Urge intervenir como ciudadano responsable

Urge intervenir como ciudadano responsable

P. Agustín Celis

La sociedad actualmente en México se encuentra en un clima de esperanzas y promesas, con la mirada fija en un futuro alentador, sin embargo, se sigue reflexionando sobre los factores de riesgo, sobre los que es urgente intervenir. Analizando un poco la situación de nuestro país, alcan­zamos a descubrir tres, que consideramos importantes porque explican, en medio de un mundo globalizado, por qué la violencia y el crimen organiza­do han encontrado terreno propicio para desarrollarse.

En primer lugar, vivimos una crisis de legalidad. Los mexicanos no he­mos sabido dar su importancia a las leyes en el ordenamiento de la convi­vencia social. Se ha extendido la actitud de considerar la ley no como norma para cumplirse sino para negociarse. Se exige el respeto de los propios derechos, pero se ignoran los propios deberes y los derechos de los demás. No tenemos, como pueblo, respeto de las leyes, del tipo que sean, ni interés por el funcionamiento correcto y transparente de las instituciones econó­micas y políticas. El signo más elocuente de esto es la corrupción generali­zada que se vive en todos los ámbitos.

En segundo lugar, se ha debilitado el tejido social, se han relajado las normas sociales, así como las reglas no escritas de la convivencia que existen en la conciencia de cualquier colectividad bajo formas de control social que corrigen las conductas desviadas y mantienen a la sociedad unida y debidamente cohesionada. La fragmentación social, la frágil cohe­sión social, el individualismo y la apatía han introducido en distintos ambien­tes de la convivencia social la ausencia de normas, que tolera que cualquier persona haga lo que le venga en gana, con la certeza de que nadie dirá nada.

En tercer lugar, vivimos una crisis de moralidad. Cuando se debilita o relativiza la experiencia religiosa de un pueblo, se debilita su cultura y entran en crisis las instituciones de la sociedad con sus consecuencias en la fundamentación, vivencia y educación en los valores morales. Siendo un pueblo profundamente religioso y cristiano, se han debilitado en la vida ordinaria las grandes exigencias de la moral: desde el imperati­vo primordial «¡No matarás!», hasta el llamado al amor extremo de entregar la vida por los demás. Cuando la falta de respeto a la integridad de las personas, la mentira y la corrupción predomina, no po­demos menos que pensar que hay una crisis de moralidad.

Al concluir este acercamiento a la realidad que se vive en México, caemos en la cuenta que estamos ante una problemática compleja y que la responsabilidad de responder a los desafíos que representa es de todos los mexicanos. Perdemos el tiempo cuando buscamos culpables o esperamos pasivamente que sea sólo el go­bierno quien dé solución a problemas que son de todos.

Debemos actuar ya, cada quien en su propio ámbito de competencia. Las autoridades, con los recursos propios que le proporciona el Estado de Derecho para el ejercicio de su actuación; la sociedad civil, asumiendo responsablemente la tarea de una ciudadanía activa, que sea sujeto de la vida social; los creyentes, ac­tuando en fidelidad a nuestra conciencia, en la que escuchamos la voz de Dios, que espera que respondamos al don de su amor, con nuestro compro­miso en la construcción de la paz, para la vida digna del pueblo de México.

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