La comida que pisamos (Despertar de la tierra)

La comida que pisamos

El mercado nos ha cegado la mente, hemos llegado al punto en que los habitantes de una ciudad no sabríamos que hacer sin un supermercado. Nuestras necesidades básicas las atendemos yendo a un solo lugar, allí conseguimos comida, medicina y artículos de aseo. Cuando asistimos a un lugar que no cuente con alguno, nos sentimos desprotegidos y despotricamos contra el lugar, por no darnos los satisfactores a los que estamos acostumbrados. Por ejemplo, leí una pequeña nota deportiva que señala a un jugador de Futbol de nombre Gaspar Servio, que desdeñaba a la Ciudad de Tapachula, por ser “difícil y fea”, cuando jugó con los Cafetaleros de Tapachula.

Este personaje, argentino suponemos, porque no sabemos exactamente que ha vivido toda su vida en ciudades con servicios más acordes a su percepción de la vida, y el vivir en una ciudad con café y plantas por todos lados lo agobia, la naturaleza lo agobia. Su pequeñez mental lo ha rebasado, al grado de perder el piso, no tiene ni idea de que esas plantas son las que lo mantienen vivo, directa e indirectamente. No tiene idea de que la naturaleza es la vida misma y él pertenece a ella, por el simple hecho de ser un ser vivo. Lástima que la mente tenga otros derroteros y que la vida no le haya enseñado todavía el camino a casa. No espero que el karma o destino se encargue de alinearlo y que sea uno con la naturaleza, los espíritus de esa calaña ya no regresan en esta vida, terminarán sus días en la oscuridad.

 Sin embargo, en personajes que escucharon el llamado de la naturaleza la vida sonríe y alumbra las sendas del vivir, nada tiene que ver ese llamado con el excelente libro escrito por Jack London, el que describe las peripecias del valiente y leal Buck, un inteligente perro que logra salir avante en terrenos difíciles. Hablamos del llamado que hace la naturaleza a personajes comunes y los convierten en extraordinarios. Esos personajes que  sobresalen para convertirse en guías, en maestros, o lucernas de la oscuridad, como Josep Pamies, un agricultor español que redescubrió lo ya descubierto: las plantas que alimentan y que curan, y lo que me llamó más la atención fue el señalamiento que hizo de las plantas que comúnmente pisamos, plantas que desdeñamos, que consideramos mala hierba, y que conozco, y que efectivamente he pisado y he eliminado por considerarla mala hierba.

 Pues pasé por una situación similar, sólo veía las plantas que considerábamos buenas, plantas que se consideraban sanas y que podrían dejar recursos con su venta, sin lograr entender el porque de la existencia de las demás plantas. El día de hoy, sé que no hay plantas malas, no existen las malas hierbas, sólo existe ignorancia de parte nuestra, sólo existe un taponamiento que el sistema hace de nuestra mente y ha estigmatizado a miles de plantas con la insana idea de que les temas y las consideres peligrosas, por el simple hecho de que se les acabaría el negocio si las personas empiezan a retornar a la naturaleza, si las personas regresan a su origen: a la tierra, a consumir lo que la tierra gratis le da, y que evidentemente eso dejaría a las farmacéuticas sin el pingue negocio que hoy día tienen.

 Recuerdo claramente cuando trabajaba en el campo, veía muchas plantas que erradicábamos, primero de forma manual, posteriormente mediante el uso de herbicidas. Estas plantas parecía que eran necias en querer hacerle la vida imposible al campesino, lo que no entendía, es que esas plantas eran parte integral de la tierra y sólo salían porque debían equilibrar el sustrato y que esas mismas plantas estaban allí para alimentarnos. No sólo lo que sembrábamos era alimento, lo que dejábamos en la tierra, y que ni siquiera cultivábamos, que la misma tierra nos ofrecía gratuitamente, sin ningún esfuerzo, también lo era. Dos de esas plantas eran la verdolaga y los quelites, eran denostados y simbolizaban el siguiente grado de pobreza material después de la pobreza, si alguien comía esas verduras, era considerado pobre, y muchos en su ignorancia no querían ser pobres, los cerdos aprovechaban muy bien esa displicencia.

 Hoy, debo reconocer que sigo ignorante, pero menos displicente y menos propenso a la crítica, gracias a que la vida nos está poniendo en predicamentos de salud, tenemos que reconocer nuestra falta de criterio y tendremos que regresar al estadio primigenio que teníamos hasta antes de la aparición de Monsanto o las farmacéuticas voraces, que crean a enfermos crónicos, aquellos que no se curan, pero no se mueren, que se la pasan sólo necesitados de medicamentos, mientras que la naturaleza tiene en su bagaje todos los alimentos para que no se enferme el cuerpo y si llegara a enfermarse, tiene todos los alimentos para recobrar la salud.

Hablemos pues de las plantas que pisamos y denostamos, regresémoslas a su pedestal de donde no debieron caer: hablemos de la verdolaga (portulaca oleracea), crece casi espontanea, la encontramos en todos los lugares, en las parcelas, en los caminos, en las aceras, de fácil propagación, puedes cortar un trozo y plantarla en otro lado y se asirá a la tierra. Esta planta proviene de Asia y ha sido usada como alimento desde hace miles de años. Hoy se sabe que es una buena fuente de omega-3, aceite necesario para tener controlado el colesterol. También aporta vitaminas A, B, C y minerales, es usada así mismo como diurética, purificadora de sangre, analgésica, cicatrizante y anti glucémica, como tratamiento de vómitos, diarrea y para eliminar hemorroides y en forma tópica se usa para aliviar picaduras de mosquitos y también contra acné.

 Hablemos del quelite, aunque se conocen alrededor de 358 especies, sólo nos familiarizamos con unas pocas, eran consideradas malas hierbas por salir en las milpas, sin embargo, en la alimentación se combinan a la perfección con lo que se cultivaba en ellas, como maíz, frijol, chile y calabaza. Generalmente esta hierba se consideraba como forraje, los quelites contienen grandes cantidades de fibra, vitaminas A y C y minerales, benefician al cuerpo con una buena cicatrización, fortalecen los vasos sanguíneos, refuerzan el sistema inmune, combaten la gastritis, algunos quelites conocidos son los berros, chipilín, hoja santa, pápalo y huazontle.

 Hablemos del diente de león (Taraxacum Officinale Weber), que aparece comúnmente en las calles, carreteras o caminos, una de las plantas menos usadas en la cocina. De niño, sólo la usamos para soplar la flor ya seca, para ver como sus semillas volaban, y es considerada una mala hierba, sin embargo, es una verdura muy útil. La planta se usa en su totalidad, pero como alimento sólo se utilizan las hojas. Aporta vitaminas K y C y minerales, dentro de los que destacan hierro, potasio, calcio, zinc, magnesio y fósforo, aparte de contener betacaroteno, contiene ácido quinurénico, excelente para el sistema digestivo. El uso de esta planta está documentado desde principio del siglo XI, a partir de escritos de médicos persas, como Ibn Sina, más conocido como Avicena, sus flores son comestibles.

 Hablemos de la ortiga (Urtica dioica), es una mala hierba que con sus pelos urticantes ha hecho que nos alejemos de ella, pero lo que no sabíamos muchos de nosotros es que sus pelos son termolábiles, que significa que con un calor de 60 grados la sustancia urticante desaparece, así que cocida puede consumirse, siendo una buena fuente de vitaminas y minerales.

 Hablemos de a Achicoria dulce (Chondrilla juncea), crece en zonas con poca humedad, cuando son tiernas las hojas se consideran como espinacas, cuando son maduras contienen sustancias que pueden ser tóxicas, por lo que deben manejarse con mucho respeto.

 Así, podríamos enumerar muchas plantas más que nos salvarían de morir de hambre y ni siquiera tenemos que plantarlas, la naturaleza provee, el hombre por sí solo se condena a la desnutrición y a las enfermedades por su propia falta de interés en sí mismo, por falta de interés en la tierra y en sus plantas. El monocultivo sólo provoca ignorancia, pues nos hace creer que sólo cierto tipo de plantas nos son útiles, cuando la tierra puede tener la capacidad de alimentarnos si les quitamos el estigma a las malas hierbas. Debemos aprender a identificarlas por si acaso, pues el hombre durante toda su vida tiene altibajos económicos, quien sabe si en algún momento las podremos necesitar.

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