Arena Suelta

ARENA SUELTA

POR TAYDE GONZÁLEZ ARIAS

“AQUEL A QUIEN LOS DIOSES QUIEREN DESTRUIR, PRIMERO LO VUELVEN LOCO”

La valoración excesiva de uno mismo te lleva a un grado de ceguera irreversible, el sujeto que se vive en esa condición suele venir con paquete todo incluido, pues tiene seguramente muchos otros defectos que le alejan de la realidad, personal y social, hasta aislarse o ser aislado por tomar conductas que no benefician o no abonan a la sana convivencia.

El hombre o la mujer ególatra, no soportan el brillo de nadie más, sólo “sus chicharrones truenan”, nunca estará preparado para compartir cámara o aplausos con otro, pues la figura principal es él, así que nadie a su lado puede tener brillo, llamar la atención o crecer, más que ella o él, y si llegara a pasar que a su alrededor alguien le roba reflector, hará todo lo posible por despedirlo, eliminarlo, separarse o hacer casi cualquier cosa para que eso no pase.

El ego desmedido, se conoce como el “Síndrome de Hubris”, que se muestra en las excentricidades de un sujeto enfermo, además del desprecio por las opiniones ajenas, debido a que sólo él tiene el saber y conocimiento, y lo que digan los demás no puede ser mejor nunca. Tal parece que la confianza exagerada en sí mismo, la imprudencia, la impulsividad, la desmedida preocupación por la imagen, el temor a la pérdida de su popularidad o estar constantemente alejados de la realidad, son una serie de características que posee el ególatra.

Se dice que, a aquél, a que los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco, sin embargo, en muchas ocasiones nosotros mismos hemos sido los encargados de crear o formar ególatras, al hacer sentir a uno o a más, insuperables, poderosos, dioses o semidioses, sabelotodo, líderes  indiscutibles, maestros de maestros, que cuando se la creen o al sentirse insensiblemente insuperables, deciden tomar el timón de una nave que los lleva al puerto del olimpo, de las ciudades de oro, rubíes, dólares, perlas y todo lo que les pertenece ( aunque no existan), pero que se creen merecer por el sólo hecho de existir.

Así como muchos no están preparados para gobernar, o para tener un alto encargo, también muchos otros no lo están para ser alhajados, y debemos tener cuidado de no hacer daño a quien en su primer triunfo lo elevamos tanto que no vuelva a poner sus pies en el suelo y se eleva a alturas insospechables.

Son muchos los ámbitos en los que encontramos seres tan desparramados por sobredosis de ego, que podrían llenar inmensos recipientes, presas, mares y lagos con su actuar, soberbio y prepotente. Aunque hay que saber identificar, para no confundir al hombre o la mujer segura con la ególatra, pues claramente los primeros les precede la sabiduría que les da certidumbre de lo que hacen o dicen, y los segundo que se creen pilotos, pero ni siquiera saben manejar.

Si hay un ámbito de la sociedad en donde podemos detectar a los ególatras, es en la política, pues ahí están los que, por ser presidentes, son sólo ellos los que deben salir en la foto, los que pueden salir en el comercial, a los que se les ha de aplaudir más, y si acaso alguien comienza a brillar para que ellos, o se les bloquea, se les deja de incluir o simplemente se les despide.

En la política, muchos se han olvidado que la o el Presidente, no lo puede hacer todo y que como en la vida el equipo hace la fuerza, que si bien hay un periodo en el que es quien ejecuta, ese encargo y por lo tanto esa tarea no es eterna, que, al vivir en una democracia, todo mundo tiene el mismo derecho a brillar por su empeño y dedicación, especialmente el creativo, la carismática, el sensible o la que es más entregada a sus labores.

Al aplaudir como focas, por todo, incluso por lo que está mal, al Presidente, a la Alcaldesa, al Diputado, a la Senadora, le estamos haciendo un daño que tarde o temprano, nos afectará, porque en lugar de procurar su análisis y crítica de las cosas, formaremos a una o un ególatra, que no se equivoca, que está por sobre los especialistas porque él o ella sabe de todo, y dado que su gente lo aclama, según lo quiere y admira, lo que haga está bien.

En gran medida por eso se dice que cada pueblo tiene el gobierno que merece, pues una población crítica y madura, no aceptaría que se gaste el dinero de sus impuestos en obras de mala calidad, en espectáculos que no cultivan, en grandes placas de inauguración, en comilonas para sus compadres, familia y amigos, en programas superfluos, o en caldos que salen más caros que las albóndigas.

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