Despertar Poético

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Lo que soñamos los locos

 Parte II

Caminar por un paraje solitario no es agradable para las personas denominadas extrovertidas. Esas personas necesitan a la multitud para ser o para sentirse parte de esa multitud, en opuesto de los extrovertidos, son aquellos que odian a las multitudes, que prefieren la soledad, pero esa soledad tiene la misma fealdad que el gusto de andar sobre las multitudes. Pero hay otro grupo, pequeño, desapercibido, que tiene el mal gusto de no coincidir con las mayorías. Yo me considero de esa pequeña parte, evito a los extrovertidos con la misma singular alegría que a lo introvertidos, esos extremos me molestan.

Evidentemente no tendrían por qué molestarme, esa es una deficiencia sicológica personal y la asumo con toda la responsabilidad, aun no logro superar esa etapa, así que seguiré peleando conmigo mismo cuando veo a aquellos que escandalizan con sus emociones en fiestas y con aquellos que se sumen en su mundo pequeñito de miedos y se aíslan, sé que existe un medio, una línea que pasa entre esos dos mundos, entre el escándalo y el silencio. Eso se llama equilibrio, así puedo pasar cómodamente entre los dos mundos, sin que me afecte el ruido ni el silencio de cada uno, solo así calmo a mi mente de las dudas existenciales que tiene.

Un día no determinado, caminaba por un paraje solitario, el camino de tierra tenía un color ocre que le daba un aspecto desértico, a los lados laderas grises escasa de vegetación. Sin embargo, no se sentía pesado, ni peligrosos, el camino, limpio, sin rocas, serpenteaba entre taludes y barrancos, era un suelo compacto limpio, de tonos naranja bajo un sol atemperado, era largo y serpenteante se perdía entre las colinas que ocultaban el horizonte. Caminaba sin prisa, sin destino aparente, solo siguiendo la senda. Me acerqué a una curva que se perdía entre la penumbra del lometón izquierdo, salvando la curva estaba una pendiente arriba que se me hacía cansada salvarla, pasé la curva y a lo lejos vi el camino, con cerros adelante, había una multitud haciendo fila, me extrañé que a mitad de la nada, entre montañas agrestes y semidesérticas hubiese muchas personas.

 Me dije -Es extraño, ¿Por qué habrá tantas personas en este lugar, no es bueno para reuniones tan extensas?, seguiré caminando, en poco tiempo estaré al lado de ellos- rodeé la montaña, siguiendo el camino y llegué al último de la fila, era un hombre macilento, de color verdoso, vestido de andrajos verdes raídos, escurriendo mugre entre sus manos caídas, su mirada sombría se posaba entre sus pies y el piso, miré al frente y la columna de personas se perdía entre una bruma espesa que apareció de pronto, un tac-tac acompañó el movimiento de las columnas, el paso acompasado de las personas se sincronizó. La persona que estaba frente a mí se movió, y la sustituyó otra con la misma actitud, parecía que el destino les había llegado y estaban resignados a cumplirlo.

 Caminé un poco hacía el frente de la fila, las personas no percibían mi presencia, su mirada dirigida al piso, los pies arrastrando.  Me paré con el talud del cerro a mi espalda, mirando el extraño espectáculo, la fila de personas parecía interminable, mientras avanzaba una persona al frente, otra llegaba a sustituirla, no veía de donde salían, ni veía a donde llegaban, ambos extremos de la fila se veían retirados y oscuros, sabía dónde había empezado la fila, por donde llegué, pero ya no veía esa orilla. Durante un buen rato veía el pasar de las personas sin que nada cambiara en absoluto su forma de caminar, ni la mía de verlos. Me recargué en la pared, volteando a los extremos, tratando de identificar hacia dónde dirigirme, si era hacía atrás, desandaría el camino, si seguía hacía adelante encontraría algo que andaba buscando, pero no sabía qué.

 La fila se transformó en un aparador, mientras decidía mi siguiente paso, era un vidrio sucio el que me separaba de la multitud. Todo se oscureció, el ambiente estaba raro, las personas verdosas se volvieron grises, sus ojos oscuros, incluyendo la conjuntiva. El paso de ellos se fue apurando, seguían arrastrando los pies, pero ahora más de prisa. Volteé hacia la parte de atrás de la fila y vi un pequeñito punto de luz, me erguí y alargué la cara para distinguir que era. La pequeña lucecilla se acercaba al punto donde estaba conforme avanzaban. Cuando la distinguí, era la cara de una pequeñita de unos ocho años, su madre la llevaba a rastras sobre la fila, me vio y se acercó al vidrio con cara desesperada, alargó una de sus pequeñas manos hacía mí: desesperada, su rostro lloroso, se volvía entre mi rostro impasible y el rostro perdido de su madre, su mano se difuminó entre el vidrio del aparador y apareció frente a mí con sus dedos extendidos y temblorosos intentando tocarme.

 Me levanté confuso y alargué la mano con debilidad y la deje ir, mi mente se debatió entre el deber moral de ayudar a alguien y el deber moral de dejarlos cumplir su destino, sentía que, si salía la niña de la fila, no sabría qué hacer con ella, si no sabía ni siquiera a donde me dirigía. La luz de la niña se iba apagando conforme se perdía en la fila que continuaba fluyendo. Me coloqué al lado del vidrio y comencé a caminar, quería ver el destino de la fila. La niña seguía brillando, volteó y me miró, sus ojos adquirieron un brillo enorme, el brillo de la esperanza. Intentaba zafarse de la mano que la aprisionaba y acercarse a mí, volteaba hacia los lados y hacía arriba intentando orientarme y saber dónde estaba o la hora del día que era, y solo veía oscuridad, esa oscuridad que en el camino le llamamos la hora cero, cuando ni oscurece por completo, ni es de día, pero aderezada con una niebla gris.

 Bajé el ritmo de mis pasos, con la intención de no alcanzar a la niña y darle falsas esperanzas. El camino seguía siendo compacto y limpio, mis pisadas resonaban fuerte como si hubiésemos entrado en un túnel. Detrás de mí, una mujer empezó a brillar, su cara gris tomó color, un rosado ligero, su mirada negra se volvió transparente y miel, me miró y forzó una sonrisa, sus manos empezaron a tener movimiento, levantó la izquierda y la dirigió hacía mí, en señal de ayuda. No entendía que me veían o como me veían, pero entendí que algo extraño pasaba en esa fila, en la cual no participaba. Durante largo tiempo caminé sintiéndome culpable de no ayudar a esas dos almas, sus ojos me molestaban, la súplica me molestaba, no entendía por qué no se salían solamente.

Un enorme zumbido llenó el espacio, parecía que cientos de panales de abejas se congregaran en un hoyo, me detuve para orientarme y saber de dónde venía. Lo que vi me erizó la piel, al frente había un enorme agujero negro, enorme, la fila caminaba directo al agujero. La niña lanzó su última mirada desesperada, con los ojos llenos de llanto y se perdió en la oscuridad. A mi lado pasó la mujer con los ojos color miel, triste y resignada, levantó su mano suplicante, pero no insistente, apreté los labios en señal de impotencia. Caminé al lado de ella tratando de entender su pena, al acercarme al hoyo vi un enorme remolino que se tragaba a las almas, caían y empezaban a girar cada vez más fuerte, siempre hacia el fondo, en el sentido de las manecillas del reloj.

 Me sentí culpable por la niña y la joven, decidí lanzarme al vacío para acompañarlas en su pena. Entré en el primer remolino, más este me rechazó y me lanzó al centro, el ojo de este. Allí se sentía una calma tensa. Ante mi empezaron a circular los rostros antes muertos y de ojos negros, ahora descompuestos, me veían con horror. El grito de Münch estaba representado con bastante precisión en cada uno de ellos, yo me deslizaba en el espacio volando, los veía, y no me impresionaban, la espiral se perdía en el fondo del abismo. Entre los rostros macilentos volví a ver a la niña, su luz iluminaba el espacio donde circulaba, su madre atada a ella, o ella atada a su madre en un entrelazado de manos mortal la guiaba al abismo. Se veía desesperada por llegar a donde quiera que llegase ese torbellino negro, ya no me insistió, solo me veía, esperanzada en que mi alma se ablandara.

 Mientras veía las caras rodando al mi alrededor, seguía volando, manteniéndome flotando. Decidí bajar más hacia la base del torbellino, y mientras bajaba, los rostros se empezaban a desfigurar, descarnándose poco a poco hasta quedar en huesos, hasta que eran desprendidas de su carne y huesos, y convertirse en un pequeño destello de luz se perdían. Los gritos de terror eran brutales, de los que solo quedaba un pequeño silbido cuando la última pieza del cuerpo humano desaparecía. Me imaginé llegar al Tártaro, o al infierno de Dante, bajando a los nueve círculos, donde purgan sus condenas los pecadores. Así flotando volteé la cara hacia el cielo, intentando descubrir el azul de los nueve paraísos, pero no se veían, me paré para intentar caminar y lo hice, mi alma no sentía el peso de la culpa. Al final la moral de dejar a cada uno de ellos cumplir sus penas había ganado, solo quedaba el resquemor de no haber salvado a aquellos que su luz no estaba por completo fundida.

 No sé si era la alegoría del infierno en la tierra, donde tienes que salirte de la espiral de decadencia en la que te metes siendo parte de la muchedumbre o era la representación de un infierno próximo a visitar, no se me han cumplido las premoniciones a como las entiendo, pueden ser las dos cosas, lo cierto es que  aún me pesa no haber dado una mano, al final no hay responsabilidades biológicas que cumplir, son solo las de la energía, y esa se está apagando paulatinamente en la sociedad, cada que da un paso al abismo negro de sus propias conciencias, para perderse en la oscuridad de una mente que ha sido copada por los entes de la maldad que los quieren esclavos de las emociones, para que al final una vez exprimidas todas ellas, solo quede un cascarón vacío, del que no hay posibilidades de sacar ningún provecho.

 Así camine sobre la nada, sobre el espacio negro, sin importarme ahora si alguien tenía luz, debían de hacer el esfuerzo suficiente para cruzar ese pequeño vidrio que los separa de su emociones, y poder dominarlas y flotar en el espacio, para poder sortear los peligros que la vida te da para que experimentes el despertar, si logras ese paso, nada te afectará, serás un ser libre, sin ataduras, ni arriba, ni abajo, flotarás en todos los cielos y en todos los infiernos, no te molestarán los fanáticos que te critican por no ser como ellos, ni te tirarán las adulaciones de aquellos que te admiran, entenderás que tu camino es ir al lado de ellos, que aprenderás de los sabios y de los ilusos, de unos sabiduría, de otros la forma de evitarlos, y hasta de ayudarlos en su afán de morirse un día antes del día aciago, mis pasos resonaban fuerte en el espacio, la oscuridad densa podía pisarse, cuando salí, el camino estaba libre, las personas habían desaparecido, las montañas claras y agrestes parecían alegres, por fin el cielo azul, quizá caminaría hacía arriba a conocer la santidad y sus portadores, quizá mañana regrese, con nuevos bríos, con nuevas ideas.

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