Despertar Poético

Despertar Poético

Despertar Poético

Por: José Luis Valencia Castañeda

El yo pecador

Me he ido descubriendo, al grado de ya no conocerme. Antaño creía que la vida y el destino jugaban conmigo, yo era una simple marioneta colgada de los hilos del destino, y que la vida decidía cada movimiento que debía de dar y le pedía al destino jalar los hilos, hasta que se cansaba y pedía a las Moiras cortarlos, así cada uno desde su lado batían palmas y me pateaban con furia, una furia incomprensible para mi inmaduro pensamiento, un pensamiento soso e ingenuo. Creía que el mundo estaba plagado de personajes malos destinados a hacerme la vida imposible.
Hoy entiendo no es así, que solo son personas tristes e ignorantes del juego tal y como yo lo soy en menor o mayor medida, y ellos, están tan hundidos en su ideología, que su ignorancia es muy grosera, tanto que se ciegan ante cualquiera explicación científica sobre sus males, y si lo escuchan de algún ser mediático que tenga relativa fama y que pretendan ser como ese ser, lo creen a pie juntillas, y me confieso, yo también he pecado de ello, he creído muchas veces lo que la ciencia predica, he caído en el peor de los pecados, he creído en un dios redentor y punitivo.
Me confieso he pecado, he creído en que algún personaje embestido de líder nacional nos salvaría de todos los males sociales, me confieso he pecado, al creer que la educación del estado le daría libertad a mi pensamiento encapsulado en los mitos, he pecado, porqué he creído fielmente todos los consejos que los medios de comunicación me muestran, me confieso pecador, y sostengo mi cruz con la frente en alto asumiendo las consecuencias de mis acciones.
Ya no quiero culpar al destino, ya he crecido, ya no quiero culpar a la vida, he madurado, he decidido tomar las cosas como son, con una nueva libertad, con una nueva visión. Ya he puesto los ojos frente al sol y me he quemado las ideas, desmitificando a un sistema que me ha corrompido junto con los miles que todavía se sienten cómodos con lo que tienen y con lo que justifican ante ellos mismos que son, quizá sea la nostalgia de la vejez, quizá sea la nostalgia de un ser que al ser liberado no sabe que camino tomar.
Mientras a la vera de la rúa ve caminar a miles de seres afanosos en sus menesteres, confiados y decididos dirigen sus pasos hacia sus propias jaulas donde viven esclavos de sus propias ideas. Creen que si trabajan fuertemente la vida les sonreirá ampliamente. Lamento decirles que no será así, la vida no sonríe con esas acciones. He visto caer cientos de robles laboriosos ante el embate del tiempo.
Mi viejo, trabajó tanto y tan duro, que todavía me duelen las manos y la consciencia de verlo en retrospectiva cargar los grandes pesos en semillas y moral, el cargar con la responsabilidad de un hogar con hambre, pero con cierto grado de amabilidad y familiaridad que se extraña, y a pesar de todo ese esfuerzo, a pesar de las decenas de años de esfuerzo de trabajo duro, no es rico, y les podría mencionar cientos de ejemplos similares, grandes hombres esforzados y honestos que no son ricos.
No es necesario que hablemos de aquellos que, si son ricos y no se han esforzado muchos. Ellos tienen reglas morales distintas, y no son nada sanas, nada éticas, nada morales, que no vale la pena señalar, para no dar ideas. Quizá estemos equivocando también el concepto de riqueza, y que cometamos el pecado de llamar pobres a los viejos esforzados y luchadores, cuando en realidad al verlos caminar con pasos cansinos, lentos pero firmes y altivos, muestran una mente tranquila y en paz.
Esa es la riqueza que deberíamos ensalzar, quizá el sueño profundo, la paz mental, la paz en el corazón sean de gran utilidad, más que las posesiones. No es que esté en contra de las posesiones, se pueden tener todas las que la vida les entregue, sin menospreciar a quienes por alguna razón que ellos no entienden no las han recibido, y tener paz si se han logrado sin dañar a terceros.
Quizá lo que extraño no sea ni la riqueza material, ni la paz mental, quizá extraño algo más profundo y sutil, quizá me hace falta ver a una sociedad más honesta, más honrada, más leal, más respetuosa.
Quizá sea, que quiero que piensen distinto, quizá siento nostalgia por la falta de empatía, quizá siento nostalgia por no poder combatir la incultura y la ignorancia colectiva. Quizá sea eso. Mi pecado es no saber ayudar a la colectividad a encontrar el camino amarillo que los lleve a Jauja, he pecado de soberbia al no mostrárselo, si yo ya ando sobre él, y mientras rozan mis pies las baldosas amarillas, cierro los ojos a mi entorno, para sustraerme de aquellos que viven metidos en sí mismos, sin pensar que somos millones de almas en la búsqueda del sentido a la vida.
Quizá he pecado de fantasioso, de creer que todo es pecado, porqué me hicieron creer en el pecado, y quizá el pecado no exista, y que solo sean nuestros actos los que nos limitan y nos juzgan, y que una energía de polo contrario es la que nos regresa al camino con la misma fuerza con la que la ejercimos el caminar torcido; por ejemplo, si dañamos a alguien con nuestras palabras, esas palabras el día de mañana nos dañarán con la misma fuerza con la que las lanzamos, o quizá como decía Borges:
“He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer contra sí mismo: “no he sido feliz”, que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan despiadados. Mis padres me engendraron para el juego arriesgado de la vida, para la tierra, el aire, el agua y el fuego; los defraudé. No fui feliz. No fue su joven voluntad, mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte que entreteje naderías. Me legaron valor; no fui valiente. No me abandona, siempre está a mi lado la sombra de haber sido un desdichado”.
Quizá, y solo quizá, no he entendido el juego de la vida, ni he entendido los porqués de la existencia, o quizá la existencia misma solo sea una ilusión que no he sabido direccionar, y el pecado de ejercer mi poder en lo absurdo me pierda. Quizá como Borges, he defraudado a mis padres, no he sabido tomar a la vida con la seriedad de un adulto consciente, y me he perdido en la maraña de sandeces mundanas del poder, del tener y del ser algo que quieren que seas. En la medida que ellos te imponen, ellos son la gran muchedumbre que te juzga de soslayo si no cumples sus absurdas reglas.
Confiéseme pecador, que busca la redención en los caminos ya transitados por los grandes hombres, aquellos que se salieron de la rúa transitada por no soportar el enorme ruido de las palabras altisonantes y fatuas. En mi redención, tendré que ir de rodillas a algún santuario, pero no encuentro aún alguno que sea honorable, como para que merezca mi sacrificio, o quizá sea mi soberbia cegándome nuevamente, incitándome a formar parte de esa masa informe y moldeable que camina por la vida engullendo todo el mal que fue creado para mantenerlos unidos y dóciles.
Quizá sea solo mi percepción y que apenas me esté descubriendo a mí mismo, quizá solo sea mi percepción, quizá sea el equivocado, pero mientras mi ignorancia es apocada, el sentido de la vida se irá reforzando, con la prueba y error, como si la vida de los grandes hombres no fuese suficiente como ejemplo de virtud y tengamos que experimentar por cuenta propia, antes de perecer cientos de veces en el sin sentido de nuestra sociedad. Al menos sé, que hoy, no estoy en el mismo lugar de donde empecé.

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