Despertar Poético

Despertar Poético

Lo que soñamos los locos. Parte III.

He llegado a una plaza que me recuerda a un poblado del sureste del país. Voy caminando bajo unos portales, en un amplio andador de adoquín, el piso es una cantera rosa, similar a los portales del centro de la ciudad de México. La sombra me pega en la cara, mientras el sol dibuja los arcos en el piso, y las bases de los portales se llenan de luz. Por los arcos sé que camino en una ciudad colonial, me llega la sensación que ya la he caminado antes, pero no recuerdo ni el día, ni el nombre de la ciudad, pero todo se me hace familiar, la calle, las personas, la plaza, los arcos, el quisco, todo lo he vivido antes.

La imagen de ese paisaje me recordó a un sueño que tuve hace algunos años. En ese sueño andaba viajando en autobús, rumbo al sur del país, pretendía llegar a una ciudad chiapaneca, con un nombre extraño, que no existe en la realidad. Las rutas se me confundían entre Chiapas, Campeche y Guatemala, y después con Belice. El paisaje que me llegaba era plano, con matorrales, oteros pequeños y selvas bajas, todo verdor. Estaba parado en un lugar con poca vegetación a la espera de un autobús, y hacía las cuentas sobre los tiempos de recorrido y que ruta me convenía más.

Para llegar a esa ciudad tomé un autobús que se suponía me dejaría en un crucero cercano a la ciudad, este lugar también se me hacía familiar, desde ese crucero debería tomar otro autobús con una ruta más corta, ya cercana a la ciudad que se perdía entre caminos que la rodeaban. Los autobuses que estaban y pasaban por ese lugar eran aquellos Dina de los ochenta, macizos, con suspensiones suaves y manejos ligeros. Recuerdo aún el chisteo de los compresores al frenar en cada curva. La empresa que proporcionaba el servicio no la identifico, aunque la razón me decía que debería ser un ADO, no lo era. Sabía en mi fuero interno que no había otra línea, ADO tiene el monopolio del transporte de pasajeros en el sureste. Los que veía frente a mí, tenían los colores de Tres Estrellas de Oro, entre guinda y oro.

 Uno de esos tomé y efectivamente me bajé en un crucero, recuerdo que eran solo el entronque de dos caminos unidos en “T”. Veía el pavimento claro, gris, detenido en sus orillas por un pasto tímido verdoso, amarillento, el terreno era plano, el día era soleado, ni se apreciaba ningún edificio cerca, a pesar de eso, sentí que debía caminar un poco para acercarme a una terminal, para tomar el otro autobús. Lo hice y llegué a una central, oscura y fea, muretes de concreto gris, que dividían el paso de pasajeros y los andenes, se veía sucia, mal iluminada. Bajé a los andenes y tomé el otro autobús, que me dejaría en la ciudad que buscaba.

Esa ciudad, al recordarla, es la misma que estoy viendo, en la que caminaba admirando su tranquilidad y belleza, que me generaba paz interior, pero no me supe el nombre aquella vez, hoy tampoco, pero estaba seguro de que era esta, la misma y que ya había estado en ella, todo me era familiar. Mientras caminaba con mis cosas bajo el brazo, pasaban los arcos a mi lado, dibujados con luz sobre el pavimento. De mi lado izquierdo había una pequeña plaza, con un quiosco central. La plaza estaba a un nivel más alto que el de la calle, como a unos cuarenta centímetros por encima de la calle, las personas se podían sentar sobre la banqueta estando en la calle. Me paré a observar el quisco, era una construcción de cantera rosa con techumbre de lámina verde, algo común en el centro del país, con sus escalones laterales para subir a su plataforma alta, tenía un par de personas arriba, algunos árboles verdes lo circundaban, a los lados; pero frente a mí no había ninguno.

 Mientras observaba el quiosco, pasó una señora con una falda azul, cabello peinado con una raya en medio y pegado el pelo negro a su piel, sus facciones trigueñas y sus rasgos propios de la región del sureste, volteo, me vio y siguió su camino, como si sintiese mi mirada posada en su caminar. Unos pasos adelante, caminé de frente sobre los portales, hasta donde estaba la entrada a un edificio por entre los portales. Allí es donde debíamos de sostener una reunión, la cual nos llevó a ese lugar. Allí supe que veníamos de la Ciudad de México a reunirnos con alguien, que nos entregaría un contrato de obra. También supe que me acompañaba Juan, volteé a verlo cuando me dijo:

  • Por aquí es, vente, vamos a adelantarnos- me dijo Juan, señalando un acceso sobre los portales a mi lado derecho.
  • Vamos -Le respondí, siguiéndolo.

Pasamos entre la gente que se arremolinaba en la entrada del edificio a comprar. El edificio era un mercado de artesanías, ya dentro del edificio había otro pasillo más angosto que el de los portales, pero que también tenía portales hacia el interior, parecía una casa colonial, de las que tenían patios interiores con arcos. A través de los espacios que dejaba la gente alcance a ver el patio, era un espacio abierto, amplio y limpio, sus piedras eran grises, contrastantes con las rosas del frente de la calle, la luz le daba de lleno, parecía que llegábamos a medio día, no se dibujaba ninguna sombra.

  • Por este lado es la reunión -me dijo Juan señalando hacía el frente.

Lo seguí entre la gente, mientras caminábamos nos alcanzó Joaquín, el que lideraba nuestro grupo y promotor de la reunión, lo vi alcanzarnos entre la gente, venía con unas carpetas bajo el brazo, su cara rubicunda y seria se diferenciaba de la cara de los nativos de la ciudad, morenos todos y sentados la mayoría a las orillas del pasillo frente a sus mercancías, había un murmullo enorme de la algarabía de los negociantes que dificultaba escuchar nuestras conversaciones, Joaquín nos alcanzó, y nos dijo:

  • Que desmadre el vuelo, por poco y ni asiento alcanzo.
  • ¿De qué se queja? Sí vino en Aeroméxico, es una de las mejores líneas, jodidos Juan y yo, que venimos en la de segunda, pero llegamos a tiempo -Le respondí.

Joaquín no sonrió y siguió caminando, Juan y yo llegamos a una esquina, donde terminaba el edificio, allí las artesanías parecían todas de ébano, brillante. Nos detuvimos a admirarlas, estaban colocadas sobre costales de henequén nuevo. La parte donde terminaba el mercado, parecía de un edificio nuevo, unos ventanales de vidrio enormes, dejaban ver la parte baja de la ciudad tras de ellos. Una de las ventanas abiertas dejaba pasar un aire fresco y reconfortante, también nos dejó ver que estábamos parados frente a un cerro, con un bosque verde y escasas manchas blancas que eran las viviendas, parecía que estábamos en un edificio alto. A lo lejos, sobre el cerro, se adivinaban los caminos y carreteras que se unían a la ciudad gracias a la falta de vegetación y su línea naranja serpenteante, una mancha gris dejaba al descubierto el talud de alguna ladera entre el verdor, Juan y yo lo miramos, mientras los vendedores nos enunciaban las bondades de su mercancía.

 Bajo mis pies estaba una pala enorme de madera y una especie de molinillo sin las ruedas que espuman el chocolate también enorme, levante el molinillo y vi su tamaño desproporcionado para el humilde propósito que debía de servir, el vendedor me dio el precio y me dijo que era de la mejor madera, y no lo dudaba, se sentía maciza y pesada, pero no sabía que uso darle y como debía de viajar en avión de regreso, sería una carga extra que no estaba dispuesto a pagar.

 Caminamos un poco a la otra esquina del edificio, allí el pasillo daba directamente al patio que vi al principio y se perdían los portales, frente a nosotros se veía la masa gris muy iluminada por el sol, las losetas limpias, le daban un aire de respeto. Las personas que lo habitaban respetaban su espacio, eso le daba un aire majestuoso.

Juan y yo, nos dirigimos a la esquina del edificio con la frente al pasillo de donde veníamos, allí vimos expuestos aperos de labranza, había una silla de montar, con su fuste negro imponente, colgándoles los estribos café y blanco, con adornos de yute. Un dependiente entró por la parte trasera que al parecer tenía una escalera para descender a los niveles inferiores que desde la calle no se ven, y traía consigo un objeto de palma, su forma de jarrón era enorme, apenas podía sostenerlo, nos lo mostró y Juan señaló:

  • Ese quedaría bien en el patio de la casa.
  • ¡llévatelo! -Le comenté.
  • No, esto de viajar en avión nos limita a cargar cosas voluminosas.
  • Yo tampoco puedo llevármela, o entra el jarrón o entro yo a la casa.

Reímos de buena gana, el dependiente se resignó a tener al frente a un par de mirones, al parecer estaba acostumbrado a tales personajes. Joaquín pasó detrás nuestro y se dirigió al fondo del pasillo, allí lo esperaba una persona, nos miró y nos dijo que esperáramos mientras atendía a la persona que lo estaba esperando. Vimos que se acomodó en una silla de boleado y empezó a platicar animadamente, supimos que esa persona era la que íbamos a visitar, la reunión era en un lugar común, rodeados de gente de manera anónima, Joaquín mientras se dejaba bolear los zapatos, o simulaba que lo hacía, entregó la carpeta y un sobre amarillo gordo, Juan y yo permanecíamos impasibles mirando la escena, mientras a nuestro alrededor las personas pasaban, veían, algunas compraban cosas pequeñas que envolvían en papel periódico y las metían en bolsas negras.

 Una señora con reboso gris, su cabello en una sola trenza, con falda café claro, se acercó a nosotros, nos miró y se quedó con la pregunta entre los labios, después dirigió su mirada a un dependiente y empezó a negociar una pieza, volteé a mi derecha para seguirla con la mirada, mientras ella iba metiendo la pieza en una bolsa de mandado. Al fondo, al final del edificio, donde se perdió la señora, dando vuelta a la izquierda, un gran ventanal dejaba ver la plaza. La sensación de haber estado antes allí me llegó nuevamente de golpe, ya conocía el lugar, pero algo me decía que era la primera vez que iba, pero esa sensación semejante a un déjà vu, me pasó frente a los ojos y me hacía sentir extraño.

De pronto no supe dónde estaba, mi cuerpo flotaba en un espacio enorme, girando en el sentido de las manecillas del reloj, y se difuminó el edificio, perdido en una bruma gris, mientras mi cuerpo solo energía subía en una vorágine de viento.

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