Despertar Poético

Despertar Poético

Despertar Poético

Lo que no ves.

Escribir alguna historia no es tan complicado, solamente se escribe sobre aquello que no se ve, por ejemplo, si quiero escribir algo de mi pasado, algo que me haya pasado realmente, como el cruzar el río Ibérica con creciente, pienso primero en aquello que no vi, no vi el agua de donde provenía, el río tiene tres afluentes principales, sabemos que los tres le aportan caudal, pero si llueve más al norte, podría ser de solo uno llamado El Salado, si llueve un poco cargado al oriente, podría aportar el río El Mirador, si llueve más al poniente de la parte alta, el que aportaría algo más sería el río Tepenahua, si llueve en toda la zona desde Opopeo hasta Ario de Rosales, las tres afluentes podrían llenar el cauce del Río Ibérica, y presionar mi regreso de la parcela, mientras me veo, parado, viendo como el agua charandosa corre río abajo, busco entre las grandes olas aquellos pedazos de vida que van con ellos, grandes troncos, matorrales arrancados de raíz, miles de hojas, arboles completos, mientras por abajo, las rocas ruedan, perfeccionando su esfera, el perro a mi lado, ladra nervioso, está a la espera de la orden para saltar junto a mí, aun hay tiempo para darle espacio al agua que reduzca su caudal, allá arriba, en el cerro, ha dejado de llover hace un par de horas, con otro par de horas será más sencillo cruzar, un valiente lanza a su caballo unos metros arriba, lo lanza a favor de la corriente, para que con el impulso llegue a la orilla en la entrada que hay, el caballo bufa, los ojos inyectados de sangre lucha por salir, sus coces son fuertes y constantes, las manos luchan por asirse del aire, salen patalea, lanza chorros de agua, el jinete aferrado a la crin, intenta dirigirlo, y se va de paso, no logra salvar la entrada, abajo, las ramas del pinzán lo atrapa, el caballo intenta regresar, el hombre espantado no sabe que hacer, desde la orilla le grito que regrese unos pasos y vuelva a lanzarlo a la orilla, más abajo se forma un playón bajo, donde el caballo puede afianzar los pasos, con gran esfuerzo, el caballo recula entre los remolinos que hace la corriente entre las ramas y troncos del pinzán que lucha por mantenerse en su raíz, que ya empieza a salir al aire, el caballo se lanza al playón, sus patas tocan el fondo, se ve como se esfuerza en salir, a grandes saltos toma la orilla, salió cien metros más debajo de lo proyectado, una vez afuera, el hombre se baja del caballo, le da una palmada y se tira en la arena, el cuerpo le duele, las piernas y los brazos se le han dormido y tienen un tremor intenso, su cuerpo bañado del agua del río, pareciera bañado en sudor, el caballo bufa, pero no se mueve, las piernas cual gelatinas lo están traicionando, se arrodilla y se tira de lado, su respiración está excitada, su corazón bombea sangre a destajo, corre a mil por hora, sus ojos se han cerrado, la cercanía con la muerte lo ha dejado exhausto, mientras yo, con mi perro, allá arriba, en la otra orilla espero pacientemente a que el nivel del agua sea más bajo, mi perro ve al horizonte, y cavila, analiza si es necesario o prudente lanzarse al agua y esperarme en la otra orilla, pero es leal, vivirá o morirá conmigo, esa cualidad solo la tienen los animales, los hombres no, ellos viven para el engaño y se llevan entre las patas a sus amigos leales, quizá deba quedarme a dormir acá, decía para mí mismo, o quizá sea más prudente recorrer diez kilómetros dando un rodeo y cruzar el puente de la carretera vieja, el caballo, allá abajo en el playón levantó la cabeza, el hombre yacía sentado, con las manos en las rodillas pensando seriamente en no volver a cometer esa imprudencia, más eso no le quitaría la idea de presumir ante los demás jóvenes su hazaña, y más si tenía un testigo allá del otro lado, un pequeño rapaz temeroso de la vida que no se atrevía a lanzarse al agua, y viéndolo bien, no lo voy a presionar, por poco y no la cuento, tomó la rienda del caballo y lo empezó a jalar, los dos con paso lento, y baja la cerviz se dirigieron al pueblo, voltearon a verme, para ver si intentaba seguirlos, pero no me llegó la valentía, mis brazadas no eran poderosas, servían para cruzar el río en días regulares, con algo de caudal, pero en esas condiciones no, el riesgo era enorme, allá van los dos seres con la cabeza gacha, deberían ir ufanos de haber salvado la corriente, esa marea que no cejaba de bufar, que no dejaba de lanzar grandes bocanadas de espuma es cada roce con las orillas, el zacate que estaba a mi lado, ya se había rendido, sus espaldas se habían curvado con el peso del agua, mis pies tocaban la orilla, que estaba muy alejada de la orilla a la que me habpia acostumbrado, estábamos a un par de metros por encima del cauce normal, y el ancho de diez metros, ahora era de treinta, la tarde estaba cayendo, y el nivel del agua no descendía, vi a lo lejos, que las nubes grises se tornaban negras, presagio de una nueva tormenta, el perro se me quedó viendo fijamente, como diciendo: -Ya lánzate y voy contigo, o si tienes miedo, vamos a tomar camino al norte, que ya hace hambre, así, que tomé una rama como bastón y le dije al perro -Vamos a caminar, que el agua no bajará en un buen rato, y si nos agarra la noche, no voy a saber por donde cruzar, la corriente nos mueve las piedras y nos deja hoyos que nos pueden sacar un susto, así que vámonos a dar un gran rodeo- el perro movió la cola como si entendiera, bueno, yo creo que si entiende, responde mejor que mis hermanos, antes de tomar rumbo al ranchito, voltee aún con la esperanza de ver el cauce bajito y poder lanzarme a cruzarlo, pero no, el nivel seguía arriba, hasta acá hasta la Parota que está arriba en la parcela, así que resignado emprendí el camino seguido de mi fiel escudero, que empezó a caminar rápido entre las hierbas, buscando alguna presa que le ayudara a paliar el hambre, algún ratón le sería de provecho, el sol empezaba a meterse, la noche me tomaría en el camino, me decía que sería de buena suerte, que por allá en Cajones me alcanzara alguna camioneta para que me diera un aventón y llegar más temprano, me tomaría dos horas caminar, eran las seis de la tarde aproximadamente, a las ocho de la noche estaría en casa cenando y contando la aventura de aquel valiente, los viejos dirán imprudente, pero se salvó, eso cuenta, sino, sería un fantasma más de aquellos que moran en las orillas del río, que deambulan espantando a aquel que cruza por la noche en esos parajes solitarios y oscuros, todavía se veía la luz del sol, así que decidí caminar más de prisa, para que la noche me agarrara en la carretera ancha, donde podía caminar con cierta confianza en el arrollo sin temer a caerme en las zanjas de la orilla, el perro caminaba tranquilo, era más rápido en sus carreras, caminaba unos pasos y se sentaba sobre su trasero y me veía como luchaba por alcanzarlo, tenía conmiseración de mí, más sin embargo, no me abandonaba, seguía firme a mi paso, las nubes allá arriba sobre el cerro de Tipitaro se empezaron a mover, caminaron raudas hacía el norte, dejando un cielo límpido, y limpio, el azul se hizo profundo, mientras el petricor me adornaba la nariz, me decía que ese olor y el de conchitas recién horneadas eran lo que la vida nos ofrecía para no sentir que veníamos en balde, no sé qué razón tenga la vida para hacernos sentir felices con esos dos olores, la lluvia llamaba a las conchas para saciar el hambre extraña que daba en esos días, era tan extrema y desesperada el hambre que da en el tiempo de lluvias, que solo se quita con un par de conchas calientes, es extraño, pero así sucede por acá, siento como que son los genes que traemos, aunque no sé hasta que tiempo se pierdan, porqué los antiguos Tecos, Chichimecas o Uacusechas que habitaron por aquí no conocían la harina de trigo, mucho menos el trigo, ese llegó con la llegada de los Castellanos, y bienvenida sea la harina que hace esa conchas, junto con el azúcar que también llegó con ellos, y el arroz que hace muy buenas morisquetas, ¡vaya!, nuestros antepasados solo aportaron el hambre, la comida los Castellanos, mientras caminábamos, le decía al perro varias sandeces, como: ¿Qué tal te caería un vaso de leche con pan?, el perro me veía resignado, imaginando que su amo se había vuelto loco, hablaba solo, y se respondía solo, porqué, efectivamente, me respondía que me caería bien, o una calabaza en dulce, o unos frijoles de la olla, mis pensamientos, fueron interrumpidos por el ladrar de otros perros que sintieron el olor del mío, este se acercó a mí en busca de protección, y yo con acto reflejo, tomé unas piedras del camino, mientras mi mirada se perdía entre las hierbas a donde dirigía la suya el perro, así juntitos y despacio caminamos hasta cruzar el patio de la vivienda, parecía que estaban solo los perros, no se veían humanos cerca, no había fuego, ni olor a comida, una vez alejados de los ladridos, caminamos más de prisa y más alertas, el perro escudriñaba todo, para él era un camino nuevo, no lo había recorrido antes, yo solo una vez lo hice, y sentía temor a lo desconocido, a eso que no se ve, pero que se siente en la piel cuando esta se eriza, allí por los Pichones me dio miedo, había escuchado antes historias de aparecidos, lo mismo que por el puente de la Parota, al menos aquí, por los Pichones aún había algo de claridad, así que me di valor, porqué las apariciones no les gusta la luz, prefieren la oscuridad, así llegamos al tejaban, las personas sentadas en sus porches ni atención nos prestaron, nosotros seguimos de frente, el perro iba alerta, por la cantidad de ladridos que salían de las casas, allí la carretera era más ancha, así que nos aventamos una carrerita, no era rival para el perro, que se sentía alegre y presuroso, quería llegar a casa, y todavía nos faltaba una hora, allá en la Parota, el río El Salado todavía rugía con fuerza, allí me convencí que fue la mejor elección, el perro sacó la cara entra las pilastras que hacen la función de baranda del puente, y ladró a la oscuridad, mientras seguía el camino, allá arriba, las estrellas empezaron a alumbrar, la luna en cuarto creciente nos empezó a dar un poco de penumbra, la suficiente para no rompernos la cara entre las piedras, a lo lejos escuchábamos las voces de las madres invitando a los niños a dormir, mientras nosotros ansiábamos tomar agua, comer y dormir.

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