Despertar Poético 

Autor:​​​​​José Luis Valencia Castañeda

El poder oculto de las palabras, ahora a la vista.

Hay una razón extraña por la que no soporto el lenguaje florido. Es tan extraña, que he terminado por extrañarme a mí mismo. Desde la infancia, mis oídos me han alertado sobre la “libertad de escuchar” y la “libertad de decir” que tiene el común de las personas, que usan con esa “libertad” las palabras con doble sentido moral, y maledicencia, que una vez conferidas, mi oído no las soporta. No importa si son lanzadas en forma de broma, no importa si son dichas con seriedad, el efecto es el mismo, mi conciencia las rechaza. 

Derivado de ese rechazo innato, decidí investigar algo al respecto. No parecía normal que sintiera rechazo por las palabras altisonantes dichas por otros, decirlas yo, era algo improbable, me avergüenza hacerlo, por un rechazo interno, como si tuviese a un ser dirigiendo mi lengua desde un cuarto remoto, que metía freno cuando se presentaba la primer letra o sonido de una palabra incorrecta queriendo salir, quedándose en la punta de la lengua.

La muchedumbre dirá que no hay palabras incorrectas, pero hoy, sé, de manera firme que sí las hay, que existen las palabras incorrectas, que existen las palabras oscuras, que existen las palabras que destruyen, y no hablamos de las palabras que se dicen en momentos de ofuscación, ni cuando se dicen en alguna discusión cursi a maneras de reclamo, que después producen sensaciones de ansiedad y depresión en quienes las reciben, esas son menores.Lo fuerte, lo que daña, es el lenguaje dirigido con intenciones de dañar, no de aplicar “justicia”, o “karma”, y nos hundimos en una maraña de sensaciones que son solo imágenes que nos creamos en la mente y de esa manera nos dejamos engañar por nosotros mismos.

Sabemos por la ciencia, que los sonidos que el hombre escucha son limitados y que esa limitación no permite tener un panorama amplio del conocimiento, creemos que solo las ondas que escuchamos son las que podemos escuchar y así caminamos por la vida, escuchando únicamente el ruido que el hombre hace para sí, sintiendo que el hombre mismo no pude hacer otra cosa, pero hay sonidos en bajas frecuencias y altas frecuencias que escapan al oído común, pues el silencio que conocemos, es solo la falta de ruido producido por la actividad del hombre. 

Una vez enfocados en ese “silencio”, podemos escuchar y quizá un día estudiando más; “entender”, el lenguaje que los animales usan para comunicarse y que pasan desapercibidos. Una vez acallado el ruido contaminante de la actividad del hombre, podrás escuchar a las aves, a los grillos, a los réptiles, a las abejas, a las moscas, a las hormigas y te sentirás parte de ellos, pues empiezas a identificar que tienen una lengua y que, si existe un lenguaje, debe existir alguien que la entienda. Siempre hay alguien que por curiosidad o por don entiende todos los lenguajes. 

Sería maravilloso ser el Champollion de las hormigas, o de los cetáceos. Todos al fin somos seres vivos provenientes de la misma fuente, sea natural o esotérica, sea de la tierra o del cielo, seamos físicos o espirituales, todos tenemos un mismo origen y compartimos todos los elementos químicos encontrados en la naturaleza. Lo único que nos diferencia es la jerarquía del espíritu, el avance existencial del alma. Los perros hoy, son un ejemplo de que somos hermanos, demuestran ser más humanos que nosotros, nos cuidan, nos dan cariño, nos demuestran lealtad, nos muestran confianza y entienden nuestro limitado lenguaje, y los tratamos mejor que a los propios humanos. 

Quizá entendamos que algunos deben retroceder a su experiencia animal para poder reiniciar sus mentes y hacer mejor el trabajo de humano, en un proceso que se antoja también natural, el de la involución, es adaptarse a los tiempos. Así pues, en mi incesante búsqueda de información que me ayudara a entender ¿Cómo justificar mi aversión a las palabras “groseras”, llamadas maldiciones?, y ¿Cómo concebir que los animales entiendan nuestro lenguaje?, encontré datos interesantes en un libro algo extraño para nosotros los comunes, pero algo común para los que profesan el ideal gnóstico, se llama “Logos, Mantram, Teúrgia”. 

En el menciona que las palabras tienen poder, tienen el poder de destruir o de crear. La creación mística dice que “el verbo se hizo hombre”, mediante el verbo fuimos creados, no como una herramienta que se piensa y se crea con todas sus virtudes, como una simple cuchara mencionada por Sartre en El existencialismo es un humanismo”, que cuando se crea, ya se sabe para qué va a servir, de que material va a ser, de qué material va a ser construida. Mientras que el hombre no, el hombre tiene que crearse a sí mismo mediante el verbo. 

Ese pensamiento me hizo analizar más profundamente el ¿Por qué? De mi rechazo a las “malas palabras”. No debo usarlas, por qué no son creadoras, son destructoras y yo vine a crear, a armonizar. No a destruir, para eso está el hombre común. No puedo superarme a mí, si estoy enfocado en destruirme. Por ello, las palabras de destrucción deben desaparecer de mi léxico, más debo de conocerlas, para poder saber su poder destructivo y saber protegerme y proteger a todos aquellos sobre los que tengo ascendencia.  

Así, me adentré un poco más en el libro de “Logos Mantram, Teúrgia”, para identificar un poco más mi aversión natural al mal uso del lenguaje y encontré algo muy interesante, dice que existen siete vocales que resuenan en toda la naturaleza, cada flor, cada montaña, cada río, tienen su nota peculiar, su nota síntesis y el conjunto de todos los sonidos que se producen en la tierra producen la nota síntesis de la tierra. Nuestro universo tiene dentro de sí un cúmulo de sonidos que producen la nota síntesis del universo y así en todos los grados.

Eso quiere decir que, si existe armonía, existe la desarmonía, y las palabras altisonantes mi cerebro las identifica como desarmonía, no vibran adecuadamente para mí, no traen la nota adecuada, ¿Las personas que las usan, están desequilibradas?, podría ser una de las explicaciones de por qué el mundo está descompuesto en la moral, hablando del mundo de relaciones humanas, los animales no están dañados, porqué nuestras notas vibratorias no los alcanzan, sino, estaríamos peor de lo que estamos. Lo preocupante ahora es, que sí estamos involucionando hasta convertirnos en seres desalmados y que nos empecemos a llamar animales en similitud al uso primario del instinto de supervivencia y no del intelecto, será nuestro declive y nuestra desaparición. 

Aunque, gracias a leer algo de historia, sé que no desapareceríamos todos, quedarán pequeños grupos que tendrán la responsabilidad de reinventar al hombre, los animales seguirán haciendo sus cosas de animales sin ningún cambio, ese es su destino, esa es la experiencia en la que vienen a participar en este plano, esta alegoría se asemeja lo que se ha escrito de los antiguos Mexicas, que una vez instalados en las riberas del Lago de Texcoco, o el Lago de Pátzcuaro, o el Lago de Yuriria, estaban solos, aislados, en el malpaís. 

Una vez que su pueblo desapareció y solo quedaron pequeños grupos que encontraron la tierra prometida, y de allí crearon las grandes civilizaciones que les sucedieron, tal y como estamos experimentando hoy, nuestra edad de oro, que el día de mañana se reinvertirá y seremos nuevamente la edad de piedra, una vez que seamos recortados a la cantidad mínima, y a repetir la misma historia, y a recordar nuevamente que las vibraciones se hacen sonidos, los sonidos palabras y las palabras crean, esperemos que regresemos más inteligentes, más fuertes moralmente, alejados de la violencia y la maledicencia que nos atosiga hoy. 

En el libro del “Logos Mantram, Teúrgia”, nos dice pues que todo el universo tiene sonidos, todos los planetas tienen su nota clave, con la que se entona la melodía macro universal, llamada “la música de las esferas” de la que habla Pitágoras, y esos sonidos son producto de siete vocales: I, E, O, U, A, M, S, con las que podemos entonar nuestras notas, todos tenemos nuestra nota clave, todos en el universo tenemos nuestra nota clave, si un músico logra identificar nuestra nota clave, y la toca, prolongándola hasta el máximo, nos puede destruir con la muerte. 

Con la nota clave puedes destruir toda muestra de vida, en este libro ejemplifica la forma en que el sonido crea o destruye, por ejemplo, el sonido del cañón destruye los vidrios de una ventana, más una palabra llena de amor, suave, apacigua la ira, con la palabra, podemos dominar a la naturaleza, la naturaleza humana puede dominar a la naturaleza animal, bastará mantralizar SUA, para ahuyentar a una perro furioso, con mantralizar la letra “O”, podemos tranquilizar a un burro o a un caballo, este mantram lo han utilizado nuestros campesinos de manera inconsciente, y saben de su efectividad, lo mismo el mantram “CHIN”, lo han usado desde tiempos inmemoriales para llamar a los cerdos. 

En mi niñez creí que se les decía CHINOS, a los cerdos para llamarlos, pero ahora sé que es “CHIN”, repetido muchas veces, estos sonidos son efectivos, los comprobé personalmente. Entiendo pues, que mi conciencia no me permite maldecir, ni siquiera con el pensamiento, pues eso podría destruirme. Si de alguna manera caigo en contradicción o incongruencia, mi mente me hostigará hasta lograr perdonarme a mí mismo, pues no puede ser que con la misma lengua bendiga a Dios Padre, y maldiga al hombre, que está hecho a semejanza de Dios. 

El hombre común, que mantiene un patrón de conocimiento general no puede refrenar su lengua, no sabe que está llenando el costal de veneno para su conciencia, no debemos caer en la provocación de la lascivia verbal, un árbol de magos jamás dará espinas, así una lengua dulce, no lanzará palabras de amargura, dejaré pues que mi consciencia guie mis palabras, tiene más tino que mi mente, no vaya a ser que el veneno corroa mis entrañas, y a mis años ya no vale la pena, mejor le sacaré el valor enorme de positividad que tienen, antes de ahogarme en las miasmas de la oscuridad. 

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