero hasta acá? —le pregunté.
¡Bueno… y esas preguntitas! ¡En camión, nimodo que en burro! —y se me quedó viendo un largo rato