Despertar de la tierra
Despertar de la tierra
Las tierras que se van
La humanidad pareciera que solo vive para las apariencias. Busca poseer tierras y construcciones como si eso fuese el destino de una vida, a pesar de saber de su transitoriedad física, y que morirá y dejará de “poseer” esa tierra, y la tierra misma será su poseedora, de manera más precisa. Pero eso no le importa, piensa que la vida debe ser vivida escalando sobre los demás y demostrando a los demás su capacidad de poseer, aunque al paso de los años, cuando la vanidad ya no sea el objetivo y a nadie le importe si tiene o no algunas posesiones, y nadie lo tome en cuenta para ello, entenderá si ese era el objetivo.
Así, la vida del hombre actual se resume en esforzarse para obtener cosas y posesiones efímeras, como si las posesiones definieran a la persona, y la definen en su inconsciente, más no en las esferas superiores, y se reflejan en la tierra, y la vemos en forma de destrucción de aquello que es natural, y vive, a pesar de saber las consecuencias que se obtienen al destruir para poseer, como si las posesiones fueran eternas, como si la vida misma fuese eterna y sabemos que en la tierra, la vida de los hombres no lo es.
Las tierras son eternas: sí, la vida: no. Los hombres mueren rápidamente, la tierra continua. Los tiempos son distintos en la vida de uno o del otro; un ejemplo básico, son las tierras que “poseían” los Mexicas en los años 200 después de nuestra era, o la que poseían los Mayas también hace 1800 años, o las que “poseían” los Olmecas hace más de dos mil años, o las que “poseían” los Egipcios hace más de cinco mil años.
Ninguna de esas tierras le pertenece al dueño de aquellos años, ningún hombre de esos tiempos está vivo. Las tierras que les “pertenecían” a los hombres de todas las culturas ya idas, hoy no les pertenecen. Ningún Maya antiguo está hoy reclamando los estados de Yucatán, Chiapas, Campeche o Quintana Roo. Ningún propietario de los Purépechas que gobernaban hace 1800 años y que poseían los territorios de Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Guerrero, Jalisco y Colima, está reclamando las tierras que se suponía poseían.
De esa manera entendemos que nada de lo que estamos “poseyendo”, así sean tierras, nos van a durar más allá de cien años, si es que los vivimos, y si es que los compramos en el primer año de nuestra vida. Después de eso, nada quedará de nuestro cuerpo físico. El cuerpo prestado por la tierra, lo integraremos a ellas y las posesiones se quedan allí, donde estarán cuando el hombre muera, abandonados, o con un nuevo poseedor.
Nada cambia el hecho de que nadie se lleva algo después de la muerte, más que la información que se graba en el espacio infinito del espíritu oculto para el ojo “normal”. Como si todas las posesiones, incluida la tierra que no puede ser poseída, quizá eso solo sea una trampa de algo oscuro y oculto que hace al hombre destruir todo aquello que debe amar, y la falacia sea que debe destruir para “embellecer”, y que la belleza sea solo una percepción falsa para poder cambiar las tierras, modificar sus caminos.
Así, paso a paso las tierras se irán muriendo, desapareciendo y modificando. Esa oscuridad es fuerte, ataca a las mayorías, que hace que todos los hombres quieran poseer cada vez más, dejando de lado la verdadera belleza. Ya un atardecer no embelesa sino está aderezado con un hotel cómodo, ni los amaneceres son fantásticos si no están aderezados con una bebida de diseñador, las pequeñas flores de los pastos nativos no mueven la visión del enamorado de la vida, ahora lo mueve todo aquello que el hombre crea: un auto, un aparato, un edificio, una calzada, pero ya no más el bosque, la selva, la playa.
La tierra ha muerto para el hombre moderno, la playa es solo un espacio sentimental que es deseado solo una vez al año y metido con calzador entre las inútiles jornadas de trabajo, y que no se disfruta tan solo de pensar en el ajetreo del viaje y las compras que debe hacer, la playa será solo una foto y una postal. El bosque pasa por la misma crisis, los amantes de la naturaleza solo la desean para pasar un par de días, antes de regresar al tráfago de las enormes ciudades, los grandes monstruos que destruyen toda naturaleza, para creer que la vida es soñar que un par de días en la naturaleza es el premio por el esfuerzo que hace para sobrevivir a un sistema que lo oprime, cuando puede vivir toda su vida rodeada de árboles, con la naturaleza sin modificar, sin perder tierras, sin perderse a sí mismo.
¿Dónde estarán todas las tierras que se usaron para construir Pompeya y Herculano? ¿Dónde estarán aquellas tierras de los mundos míticos como la Atlántida?, quizá sean como el polvo de las estrellas: están en todos los seres vivos que caminamos hoy, caminamos ayer y caminaremos mañana; quizá solo se muevan de lugar por alguna acción natural como el desierto del Sahara, que año con año inunda el continente americano de sus fértiles granos, mientras los mares lo abrazan con cariño en sus límpidas aguas, limpiando las impurezas y aprovechando sus nutrientes.
Entiendo ahora que solo somos aquellos que sustituimos al que se fue y la tierra solo es una, que flota en un espacio confinado, modificando sus humores acordes a la época que debe vivir como ente viviente, que debe soportar toda la ingratitud humana. Pues lo que la afecta mucho es esa idea de “progreso” que tiene el hombre, que lo hace esparcirse como hongos en humedal por todos lados, construyéndose un futuro inmediato, sin pensar en los destrozos que dejará a su paso, por qué pensará que bien vale la pena el fin, sin importar los medios.
Gracias a ese pensamiento involutivo vemos grandes desarrollos inmobiliarios que destruyen kilómetros de selva y la ironía es que el hombre les pone nombres alusivos a esta. No tenemos que irnos lejos para ver la incongruencia del hombre y su mal usado desarrollo. Todos los pueblos tienen sus ejemplos mayores o menores, las construcciones surgen cual polutas de polvo a trasluz, volteen a su lado y encontrarán construcciones en proceso, destrucción de árboles, destrucción de áreas de cultivo, todos los ecosistemas están siendo destruidos, para construir, una ironía, para construir una “utopía”, que jamás será la ciudad de la paz, mientras pensemos que destruir es la única forma de construir.
Hoy, cuando las crisis empiezan a cobrar factura, cuando las enfermedades empiezan a diezmar humanos, la humanidad empieza a cosechar las consecuencias de sus acciones egoístas y las consecuencias son impresionantes, el desarrollo y la enfermedad van de la mano. Muchas veces he pensado que mejor sería quedarnos atrapados en la edad media, en pequeños caseríos construidos de rocas, madera y tierra quemada, con toda la naturaleza alrededor, sin el mundanal ruido y sus miles de teorías científicas explicando el por qué enfermamos y el por qué morimos, sin atacar la raíz, que debe ser: “el por qué tenemos una visión tan limitada que nos hace destruirnos creyendo que avanzamos” ¿A dónde?
La tierra es la que tiene la última palabra, nosotros solo somos pasajeros, como la mosca que iba encima de los bueyes diciendo “vamos arando”, así la humanidad, vamos hacia un espacio desconocido aún, al destino de la tierra, a otra tierra, muy distinta a la que nos entregaron, pero que es la misma, que ha sido embellecida por nosotros, para nuestro uso personal, y esa belleza está costando millones de vidas que no tienen ese dilema existencial, seres que solo han venido a cumplir una función y que solo tienen una casa y de la cual han sido desplazados porqué su tierra desapareció, ya no existe, ya no hay bosques, ni selvas, ni ríos, y quizá pronto, ni mares donde medrar.