Despertar Poético

Historias Fantásticas

 Parte I

Ella se llamaba Elena, era una mujer hermosa, esposa de un mercader próspero. Juan era un vividor, un personaje que vivía de lo que esquilmaba, alquilaba un espacio en un edificio del centro de la ciudad de Salvatierra, era famoso por sus conquistas, aducía que tenía el encanto de Adonis, era guapo, siempre impecable en el vestir, conocía más de una palabra galante que derretía a las mujeres cuando se las decía al oído.

Elena no tenía hijos, a pesar de llevar tres años de matrimonio, su casa enorme y espaciosa, se le hacía aburrida, paseaba entre las habitaciones buscando en que pasar el tiempo. Inés, su dama de compañía, era hija de una familia venida a menos, tenía educación y cultura suficiente para mantener con Elena una conversación agradable y fluida. El marido de Elena la contrató para que le hiciera compañía mientras él salía de viaje, así no se sentiría sola y podría recibir menos recriminaciones a su regreso.

Inés y Elena solían visitar el Café del centro, se tomaban un té, con bastante ceremonia bajo sus enormes sombreros, mientras se llevaban la taza a los labios, de reojo veían a la gente pasar, hablaban poco, veían mucho, los domingos, sin falta asistían a la misa de doce, siempre de negro, las dos hermosamente ataviadas, sus caras llenas de afeites y su cuerpo untado de perfumes franceses.

Después de varios meses de viaje el marido de Elena regresó y quiso festejar el cierre de un buen negocio que les dejaría altos dividendos e invitó a la sociedad de alcurnia de Salvatierra. La casa de Elena se llenó de mozos y sirvientas. Ella trajinaba de arriba abajo intentando tener todo a modo y a tiempo para el festejo. Su marido se desvivía por ella, y ella le correspondía, el amor entrambos no se ocultaba a la vista del público, se tomaban de la mano cariñosamente, él le regalaba besos galantes en su mano y mejilla, mientras ella cual núbil doncella aún se sonrojaba.

Juan escuchó de la fiesta y presto se invitó, se inventó un oficio honorable en una ciudad vecina, se agenció de unas publicaciones francesas que había encontrado tiradas en la basura en un viaje a la Ciudad de México y que levantó más por tener algo que leer durante el largo trayecto, se acercó al boticario a pedirle ser su acompañante en la fiesta como su familia, Juan y el boticario tenían una historia oculta, donde estaban mujeres nobles involucradas. Esa complicidad hizo que el boticario aceptara llevarlo.

En la mente del boticario estaba solamente la necesidad de comer, beber y bailar gratis de Juan, y sabía que alguna mujer mal atendida por su marido yacería en su cama esa noche. Admiraba la maestría en el uso de la lengua de Juan, lo toleraba porque le hacía participe de sus bacanales, en los que aportaba las drogas que usaban para asegurar el deleite. Juan feliz de que el boticario lo aceptase de compañero, fue y lavó el mejor de sus trajes, lo planchó con esmero, lo llenó de almidón en los cuellos y espero el día, mientras en la casa de Elena, los preparativos seguían su marcha.

Llegó el día de la fiesta, los nobles y ricos de Salvatierra llegaban a la casa de Elena, todo era jolgorio y risas. Ella, elegante y hermosa lucía su cabellera negra en una cola adornada de concha nácar, sus rulos se acomodaban graciosamente sobre su espalda, dejando ver una tez blanca y limpia, sus ojos negros, brillantes deslumbran a los asistentes, que se desvivían en elogios ante la belleza y gracia. Para Elena era fácil desenvolverse entre tanta adulación, bastaba hacer una pequeña genuflexión, esbozar una sonrisa y agradecer, no se le exigía ninguna palabra. Su marido, unos pasos detrás de ella, tomaba del brazo a los ricos asistentes, compartía unas palabras sosas y los dirigía a los lugares asignados, estaba pendiente más de aquellos con los que podría hacer negocio que con los que solo tenían dinero.

 Juan llegó tras el boticario, Elena los recibió con una sonrisa y los hizo pasar, mientras su marido estaba platicando con el dueño de una mina, Juan miró a Elena y se quedó sorprendido, no había reparado en la belleza de ella, a pesar de decirse sabedor del nombre y dirección de todas las damas de la ciudad. Ella las acercó a una mesa ocupada en parte por mercaderes minoristas que se servían de su marido, con una inclinación se retiró.

  • Es hermosa -Dijo Juan.
  • No empieces -sonrió el boticario- esta mujer es decente, no se le conoce ningún desliz, ni un comentario negativo le hemos sabido, ni el cura ha sabido decir que fallo hay en sus confesiones, déjala. Mira, a tu derecha están las Rodríguez, sus maridos andan en Italia negociando las barandas del edificio de correos, vamos a acompañaras.
  • Espérate, primero comemos, después buscamos la manera de acercarnos.

Juan buscó con la mirada a Elena, que siguió en la entrada recibiendo a los invitados. Una vez terminada la recepción, se sentó dos mesas más allá de Juan. Ella le mostraba el perfil, Juan despreció las bebidas que le acercaban con tal de no perder detalle de Elena, miraba sus labios rojos de un carmín intenso, sus pestañas perfectamente curvadas y sus brazos delgados rematados en unos guantes de seda azules. Ella charlaba animosamente con las damas que la acompañaban, de vez en cuando el marido se acercaba a su mesa para dejarles un cumplido e invitarlas a charlar con más ímpetu.

Cuando el servicio de la mesa fue retirado, Juan se paró y se dirigió al baño, era solo el pretexto para pasar cerca de Elena y rozar su vestido con las manos, con un movimiento furtivo Juan rozó el hombro de Elena, esta sintió el contacto y se disculpó acercándose con la silla a la mesa, para dejar más espacio a los transeúntes, Juan agradeció la disculpa.

  • El error es mío madame, he sido un tonto, debí tener más cuidado de no molestarla, acepto su disculpa, espero usted acepte la mía.

Elena sonrió e hizo un ademán de restarle importancia al asunto y siguió en su plática. Juan se paró frente a una ventana, sacó un cigarrillo y empezó a fumar, sus pensamientos iban y venían entre nubes de humo, renegaba de su suerte, el dinero no le rendía, tampoco es que hiciera algo para hacerlo crecer, o para ganárselo, había fracasado más de una vez en hacerse de un par de herencias de amantes ancianas, las familias no lo habían permitido, pero hoy, cuando vio a Elena, no le importó la proyección del dinero, su mente vagaba en ideas antaño ajenas a él; ¿Se había enamorado?, en su mente era algo impensable.

Después de la fiesta, Juan era otra persona, se había obsesionado con Elena, empezó a seguirla y buscar cualquier pretexto para acercarse a ella, se informaba de los movimientos del marido, para acercársele de manera más segura. Un domingo la abordó saliendo de la iglesia.

  • Buenas tardes madame, me permite acompañarla unas cuadras.
  • No mi señor, soy una mujer casada, debe usted comprender que mi honor está por encima de cualquier pretensión.
  • Señora, usted debe entender que su hermosura es culpable de que los hombres caigamos a sus pies, así como me declaro el día de hoy, su devoto adorador. Su belleza causó en mí una aprehensión que me hace desfallecer ante su mirada, si me diese la oportunidad de demostrarle cuan grande es el amor que ha nacido en este mísero ser ante su inmarcesible figura.
  • Le ruego mi señor, que ahorre miel y halagos, en mí no funcionan, salvo que vengan de mi marido, el único dueño de mis deslices. Le ruego dirija su pegajosa palabrería a las buhardillas donde consigue sus favores. Por favor, permítame caminar ligara, sin la pesadez de sus palabras.

El rechazo lejos de desalentarlo, hizo de Juan un ser fúrico, ninguna mujer se le había resistido, ahora no sería la excepción, sin embargo, todos sus embates fueron sabiamente evitados por Elena, que cada vez más elogiaba a su marido, haciendo que Juan enfureciera.

 Llegó el día que Juan no soportó tanta defensa del honor y del marido hecho por Elena, que decidió deshacerse de él, así que entró furtivamente a la casa de Elena y buscó al marido y lo asesinó. Juan quiso aprovechar la circunstancia y cortejó a Elena el mismo día del velorio, al cual asistió compungido y falsamente molesto por el maldito delincuente que le había arrebatado la vida a un ser de luz. Elena desconsolada se retiró de la vida social, y poco a poco permitió la visita de algunos pretendientes, entre lo que no estaba Juan. Un día, Juan no soportó el rechazo y entró a la fuerza a la habitación de Elena, mientras ella bordaba junto a su dama.

  • Elena, si no eres mía, no serás de nadie, tú y tu dinero serán míos, de nadie más ¡oíste?, de nadie.
  • No Juan, no seré de nadie, solo de la memoria de mi marido y el dinero, es mío, tampoco será de nadie, mi marido y yo trabajamos para obtenerlo, deberías tener algún trabajo para ganártelo- lo dijo tranquila, sin voltear la vista de la costura.

Juan enfurecido sacó un cuchillo y asesinó a Elena. El cuerpo de la mujer quedó tendido en la cama, triste y blanco, con una tranquilidad espasmosa. La sangre escurría de su pecho en un pequeño hilito débil. Juan se volvió a la dama de Elena ¿Dime dónde está el dinero o te mato?

  • No lo sé -dijo la dama espantada-

Juan buscó desesperadamente por todas las habitaciones sin encontrar el dinero. La policía encontró a Elena sobre la cama, creyeron que estaba dormida, la dama los había alertado, fingiendo no saber nada del asesinato.

Pasados algunos meses, Juan fue visitado una noche por la dama de Elena.

  • Vamos Juan, te diré ahora sí en donde está el dinero; ¿Todavía te interesa?, no me lo puedo gastar todo yo sola ¿Vienes?

Juan cegado por la ambición siguió a la dama por los callejones oscuros, alejándose de la luz, como si se ocultara de alguien. Llegaron a la que fue la casa de Elena y entraron por la puerta de servicio, se dirigieron a las habitaciones grandes, bajaron a un sótano, la dama sacó una enorme llave y se dirigió hacia un viejo ropero de madera maciza, lo abrió y allí estaba un cofre con alhajas, la dama volteo y le dijo a Juan: ¡Tómalas!

Juan se quedó petrificado, cuando la dama volteó, era la cara de Elena que lo invitaba a tomar el dinero.

  • ¿Lo quieres o no?

Juan corrió despavorido, salió de la casa saltando una enorme barda y corrió por las calles de Salvatierra como poseso.

  • ¡Estas muerta, no puedes estar viva! -gritaba-

Juan fue internado en un hospital psiquiátrico, donde se suicidó al mes cumplido de haber entrado por última vez a la casa de Elena, del dinero aún no se sabe.

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