SanZanjar

Por Débora Hadaza

Hace unos minutos terminé de ver -otra vez- “Buscando a Dory”, tomando un descanso de la ahora película favorita de mi hija “Jojo Rabbit”. A veces me es muy frustrante cuando alguien no logra ver lo que yo veo. Cuando vi “Buscando a Dory” salí con el corazón apaleado. Por eso escribí este post. Me sorprendió después cuando las críticas de la gente no le resultaron favorables, cuando decían que la película era una apología del apego y cosas parecidas.

¿Cómo no pudieron darse cuenta del drama de perder a un hijo con discapacidad? ¿De la angustia y de la alegría de ver cómo logra volverse independiente? ¿Cómo?

A veces me pasa cuando algo me conmueve mucho, quisiera que a los demás les doliera de la misma manera, que su mundo se sacudiera como se sacudió el mio. Cuando llegué a Puebla tenía poco de haber sucedido lo de los granadazos en el grito de Morelia. Me sorprendió mucho la indiferencia de cualquier poblano a quién le contara lo ocurrido. Me ha sorprendido muchas veces que cuando comparto noticias de feminicidios, desaparecidos, abuso de autoridad, la gente que espero que reaccione no lo haga, no como lo espero. ¿Por qué no te ofende? ¿Por qué no te duele? ¿Por qué no te indigna?

He recibido comentarios al respecto que cuestionan mi estabilidad emocional, mi sinceridad, o mi falta de entendimiento. ¿Por qué hacer tanto drama de algo que no te pasó a ti, que no tiene que ver contigo?

Creo que hay situaciones que nos sanzanjan la vida. Después de las granadas en Morelia nada en mi país volvió a verse igual. Creo que me volví hipersensible. Lo político de ahí en adelante significó algo distinto, porque ese evento, ese atentado, fue sólo el inicio de un sinfín de horrores que agobiaron a la gente de mi país. Otro evento fue el nacimiento de mi hija.

Suena obvio, pero quizá no lo hubiera sido tanto si después de quince días de nacida no nos hubiera dicho que “parecía tener rasgos de síndrome down”. Ese día estaba muy soleado, sin embargo después de ver al genetista el calor y la luz desaparecieron por meses para mí. Aún no puedo recordarlo sin llorar. Toda la visión que tenía sobre mi vida y mi futuro, sobre el futuro de mi pequeña familia, se licuó con incertidumbre, rencor y lágrimas. -Es difícil decir esto, ruin, pero creo que odié a cada bebé que naciera “sano” en ese tiempo-. Me fui dando cuenta, afortunadamente, que no se acababa la vida, que no me había convertido en un pez globo de pus, que sí podía volver a tener sueños y metas personales, que el amor sexual no se había extinguido para mí. Lo que sí sucedió es que ya nada de eso volvió a verse igual.

La discapacidad intelectual existe. Sus límites existen. La necesidad de encontrar atajos, rampas, caminos alternos es real, otra forma de pensar, de sentir, de expandirse es posible. Existe el Síndrome Down, el Autismo, el Asperger, la Parálisis Cerebral, la gente con funcionalidad intelectualmente diversa. Existen los padres de esas personas, sus hermanos, escuelas especiales y escuelas inclusivas. Existen entornos que nos hacen sentir abrigados, comprendidos, cómodos. Existen otros en que todo es juicio y condescendencia. Los padres con hijos en esta situación no vemos las cosas igual, no sentimos las palabras igual, el tiempo no nos corre igual, las miradas no nos pesan igual, “la normalidad” significa para nosotros otra cosa.

Honestamente creo que de ahí en adelante mi mundo, mis creencias, mis valores fueron trastocados, expandidos, constreñidos, licuados. El futuro, dinero, profesión, amor, lealtad, miedo, fe, de ahí en más significaron cosas totalmente distintas. Siento ser más paciente y comprensiva para las personas y situaciones ex-centricas, ex-trañas, ex-tremas y más cansada de la gente normal que con su vida normal y mente normal juzga esta locura que se llama vida.

Al ver al mundo con los caleidoscópicos lentes de la discapacidad intelectual, con los rojos del dolor causado por la violencia, fue más fácil adoptar las famosas “gafas violetas” y las gafas psicoanalíticas también resultaron de ayuda. Se me sanzanjó la vida, la vista, el mundo; no puedo aceptar trajes sastre que ya no sean a la medida de cada situación.

A veces pienso que todo esto ha resultado “bueno” intelectualmente y en cuestión de conciencia para mí, otras siento que me expone demasiado el nervio de las emociones. Para mucha gente, incluso alguna que amo, resulto ya demasiado incómoda, y ella a mí. De todas formas esto no es algo que yo eligiera, hasta cierto punto es lo que la vida me ha heredado, y a las herencias solo toca administrarlas de la mejor manera.

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