Invenciones del alma VI

Invenciones del alma VI
Je t’aime es “te amo” en francés
El reloj marcaba las cuatro de la mañana. El insomnio me persiguió hasta el otro lado del mar, en tierras frías, en donde las voces son diferentes y cautivadoras. Tomé un abrigo y me dispuse a caminar entre las heladas calles de Paris.
El viento de la madrugada soplaba diferente, como el instintivo eco de una insaciable búsqueda. Refugié mis mejillas detrás de una cálida bufanda negra. Mi presencia asemejó a una sombra firme y constante, como los rumores del alma en donde permanece la vida sin muerte esperando a morir. Las luces que iluminaban el camino a la pirámide del museo dotaron de extrañeza mi andanza. Pensé, deseando no pensar, que mi última noche en París debía ser diferente al resto de mis días, sin ataduras, sin temores. Deseé tocar la superficie el museo, palpar cada construcción francesa para sentirme presente en un periodo de ausentes vivencias.
De mis ojos brotó una diminuta tempestad, un respiro del alma. Sonreí al entender que, después de todo el sufrimiento y búsqueda de serenidad, estaba respirando el mismo aire que la torre, que mi arte convive con las vanguardias francesas, con los enormes ideales que perseguí toda la vida y que, después de veintiún otoños, caminaba al lado de frescas y dolorosas creaciones como las mías.
Escribí Rituales a mis veinte años. Me enamoré del otro rostro de la locura, ese profundo ímpetu por crear y adorar los oscuros rincones de la mente y las abominaciones humanas. Cada noche, durante treinta y un días, escribí un capítulo para la que sería mi primera novela. Deseaba saciarme con cada abominación de Antonio Laurent, encontrar placer en donde él encontraba su éxtasis más grande: transformar el doloroso sufrimiento en arte, en sus adoradas pinturas.
Ahora camino las mismas calles que él recorrió, asemejo su vestimenta oscura y pulcra. Me dirijo a los jardines en donde pensó tantas creaciones, tantas atrocidades. Tullerias es diferente al amanecer, carece del anonimato de las personas, adopta la fuerza de la agonizante noche y el naciente día. Es como caminar entre la vida y la muerte, con quienes estoy pelando desde hace unos ayeres.
Observo desde lo alto la fuente central. El día ha vencido a la noche y puedo observar desde más allá de mis ojos, desde lo más sentimental de mi alma, que el rumor del viento ahora se impregna de amantes, de caminantes que se disponen a sonreír como si su existencia se resumiera en eso.
Ambos corren elevados en un éxtasis indescriptible para mí. Ignoré la ligera briza hasta que los vi cubrirse con el abrigo del hombre, un hombre con presencia perspicaz, como si buscara cualquier motivo para sonreír perdidamente, o si tal motivo lo encontrara frente a él. Su cabello cobrizo se ilumina con los rayos de sol que separan lentamente a las nubes parisinas. Su perfil es firme y pronunciado, pero pierde imponencia cada vez que mira a su pareja, una mujer de hermosos ojos y cabello corto. Su mirada es ligeramente dócil y penetrante al mismo tiempo. Su sonrisa luce eterna, radiante y carismática, ladrona de desconsuelos. Me sorprende apreciar la dualidad de ambos y cómo cambia radicalmente cuando se miran. Visten de negro, abrigos largos, con pantalones de mezclilla oscuros y zapatos casuales. Caminan por las veredas con vivaz alegría. Entre sus risas se abre paso la indescriptible y cautivante brillantez de un amor que se extiende infinitamente en cuatro letras, pero que son suficientes para el sentir humano. Al llegar a la fuente comienzan a jugar. Ella intenta besarlo mientras él se aleja cada vez más para hacerla enojar. Su mañana es hogar de afecto y sonrisa. El tiempo avanza y deciden levantarse. Juntaron sus rostros para formar una sola sonrisa y plasmar su momento en una foto. Después caminan abrazados, ella recarga su cabeza en su hombro y continúan hasta perderse.
Reconozco en este momento que, la oscura presencia no alberga dolor o pesadez. Hoy el sol no brilla tanto como ese par de sombras enamoradas.
Me siento en el mismo lugar donde estaba la pareja de sombras. Saco la libreta del bolsillo de mi abrigo y comienzo a escribir fugaces pensamientos, siempre fugaces, como el dolor, como la vida, como la felicidad y el amor.
Rayo incontables veces mis escritos. La gente sigue su camino. La vida sigue su curso y dentro de mi alma busco las palabras adecuadas para describir tal momento, tal amor. Observo a la nada durante un breve instante. Suspiro y miro al cielo. Divago otro instante. Pienso en la belleza de la noche, la belleza de perderse en las armonías del alma. Entonces pienso en perderme, perder el fulgor por la sombra que me acompaña, esa que me ama hasta que las rosas secas y las aguas profundas del final de la existencia sean uno mismo. Me pierdo en el arte, la sombra latente a mi costado. Lentamente animada, con ojos presentes y toques del amor de Julieta. Porque muero por ella y muero por ambos. Muero por vivir, y en la vida encuentro a la literatura como un abrazo al alma, un reconfortante regazo para mi camino de escritor. Un camino en donde puedo enamorarme de la locura más atroz o la prosa más íntima. Porque hoy estoy aquí gracias a las invenciones del alma.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A %d blogueros les gusta esto: