Invenciones del alma V
Invenciones del alma V
Acróstico
Las perspectivas de Hugo
Encuentro a la noche como un momento ideal para sucumbir a los terribles placeres de mi constante pensar. Bebo un café colombiano, un regalo de las travesías de mi madre alrededor del mundo. No temas, es ligero. Comentó cuando lo dejó en mis manos. Podrás dormir la noche que lo consumas si careces de motivos para adentrarte en tu profundo insomnio. Mencionó antes de partir. Aprecio desde mi asiento la danza de las cenizas dentro de la chimenea. Mis ojos se iluminan con el rojo arrasador que abunda en la habitación. Las paredes, los muebles, el suelo y el techo son hogar del oleaje rojinegro.
Tenía el pensar en su mirar, y en su mirar se consumía la vida, y entristecía con cada ceniza. Mientras bebía su café sus ásperos y oscuros dedos giraban lentamente el vaso caliente. Su respiración pausaba su curso, parecía que con eso deseaba seccionar su vida, dividir su existencia. Pero para entonces, en aquel momento de la cálida noche, el recuerdo de su madre y sus presentes disipaban todo temible deseo por llamarla una vez más, distrajo momentáneamente su deseo de morfina.
Ella, aquella lejana mujer, es vida en la muerte, es luz en la noche, es inicio y final, es todo lo que tú siempre deseaste. Cada momento que recurres a su recuerdo es bello, porque te concibes bello ante ella. Ella escapa entre tus manos, pero insistes por encontrar la esencia de su tacto en el viento que fue suyo, pero que dejó hace mucho tiempo atrás. Y deseas tenerla una vez más, deseas que el tiempo goce de la quietud celeste, que la vida deje de perseguir a la muerte. Pero, después de todo, nada detiene su curso, como tú no puedes dejar de encontrarla en cada rincón de la existencia.
Retorceré mis posaderas por toda la habitación. Sucumbiré ante el deseo una vez más. Pensaré y dolerá. Rozaré cada centímetro de mi cuerpo con los filos mortales de mi alcance. Porque el recuerdo siempre dolerá. Dolerá volver a cada instante recorrido. Dolerá vivir sabiendo que una vida sin ti me aguarda. Me levantaré de mi asiento, caminaré directo a las llamas del dolor e insertaré mis brazos en ellas. Quemaré mi dolor frente a ti, porque serás el mismo fuego que alimentará cada uno de mis actos. Contemplaré mi herida piel, y sabré que el dolor mortal no se asemejará jamás a tu eterna ausencia.
Nadie habló de sus actos. Nadie hizo preguntas. Porque el brillo de sus ojos ante los demás era inmenso, capaz de engañar a aquellos que dudaran de su inconmensurable luto. Nadie dimensionó que la vida se le fue dos veces: la primera fue cuando ella murió, y la segunda cuando él descubrió que no podía continuar sin ella. Nadie imaginó que su realidad era exhaustiva, pues su sonrisa consolaba a todos los presentes. Quizá no lo hizo por engañar a los demás, quizá lo hizo intentando regalarse un rayo de luz en su alma muerta.
Otorgas un regalo a tu corazón. Las lágrimas navegan en tu rostro, pero el dolor comienza a desaparecer. Tus brazos calman su ardor. Tu boca borra lentamente su expresiva tristeza y dibuja tu engañosa sonrisa. Te levantas del piso, dejas atrás tu postura arrodillada. Te diriges eufóricamente a tu habitación, pues es momento de escucharla una vez más. A través de tu ventana el sol refleja su naciente presencia, pero lo ignoras porque algo más radiante te espera en el teléfono. Estiras tu brazo para alcanzar la llave sobre el muble de la ropa. Y entonces tu estomago se retuerce porque ahí está la lleve que guarda tu mayor tesoro. Tu mente vuela de alegría. Tus brazos tiemblan a medida que te acercas al cajón cerrado. La llave gira suavemente. Tomas el teléfono y junto a él hay una foto de ambos. Observas la fotografía mientras presionas el buzón de voz. Suave y melodiosa, delicada y cautivadora. Bella, tan bella mi Isabella. Piensas mientras escuchas su mensaje de voz, piensas antes de partir junto a ella.
De parte de tu amada
Hugo, amado mío. Conoces mi afición por embellecer cada palabra que dirijo a tu persona.
Ojalá la presencia nos regale la dicha de acompañarnos ahora y siempre, pero el día de hoy estoy lejos de ti, y a pesar de eso te siento irrealmente cerca.
Me enloquece la idea de sentir tu calor nuevamente, de sonreír frente a frente y vivir solo para ti, mi amado eterno.
Bendigo cada momento el instante en que cruzamos miradas aquella tarde de otoño, cuando las hojas caían al ritmo del suave viento, pero nunca tan suave como tus palabras y tu compañía.
Rezo internamente por tu alegría, tu salud y plenitud. Pero me he de reconocer egoísta, porque rezo por vivir siempre a tu lado.
Eres brillo para mis momentos de éxtasis, luz para mis días nublados y, sobre todo, eres mi adorado complemento.
Epilogo
Se abrazan en el cielo un par de estrellas. Iluminan delicadamente al amanecer.
Oscurece la tristeza, el nuevo día está hecho para ellos.
Los amantes superaron los límites que el cielo erigió con la tierra.
Intensas son sus risas, miradas y caricias. Eterno fue el tiempo que vivieron sin ello.
Tiembla el pecho de ambos, ahora polvo de existencia.
Ahora respiran su esencia en donde los mares son lejanas manchas azules, en donde el viento es caricia de insectos.
Regocijan de alegría, inundan con su felicidad.
Impaciente, el hombre eternamente solitario, se consume en la eterna compañía de estar más vivo que nunca.
Olvido, en olvido la tragedia permanece, pues en la muerte vive su único complemento.