Editorial

Despertar de la tierra

Creer en lo que no se ve

Nuestra mirada se queda fija en el horizonte, tratando de otear lo que hay más allá, nuestra mente divaga con la simpleza de una mente mortal, dormida con la programación de la cultura y la familia, cree que el cielo es un lugar específico, que puede ser tocado con las manos, que es paz y armonía, que hay arpas tocando hermosas melodías y que a tú llegada te espera un coro de querubines vestidos solo con una pequeña tela blanca, y suspiras, porque estarás feliz.  Cuando te toque andar ese camino, cierras los ojos y sueñas: sería hermoso que esa alegoría fuese así de sutil, sin embargo, nadie que haya muerto y que tuviese la suficiente credibilidad en la conciencia colectiva ha ido y regresado para contarnos.

Así mismo, nuestra mente intenta otros derroteros, el hombre mira la otra ventana, con la mirada perdida en el mismo horizonte, pero hacía otro punto cardinal le llegan otros pensamientos más cercanos a la ciencia, más cercanos a la espiritualidad neutra, a esa fe que no tiene un dios específico o dios con nombre, a esa espiritualidad sin filias. Las imágenes revolotean en su mente, los conceptos distintos se mueven en el pensamiento. Esos pensamientos caminan en el otro horizonte, en el que apenas vemos en la oscuridad del cielo, la oscuridad donde viven las estrellas y mis ideas, donde vive la luna y el sol, y nos preguntamos cosas que deberíamos saber, pero que ignoramos porque parecen vedadas, así simples nos llegan las preguntas, en toda la inmensa oscuridad que hay en ese cielo visible, que no es espiritual: ¿Hay más que solo estrellas, planetas, luna y sol?

 La pregunta resuena, me llena el oído y la respuesta me dice que no, que el universo es tan basto como lo es la tierra en su dimensión, como lo es un cuerpo humano, tan basto, completo y perfecto en su justa dimensión. Mi mente vaga entre luces, entre espirales, viaja en todos los colores conocidos, viaja en toda la geometría sagrada que hay encada conjunto de planetas, en cada cúmulo de estrellas, en cada galaxia, en cada cúmulo de galaxias, en cada sol, en cada conjunto de soles, y se sorprende de la inmensidad y se pregunta ¿Quién alimenta a toda esa inmensidad? Y me pongo a pensar en mí y quién me alimenta, y digo: -Yo mismo- y me río, el universo se alimenta por sí solo, pero necesita a algún productor, al proveedor de todo ese alimento, y solo se me ocurre pensar que el universo tiene a su tierra universal que lo provee de lo necesario. Nada escapa a la creación, aún escapa a nuestra imaginación, viendo cuan enorme es la inmensa cantidad de planeta.

Sé por lógica simple que todo el universo es vida, incluso una pequeña piedrecilla tiene sus ciclos de vida, el nacer, reproducirse y morir en polvo cósmico, mientras se dan las condiciones de integrarse al ain de la roca sólida, y volver a ser “alguien”, que solo es menospreciado por aquél que se dice animado, por aquel que se dice lleno de fuerza divina. Esa fuerza que nos hace ser uno con el universo. Esa misma fuerza es la que nos une a toda la creación, la que nos hace ser parte de esa pequeña piedrecilla, de ese nimio animal, al semántico ser sin alma, pero con más espíritu que el ser inteligente. Esa energía poderosa que nos hace ser únicos y especiales, distinto a todos e igual en la comunión del ser, cuando entendemos que somos uno, me pregunto: ¿Cómo será esa energía que no vemos, pero que la sentimos al momento de pararnos?

Esa energía invisible, llamada energía magnética que está explicada en la ley de gravedad, y que debe estar exponenciada en el universo mismo, y desde luego existe un destino del universo, sino: ¿Qué caso tendría la existencia del mismo? Evidentemente los hombres, nosotros, somos los únicos que nos creemos con el poder de cuestionarnos, no sabemos aún cuantos seres se preguntan ¿Cuál es mi destino? Quizá la mayoría de las creaturas ya lo sepa y el hombre sea el único que batalle con esto, porque alguna experiencia debe obtener para conocerlo, sin embargo, y a pesar de esa pequeña consideración, la energía es algo que no está a la vista de todos, al menos no del hombre común.

La muchedumbre solo deambula entre la incertidumbre de sí mismo y de sus vecinos, entre comer, dormir y aspirar a tener lo que sea, con tal de sentir que posee algo, aunque no lo necesite, aunque sepa que solo es prestado, aunque sea solo un ideal que nos obliga a permanecer, a estar en un lugar y no en todos, así como el agua nos obliga a regresar a la tierra donde este cuerpo fue creado, así nos obligamos a pertenecer a un pedazo de tierra. Cuando creemos lo contrario, aun así, el hombre lucha internamente por no querer salir del huevo mental que tiene y pueda desplazarse en energía por todo el universo, donde no existen fronteras, porque efectivamente en el mundo causal, y los mundos superiores, la necesidad de pertenencia desaparece.

 Pero como no estamos preparados para entenderlo aún, tenemos que creer lo que sí vemos, o al menos vemos la consecuencia de su existencia, como la energía magnética de los imanes, como la energía magnética de la tierra que nos mantiene en su superficie, o como la energía magnética que mantiene a la tierra anclada al sistema solar y esta que mantiene al sistema solar dentro de la galaxia y así, fractalmente se mantiene unido el universo en el caos que creemos existe, que es el verdadero orden universal.

 Así en nuestra pequeñez mental solo nos atrevemos a insinuar una pequeña pregunta: ¿Qué extraña fuerza mantiene a los planetas allí para que nos inspiren y nos mantengan vivos en este pequeño reducto de suelo? Los vemos lejanos, los vemos extraños, los vemos imponentes, los vemos extasiados. Se mueven, bailan y se sacuden en un inefable baile, unidos todos por un hilo invisible y lo único que se me ocurre es que están ligados por la misma fuerza invisible que nos une a ellos, la que nos da vida. La misma fuerza que nos une a la conciencia con el cuerpo, esa energía que no la sabemos tangible, que no la vemos, pero que estamos seguros está allí, circulando, siendo enlace, como las fibras del músculo, como los caminos dorados de las neuronas. Es la fuerza que une las dos polaridades en los imanes, como la fuerza que hace visible a la energía eléctrica.

Esa fuerza invisible, pero que en su actuar es tangible, es la que nos mantiene unidos a nosotros en el universo y al universo consigo mismo o con los otros universos, esa fuerza que nos hace hombres, que nos hacer vivir.

La vibración, unida a la fuerza magnética, nos hace ser seres superiores en percepción de lo invisible. No nos hace superiores a las demás creaturas, somos solo pequeños parásitos necesarios en el desarrollo energético del universo, y nuestra integración al universo se manifiesta cuando identificamos la vibración y la fuerza magnética en nosotros mismos, la fuerza vital, la Kundalini, el Prana, que a la postre son lo mismo, son las representaciones de la fuerza de unión con el todo, la podemos identificar, no tanto entender, en el momento en que nos conectamos con el universo mismo, cuando el bamboleo de la tierra se replica en nosotros, cuando nos cargamos de energía, cuando conectamos a la energía universal, el magnetismo de la tierra se replica en nosotros, y nuestro cuerpo refleja el bamboleo y refleja un sentido de fuerza distinto.

 Esa fuerza nos mueve sin que hagamos algún esfuerzo denominado consciente, de la manera en que entendemos la conciencia, que está empleada de manera incorrecta en nuestro lenguaje. Inconsciente es la conciencia dentro de nosotros mismos, allí es donde la fuerza universal se refleja, lanzando impulsos energéticos que hacen vibrar al cuerpo sin que haya algo externo visible que lo haga, es el principio de la kinestésia, que estudia el movimiento humano desde la percepción del movimiento universal, con el lenguaje que el universo tiene para el hombre, que es identificado y perceptible por todos los hombres, sin limitaciones.

Cuando identificas este poder en ti, el poder de la energía moviéndote, potencias las funciones corporales. Con está potenciación podrás adaptar la tecnología a tus movimientos poco comunes como las pupilas, para que la tecnología los identifique como necesidades. La kinestésia también puede ser llamada Cinestesia o Quinestésia, su significado deriva del griego kinesis, que significa movimiento, y aísthesis, que significa sensación, y es la sensación de movimiento, y efectivamente al conectarte con tu yo superior o con la energía universal, la sensación de movimiento se acentúa y se percibe de manera exponenciada.

 Científicamente se señala que esas sensaciones nacen de la lógica sensorial que se transmite continuamente desde todos los puntos del cuerpo al centro nervioso, lo importante es; que empecemos a experimentar el movimiento del universo en nosotros, como si fuese una conexión, que al menos nos dará una percepción de seguridad en toda nuestra manifestación de duda, porque al preguntarnos nosotros mismos sobre lo favorable de nuestro devenir, la Kinestesia nos dará un punto de partida hacia de lo intangible hacia lo tangible, la energía nos dará elementos para sentirnos parte de un todo, porque lo somos, pero ahora lo sentimos.

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