De héroes médicos a apestados

-La triste realidad a la que se enfrentan trabajadores de la salud.

Por:  Marina Vilchis Herrera.

H. Zitácuaro Michoacán. – No hay ninguna razón, ni excusa o pretexto posible para atacar a quienes nos protegen, nos salvan la vida – arriesgando la propia – o se exponen cada día para asegurarnos los servicios mínimos que necesitamos.

El miedo, en ninguna de sus formas, es pretexto suficiente para esos ataques. La ausencia de empatía, el egoísmo abismal y la ignorancia, sí. Porque, como escribiera Albert Camus, “la estupidez insiste siempre”. Y se muestra reacia a escuchar razones, ya que su estandarte siempre ha sido la irreflexión”.

Hannah Arendt, una filósofa que tuvo que huir de la Alemania nazi, conocía de cerca este fenómeno llevado a su máxima expresión. Nos alertó de que “la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales”. Lo que los condujo a convertirse en criminales fue “únicamente la pura y simple irreflexión. Una curiosa y verdaderamente auténtica, incapacidad para pensar”.

El aviso de Arendt cayó en saco roto, porque sus palabras eran mucho más aterradoras que las propias atrocidades que cometieron los nazis, ya que nos enfrenta a una terrible verdad: la incapacidad para detenerse a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones o para ponernos en el lugar del otro, es lo que puede arrebatarnos nuestra humanidad y hacer que cometamos acciones deleznables.

Es la tendencia a seguir consignas sin reflexionar, como colocar en la puerta de casa un cartel con arcoíris sonrientes y el mensaje #quédateencasa mientras pides – tranquila, innecesaria e inconscientemente – la pizza a un repartidor a domicilio.

Es la tendencia a seguir creyendo que somos el ombligo del mundo y que el resto de los mortales deben amoldarse a nuestras necesidades. A querer aferrarnos a una seguridad que no existe. Y enfadarnos, cual niños pequeños, con aquel que nos recuerda que somos vulnerables, que la enfermedad y la muerte pueden estar a la vuelta de la esquina.

Es la tendencia a buscar culpables que se puedan palpar, oír y, a ser posible, también atacar – si llega el momento-. Es la tendencia a escurrirnos por la “corteza de la civilización”, como la describiera el periodista Timothy Garton, ante la menor sacudida social. Perdiendo no sólo los puntos cardinales que rigen las relaciones sociales, sino también los valores que distinguen a la humanidad.

El rechazo lo que más duele

No puede faltar, las pintadas, los carteles y las amenazas de desahucio por temor al contagio se consideran delitos de odio y es que nuestra cultura deja mucho que desear hacia los médicos. Y como tal, son susceptibles de ser denunciados, reprobados, perseguidos y castigados. Pero lo más terrible para quienes sufren este tipo de acoso, es que aquello que hasta hace unos días era impensable e enigmático ha tomado forma y en algunos lugares amenaza con normalizarse.

Lo espantoso, es que esas personas que están arriesgando su propia vida, la mayoría no por un sueldo sino por conciencia y responsabilidad, y la mayoría de  las  personas no entiende que se les hace un favor al atenderlas,  porque de   igual forma ellos arriesgan su vida y al contrario, han sido heridas en el momento en que son más vulnerables. Esas personas han sido humilladas, apartadas y rechazadas por quienes hasta hace poco formaban parte de sus círculos de confianza. Han sido rechazadas por hacer su deber. Por ayudar. Por salvar vidas.

Y eso genera primero un desconcierto enorme y después una ira infinita. Genera tristeza. Hace que quieras tirar la toalla. Hace que te preguntes por quién estás luchando exactamente. Y, sobre todo, si vale la pena todo ese sacrificio.

Porque el personal sanitario no está compuesto por héroes con una coraza a prueba de balas. Está compuesto por personas que realizan actos heroicos. Pero esas personas también sufren por las humillaciones y el desprecio. Porque ahora mismo son extremadamente vulnerables psicológicamente.

Entonces, es importante que todas esas personas se sientan cubiertas por la otra parte de la sociedad. Esa parte que, aunque también tiene miedo, sabe guardárselo para apoyar al más débil. Que también está cansada, pero saca fuerzas para regalar una sonrisa. Aunque vive en la incertidumbre, como todos, sabe transmitir seguridad. Esa parte que piensa. Que valora. Que no se adhiere a eslóganes de vida corta, sino que busca la manera de aportar su granito de arena.

Lo poco que nos corresponde aportar en este momento consiste en apoyar a todos los que nos están apoyando. De manera incondicional. Hacer una barrera contra la ignorancia. Ponerle la zancadilla al egoísmo. Y alimentar la empatía.

Porque si algo nos ha enseñado esta crisis, es que un virus puede ser temible, pero las reacciones humanas pueden marcar la diferencia. Y de esta situación, para el que no le quede claro o no entienda, como recalcara Juan Rulfo, “nos salvamos juntos o nos hundimos separados”. Por si alguien no lo ha entendido.

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