Opinión

El bosque encantado (En México nada es lo que parece)

El bosque encantado

El autobús avanza lento. Miro por la ventana.  A mi lado Rosa se ha quedado dormida con el libro “cumbres borrascosas” sobre el regazo. La fila de autos se vuelve interminable. Una señora lleva a su bebé en brazos, la sabana rosada la cubre por completo. El otoño ha llegado, hace mucho frío. Las mejillas antes blancas se me han vuelto rojas y las manos me han empezado a temblar.

La velocidad del autobús empieza a descender hasta que paramos la marcha.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué no continuamos? A este paso nunca llegaremos – Dice Rosa exaltada.

La siesta le ha sentado fatal, le ha desatado el mal humor.

  • Me informan que ha habido un accidente varios metros adelante, muchos autos colapsaron y cayeron al vacío, y otros más quedaron prensados. Dicen que la labor de rescate puede durar varias horas, así que pónganse cómodos o busquen algo en que entretenerse, la espera puede ser muy larga.- Les informó el conductor en voz alta para que todos pudiéramos oírle.

El ruido de las sirenas resonaba en las montañas. Los helicópteros empezaron a aparecer como moscos negros en el cielo azul lleno de atardecer. Nos estamos moviendo. Me emociono.  Pero es solo para dar paso a los cuerpos de rescate que uno a uno ha ido llegando hasta hacer una triple fila en la carretera.

Reclino mi asiento, me dispongo a tomar una siesta para acortar la espera. A mi lado Rosa ha comenzado a dormir. Algunos pasajeros han bajado para tomar aire fresco, otros han entablado conversaciones con personas que viajan en otros vehículos.

Despierto, no sé cuánto he dormido, me doy cuenta que seguimos en el mismo sitio. Rosa no está, seguramente se ha aburrido y ha buscado algo que hacer para mantenerse ocupada

Me despabilo, casi nadie permanece dentro. Bajo a buscar a Rosa. La veo a lo lejos, su suéter morado lo podría distinguir a kilómetros. Me acerco precavidamente.

– Pensé que no despertarías, ven que vamos a ir al pueblo.-Dijo Rosa animada.

– ¿Cuál pueblo si aquí solo se ven montañas, estamos a mitad de la sierra?

–  Allá donde se ve aquella casita – Dijo señalando con el dedo un punto blanco en medio de la espesura de los frondosos y verdes oyameles.

– No creo que sea buena idea, quizá ya nos vayamos –Respondí precavida y con atisbos de miedo.

– Esto tardará varias horas más -Dijo el nuevo amigo de Rosa acercándose a nosotras-

– Esta bien –Acepté a regañadientes – Pero regresaremos antes de las siete, para estar seguras en el autobús.

Caminamos por la orilla de la carretera, saltamos el muro de contención y nos adentramos en el bosque. Un pequeño sendero abierto entre la maleza indicaba que alguien caminaba por ahí todos los días. Rosa caminaba despacio con Miguel, su nuevo amigo y yo con Rodrigo.

Anduvimos largo rato sin mediar palabra. Llegamos a un claro y nos detuvimos. Me senté a descansar, Rodrigo se sentó conmigo. No dijo una sola palabra. Me entretuve varios minutos meneando una hormiga con una vara mientras Rodrigo solo me observaba sin emitir un solo sonido. Cuando me di cuenta ya Rosa no estaba cerca.

  • ¿A dónde se fueron? – Pregunté alarmada.
  • No lo sé, deben estar por ahí –Me contestó conciliador. Vamos, sigamos avanzando hasta el pueblo, ya deben estar llegando ellos, debieron adelantarse.

Accedí a esa lógica y continuamos el camino a la espera que Rosa y Miguel estuvieran en el pueblo. Cerca de una hora nos bastó para legar al pueblo. Era un poblado pequeño, apenas un caserío, conformado por dos familias indígenas que al vernos llegar despeinados, se retiraron precavidos, con la mirada fija en nosotros. Éramos ajenos a aquel mágico lugar, los lugareños nos escudriñaban y nos estudiaban minuciosamente.

–  Buenas tardes –Saludamos con cortesía.

Un silencio espectral nos envolvió, ellos escudados en sus viviendas con la mirada fija en nosotros y nosotros parados como tontos frente a ellos. Un hombre de mediana edad se adelantó al grupo de lugareños y Rodrigo lo saludó ceremoniosamente.

  • Buenas tardes.
  • Güenas tardes, ¿Qué los trae por acá? estos rumbos no son pá andar solos y menos a estas horas.

Hasta ese momento me di cuenta que el ocaso había llegado. Estábamos en un lugar desconocido, con gente desconocida y habíamos perdido en el trayecto a Rosa y  Miguel.

  • Perdón por interrumpir así en su pueblo, somos de un grupo que venimos de Michoacán, estábamos allá arriba esperando a que liberaran la carretera para poder seguir nuestro camino y mientras tanto vinimos a conocer los alrededores, vimos el pueblo y pensamos que aquí podríamos encontrar algo de comer o alguna golosina.

El viejo asintió, y nos indicó que nos sentáramos en un tronco a modo de silla. Lo hicimos sin siquiera mirarnos.

Llevamos dos días sentados en el tronco, y cada dos horas intentamos regresar al autobús, y el bosque nos regresa a este tronco, siempre vigilado por las miradas curiosas de las familias, que no hacen el intento de platicar o guiarnos, solo nos observan. Tres días perdidos, tres días alimentados por la caridad de los vecinos, desde hace tres días permanecemos aquí, cada que tratamos de encontrar el camino de regreso ocurre lo mismo, rodeamos solamente el bosque y llegamos al mismo pueblo. Una neblina espesa comienza a invadirlo todo cuando empezamos el camino y solo regresar a casa de Melquiades que así se llama el hombre que nos saludó al llegar. Es un ciclo repetitivo, constante y perfecto. Seguramente Rosa debe haber llegado ya a casa y haberles contado todo a mis papás que me he perdido. Que tristes estarán.

Todos los días en el ocaso Rodrigo y yo nos sentamos en el banco que nos dio Melquiades, tristes y resignados a no regresar, nos tomábamos de la mano a esperar a que la suerte nos aparezca a alguien del exterior buscándonos, A lo lejos los autos en la carretera son solo pequeños puntos blancos. Acá abajo, somos dos almas desesperadas por no encontrar el pequeño sendero de regreso, el símbolo que nos lleve a la comodidad de la casa.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *