Universidad Michoacana en crisis (La mujer de las letras)

Juanita

La cama no era suave, era  rígida, era de concreto. Mi compañera se quejaba a todas horas, era una especie de quejido profundo como si algo realmente le doliera dentro de su ser, daba vueltas sobre la cama como para suavizarla, la cobija cuadriculada, color gris se empapaba de sudor y un tufillo maloliente llenaba la celda.

La noche se volvía tensa y acalorada a medida que el péndulo del reloj que cuelga en la pared del pasillo avanzaba, marcaba un segundo, luego un minuto y por fin una hora. Después vino la madrugada llena de rumores de los cuartos contiguos. Olores nauseabundos impregnaban el ambiente, las vocecillas calladas de los guardias al pasar frente a una celda, luego los pasos torpes y lentos alejándose despacio entre la oscuridad que llenaba cada minúsculo lugar de esta prisión.

 

La mañana llegaba, lo supe por el olor a jacaranda que desprende la primavera. Imaginé a Juana con su faldita rosa y su guanengo hilvanado, cortando las florecitas multicolores en la pradera aledaña bajo el cielo de un azulito casi intenso, bajo el sol abrasador de marzo. Juanita con sus trencitas negras que le llegaban hasta la cintura, corriendo detrás del Palomo, ese perro roñoso que la sigue a todos lados enseñando sus pocos dientes en su hocico lleno de sarro.

Veo a Juanita como se la vive correteando la gallina búlique de doña Ignacia, se pasaban horas a la vuelta y vuelta, hasta que se enfadaban ella o la gallina, casi siempre era la gallina quien se fastidiaba tanto, que para evadirla se subía a las ramas altas de un tamarindo o en su en la punta de la rama del guayabo y ahí podía pasar horas aleteando hasta que juanita se daba por vencida o la llamaban a algún deber, entonces sí que corría a toda prisa y de vez en cuando volteaba a ver si la chiquilla no iba tras de ella.

Juanita la de los cachetitos colorados como manzana, con sus ojos de india, piel de india, todo de india, portaba orgullosa las faldas coloridas, las trenzas con listones, los cachetes cuarteados de tanto polvo y de tanto olvido en su casita hecha de caña brava y palapa, donde no se conoce otra comida que tortillas con sal, frijoles  o huevo y queso, chile de molcajete y café en agua.

  • ¡Vamos a aquel cerro! -me dijo Juanita señalando con su dedito moreno y sus uñitas llenas de barro por tanto amasar tierra pa hacer ollas-.
  • ¡Vamos pues Juanita! –Le respondí- pero no hay que dilatarnos mucho, porque dice la gente que andan rondando las tierras unos hombres que no son de por acá.

Me siguió con sus pasitos atolondrados como becerrito recién parido, sorteamos los canales llenas de tortugas y patitos que protagonizaban una encarnizada lucha. Los patitos huían temerosos mientras las tortugas los seguían para cazarlos. Salvamos cinco patitos. ¡Ay, qué triste se puso Juanita esa vez!, no paró de llorar y de gritar: -¡Pobres patitos por qué se los comieron tortugas malditas que para nada sirven! hasta que llegamos al cerro y se puso a recoger biznagas con un palo.

Recuerdo que ese día en el cerro con Juanita era primavera como ahora que estoy en la celda y miro a Rufina como se ahoga  en el calor de la noche, aunque después también se ahoga con el cigarro y para despejar la garganta escupe una que otra flema sobre el piso.

Digo que lo recuerdo bien porque en el cerro olía a jacarandas como ahora que estoy presa. De lo demás no me acuerdo bien.

 

  • Señora Petra Sánchez, inculpada dentro de la causa penal número 169/2018, se le condena a cadena perpetua y trabajos forzados por la comisión del delito de homicidio doloso cometido en contra del Agente Marcos Buenrostro Díaz –Sentenció el Juez, hablando con voz impertérrita-.
  • Pero yo solo me defendí y defendí a juanita su señoría –Justifiqué mi acción-.

Te digo que Juanita recogía biznagas con un palo como si fuera una brocheta. En eso estábamos cuando de la maleza salió un hombre que nos llamó indias, intentó tomarme por la fuerza pero le pegué en la cara con el palo que tenía juanita en sus manitas temblorosas de puro miedo. Entonces lo que hice fue tomar a Juanita de la mano y apretar el paso cuesta abajo en el cerro, mientras el fulano se quitaba las espinas que las biznagas le habían hundido en la carne prieta como la mía.

Corrimos bien harto hasta llegar al pueblo. El pueblo se acaba dónde empieza el cerro, de repente me llegan con la noticia que un fulano estaba muerto allá arriba atravesado con un palo lleno de biznagas.

  • Es mi palo, -Dijo Juanita, – Mi palo con el que le pegaste al hombre-.

Entonces me trajeron aquí y al parecer aquí moriré. Porque la justicia no existe pal que no tiene dinero y mucho menos pal que es indígena.

  • Y si he de morir en esta prisión –Digo para mí con seriedad- nomás quiero que sepan que yo no maté a ese hombre, nomás le pegué, pero matarlo, eso nunca aunque bien merecido se lo tenía el regordete ese, con su pistola me quiso atemorizar, pero pal miedo que tengo lo mismo da que saque fusca o que se me aparezca el diablo. Y queque era agente, bueno ese era su problema, total ya está muerto.
  • Cállese petra -Me dijo el abogado-. Cállese que nos va a perjudicar todo lo que diga.
  • Más amolada no puedo estar señor, soy mujer, indígena y no sé leer ni escribir, lo único que se en esta vida es hablar y pa eso soy buena, ya se lo demostré.

El veredicto alegró a muchos y a los de mi pueblo los hizo llorar, ellos lloran con el alma, su alma indígena y sus ojitos negros indígenas también estaban tristes.

  • No te dejaremos aquí –Decía un vecino en el estrado- Juanita te necesita,
  • Petra ten fe –Decía otra persona con su mirada vidriosa-Venderemos esta cosecha pa sacarte de aquí, no te preocupes Petra.

Por eso el olor a jacaranda me alegra porque es tiempo de cosecha, seguro vendrán pronto a sacarme de aquí, porque los de mi sangre no prometen algo si a lo vacío, lo prometen solo si están dispuestos a cumplirlo.

Pero mientras vienen sigo contemplando a Rufina, mi mejor amiga y escuchando el péndulo del reloj verde que cuelga en la pared del pasillo.

 

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