Opinión

PARA LOS QUE AMAMOS LA PAZ Y REPUDIAMOS LA VIOLENCIA, ES PARA QUIENES NOS ESTÁ HECHO ESTE MUNDO. (ARENA SUELTA)

El pasado primero de octubre, en Monterrey Nuevo León, fue clausurado el penal de Topo Chico, para ser convertido en un parque. Tras 76 años de existencia, lo que fue un centro de readaptación, ahora se pretende que sea un lugar de recreación. Si sólo se tuviera que considerar el cambio de uso y el significado que tiene una cosa y la otra para la vida de las personas, sería sin lugar a  dudas muy aplaudible, una vez que no es lo mismo tener penitentes, que sonrisas en libertad; sin embargo, cuando los índices delincuenciales suben de la manera tan alarmante como ha venido pasando en el país, siempre es una pregunta, el qué se hará con los delincuentes, a dónde van a ir si se liberaran, o cuál es el ideal del programa de pronta reinserción social, o bien el plan para la prevención del delito.

En marzo de éste mismo año, en el marco de los 100 días de gobierno del actual Presidente de la Republica Mexicana, se anunció que se cerraría el penal conocido como “Las Islas Marías”, para hacer de éste pedazo de tierra en el mar una reserva natural y un centro para las artes, la cultura y el conocimiento del medio ambiente; por lo que, los 1168 internos fueron llevados a otros penales. Incluso, al parecer algunos puestos en libertad, por lo que se podría imaginar, a falta de mayor información o de algún mensaje oficial para informar a la nación, de parte del ejecutivo, que la política a seguir para disminuir los delitos será la creación de espacios de recreación, deseando desde luego que se pudiera acompañar de políticas educativas que evidencien la humanización, formación en valores y rectitud humana, lo que sinceramente no se alcanza a ver por ningún lado, con el repunte que ha tenido la delincuencia, tan sólo en los últimos meses, con respecto de otros periodos de gobierno, según consultoras diversas.

El cierre de penales  por sí solos, como el del Topo Chico o Las Islas Marías,  o la creación de instituciones en materia de seguridad, como la Guardia Nacional, por sí solas no son, ni serán, estrategias que rindan frutos para acabar con la criminalidad; pues se trata, primero de lugares en los que casi nunca se reinsertaban quienes ahí estuvieron y salieron nuevamente en libertad, lo que se constata con los innumerable casos en los que se han encontrado arsenales de armas y comunicaciones dentro de los centros penitenciarios. Ni tampoco conformando cuerpos policiales, que en algunos casos, como se ha sabido, han sido los mismos policías, militares o federales quienes envestidos en su autoridad y su tolete han violado, asesinado y en menor de los casos detenido, sin ordenes de aprehensión, sin causa o motivo legal e incluso por puro gusto.

Es de suma delicadeza el tema de la inseguridad, al grado que muy pocos periodistas quieren escribir al respecto, menos televisoras publican lo que en verdad pasa en los pueblos de México y la gente que habita en las zonas que están azotadas por la violencia, además de comerse el miedo, deben callar o de lo contrario son asesinados.

Los pueblos fantasmas han incrementado y lo que pasaba antes por fenómenos como la migración, que hacía que los pueblos se quedaron solos o sólo se encontrara entre la población a mujeres, niños y adultos mayores, ahora ni eso; pues muchos han tenido que dejar su tierra, el lugar que los vio nacer, al verse convertidos en lugares inhabitables, debido a la siembra, el trasiego o fabricación de estupefacientes.

Las declaraciones de parte de Presidentes Municipales, Gobernadores, autoridades comunales, Secretarios de Gobernación, incluso del propio Presidente de la República, no sólo no son de cobijo al ciudadano de a píe, que sale de cualquier hogar mexicano y no sabe si tendrá la suerte de volver nuevamente con los suyos, o perder la vida en medio del fuego cruzado, si no que pareciera que se han deshumanizado y que ven la perdida de la seguridad y de vidas humanas como cosa normal, como un tema de diario.

Lo peor que le puede pasar a un hombre, es acostumbrarse al dolor, y lo peor que pueda suceder con un pueblo, en consagrarse a la masacre.

La sociedad organizada, al parecer, es la que debe hacer uso de su origen soberano, para evitar que la violencia en el mundo, en su país o en su comarca, nazca, crezca o prevalezca, mediante la organización más primaria de cuidarnos unos a otros, y tras la exigencia seria y formal a cualquier orden de gobierno, para que pueda existir el imperio de la ley, y de las garantías de la seguridad, personal y social.

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