Despertar de la tierra

Autor: José Luis Valencia Castañeda

SARS-CoV-2: la variante del miedo
Dormir en nuestros laureles, es lo que hemos estado haciendo desde
hace unos cuatro meses, la pandemia, las lluvias de granizo, las heladas,
los calores, los vientos llamados norte, las inundaciones, los sismos o los
tornados, no es algo que nos deje tranquilos, solo los dejamos pasar,
como pasamos los días, aceptando que a algunos nos llega la hora, y los
que sigan en este valle de lágrimas, se las debe de agenciar para poder
sobrevivir.

Los días aciagos aún no terminan, solo nos hemos acostumbrado al
dolor, a la desesperación y hemos actuado en consecuencia. Eso es a lo
que la psicología tradicional le llama resiliencia, es la capacidad que
tienen las personas para superar cualquier circunstancia traumática.
Aunque bien podría ser cualquiera, la felicidad repetida mil veces se
convierte en tedio, la vida debe ir caminando justo a la mitad, el hombre
debe ser un ser equilibrado.

Todo lo que ocasiona desequilibrio produce dolor, y de dolores ya
estamos hastiados. Más el mundo no distingue las emociones, la tierra
no sabe que existe el manejo de las emociones en el ser humano, ella
actúa en consecuencia, acorde a las necesidades simbióticas con el
universo y con los seres que la habitan. Todos son importantes, pero en
su justa medida, en su justo comportamiento, y solo aquellos que

realicen una relación simbiótica con ella, solo aquellos que entiendan el
fondo profundo de la palabra resiliencia podrán disfrutar la verdadera
felicidad que es vivir en la tierra, porqué en el camino que lleva la tierra,
será para el hombre bastante exigente.

Las pruebas que están surgiendo son rígidas y fuertes, nada hay bajo el
universo que no tenga un propósito elevado. Por más que la ciencia
empiece a justificar los acontecimientos, siempre habrá algunos que no
podrá, porqué no le cuadran los datos y tendrá que esperar a que se
vayan acomodando o extinguiendo para que se expliquen. Ese plan, o
propósito elevado, tiene más que ver con el tránsito de la tierra sobre el
universo mismo.

La tierra no es una pequeña gravilla orbitando alrededor del sol sin un
destino o fin específico, es una nave que nos alberga, y aquí somo
enormes, solo en nuestro ego. Un poco más afuera en el espacio, somos
seres insignificantes en tamaño. Pero en el universo no se miden a los
seres por tamaños, se miden por energías. Puedes ser un ser pequeño
de estatura, pero enorme en calidad energética.

Así es como las cosas empezarán a manifestarse, porqué la mentalidad
fatalista se está terminando, la fatalidad está empujando al hombre a
adaptarse a vivir con miedo, dolor y muerte. Pareciera que es producto
de un plan orquestado específicamente para ello, para generar miedo,
dolor y muerte, inclusive en los casos donde los fenómenos naturales
parecen salir del fondo de la tierra ¿Cuál será el plan de los sismos?
¿Por qué suceden donde lo hacen y no otro lado? ¿Qué plan tienen las
grandes heladas, las inundaciones, las sequías?

Algo, o alguien debe tener un plan mayor, como el que se vislumbra
desde la oscuridad en el manejo de una pandemia que está aún lejos de
terminarse, como si el hombre fuese la plaga que debe ser exterminada,
a la cual han fumigado con virus, que han simulado ser natural, y no,
empezamos en el 2019, con el “descubrimiento” o reconocimiento de que
estábamos siendo atacados, llega un virus, del cual ya éramos
conscientes de su existencia, el SARS-CoV-2, y que se denominó Covid-
19, y allí empezó nuestro destino a flaquear, el miedo empezó a rondar
en las calles, y las personas empezaron a morir, más por le miedo, que
por la propia enfermedad, la virulencia se propagó más por el miedo, que
por su efectividad.

Los científicos elaboraron tratamientos y vacunas casi de inmediato,
como si ya estuviese en el plan. Mientras la ciencia se desvivía en
vender la mejor vacuna, las variantes empezaban a desmembrarse,
aparecían una tras otra, hasta confundirnos y hacernos irrelevantes sus
nombres, que han pasado por mutaciones, linajes y variantes.

Las mutaciones son cambios únicos en el genoma del virus, los linajes
son grupos de virus estrechamente relacionados con un ancestro común;
por ejemplo, el virus SARS-CoV-2 tienen muchos linajes que causan el
virus COVID-19, las variantes es un código genético que puede incluir
una o más mutaciones, y de allí tenemos a las clasificaciones que
pueden incluir estas tres acepciones. Eso es lo que más tememos, que al
final no sepamos cuántas variantes, mutaciones o linajes haya, y que las
vacunas se vuelvan problemas de salud pública en su faceta de riesgo,
en lugar de factor de protección.

Que un día lleguemos a ser un mundo excesivamente vacunado, contra
un tipo de virus que mutó y que comparte biología con sus linajes y
variantes que pudieron ser combatidos con solo una vacuna, y que aquí,
los amantes de la conspiración salgan a reclamar que tenían razón y que
las personas empiecen a morir por exceso de vacunas que van a resultar
contraproducentes para la salud, no para los bolsillos de los dueños de
las farmacéuticas.

Al día de hoy, podemos mencionar, acorde a la Organización Mundial de
la Salud, que tenemos cuatro esquemas de variantes: de bajo monitoreo,
de interés, de preocupación y de grandes consecuencias. Las variantes
de bajo monitoreo, son aquellas que no representan riesgo mayor a la
salud, las que podrían ser consideradas como una gripe común, que al
tercer día se retira, entre ellas están: Alpha, Beta, Gamma, Episilón, Eta,
Iota, Kappa, Mu y Zeta. Entre las variantes de interés no se encuentra
ninguna.

Entre las variantes de preocupación están Delta y Omicrón, está última
tiene linajes B.1.1.529 y BA; aun no han descubierto variantes de
grandes consecuencias, y que bueno, ya que la variante Omicrón es muy
virulenta y de rápida propagación, aun en lugares donde no se reportan
viajes que pudieran haber provocado el contagio. La única variante que
no cambia es el miedo. Nos siguen bombardeando con noticias de
miedo, en estos días los noticieros han reportado la aparición de una
nueva variante de la Ómicron, ahora llamada BA.2, reportada por primera
vez en África y ahora en Europa.

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