Arnulfo Romero Urbina

Arnulfo Romero Urbina


H. Zitácuaro, Mich. – Arnulfo Romero Urbina, emigró a la ciudad de Zitácuaro proveniente del Mineral de Angangueo, a la edad de 5 años de edad, junto a su madre Belén Urbina decidieron buscar un mejor futuro.
Se caracterizó por ser una persona sencilla y siempre trabajadora, desde muy pequeño Romero Urbina era muy activo, cargaba las bolsas del mandado a las señoras para ganarse los famosos “veintes”, boleaba, cuidaba unos baños públicos y vendía pan. Con apenas 9 años de edad ya recorría con su canasto varios rincones de Zitácuaro.
Creció muy rápido de estatura, de edad y de mentalidad. Aprendió de lleno el oficio del pan, a hacerlo y después salía a venderlo. En esos tiempos hacia trueques de comida para llevar a su casa. Cambiaba el pan por carne, frijoles u otros productos de primera necesidad.
Arnulfo Romero Urbina, nació el 9 de abril de 1950 en la comunidad de Catingón, municipio del Mineral de Angangueo, Michoacán. Fue el hermano medio de tres varones.
Arnulfo Romero, hijo, recuerda que en cierta ocasión se encontraba con su señor padre trabajando y arreglando un boiler, en una casa muy bonita, en el centro de Zitácuaro. Eran alrededor de las 4 de la tarde, mientras lijaban un par de codos de 2 pulgadas, material PVC, decidió preguntarle sobre su vida en la infancia y en la adolescencia.
Su padre le contaba que mientras su abuelita trabajaba en una fonda al interior del mercado municipal les pasaba la comida a escondidas. Para ello, don Arnulfo esperaba la señal de su señora madre, se acercaba sigilosamente y escondiéndose que los dueños la fueran descubrir.
“Bajita la mano” aquella madre le entregaba un plato con guisados, mientras él salía disparado y se los llevaba a casa para compartirla con sus hermanos.
El tiempo fue pasando y don Arnulfo se consolidó como un buen panadero, sin embargo, comenzó la edad de la “punzada”, como él solía decir, y ya necesitaba más dinero para irse de galán. Inició a trabajar la plomería con un señor que se llamaba Vicente. De pronto le salió una oportunidad para trabajar en la Ciudad de México.
Ambos soldaban tuberías en pozos de más de 80 metros de profundidad y ahí fue donde nació más su pasión por el oficio de la plomería.
Un día padre e hijo, Arnulfo y Arnulfo Jr., estaban trabajando en una obra, luego se dio la hora del almuerzo y le preguntó sobre su abuelita. Don Arnulfo respondió que ella era literalmente un ángel y que había sido muy buena con él. Le contó que desgraciadamente su mamá murió cuando él tenía tan sólo 18 años.
Le explicó que la noticia la recibió cuando él estaba en la Ciudad de México trabajando al fondo de un pozo, de pronto se le acercó un compañero y le soltó la noticia, de que su madre había muerto.
Don Arnulfo regresó a velarla y a darle eterno descanso a su mamá y continúo su trabajo en la Ciudad de México. Donde años más tarde conoció a la Señora Caritina Hernández Raya, originaria de Ario de Rosales.
Por asares del destino coincidieron en la capital del país, y ni tarde ni perezoso don Arnulfo se la trajo a vivir a Zitácuaro para hacer una vida juntos.
Don Arnulfo llegó a ser un buen plomero en Zitácuaro y comenzó a relacionarse con arquitectos, que le daban la confianza de trabajar obras grandes.
LA PLOMERÍA Y SU NEGOCIO “EL CODITO” SU VIDA
En el año 94, aproximadamente, don Arnulfo decidió emprender su propio negocio sobre la avenida Revolución. Decidió ponerle como nombre “El Codito”, lo encontró de una pieza (codo) que se usa mucho en la plomería y sólo le agregó el diminutivo, título que por cierto le quedó muy bien.
Durante 27 años “El Codito” ha funcionado y aguantado las altas y las bajas, “la movida en la bolsa de valores depende de lo que haga “El Codito”, decía en broma don Arnulfo. Un negocio muy noble que brindó el sustento familiar.
Don Arnulfo fue un señor de una sola pieza, alegre, amable, bromista, activista de Dios, pero sobre todo buen ser humano, apasionado de la vida.
Cuando sus hijos le pedían algo lo hacía, a su tiempo, pero lo hacía. En cambio si alguien ajeno le pedía un favor, dejaba todo, absolutamente todo, por hacerlo a la brevedad.
Arnulfo Romero -hijo- relató que, “con decirles que ahora que andábamos consiguiendo oxígeno para él, una persona nos dijo “déjenme recordar a mi quien me consiguió un concentrador de oxígeno, ah pues fue tu papá, quien sabe dónde se metió y me trajo uno bien grandote”.
Y expresó su sentir sobre su partida física, “tengo el corazón destrozado, pero estoy tranquilo, porque nunca nos quedamos con las ganas de decirnos Te Amo, porque como tus hijos, nos lo repetías una y otra vez”.
“Me encantaba sentarme en tus piernas cuando estabas viendo la tele y acurrucarme entre tus brazos como un bebé, tus manos ásperas de tanto trabajo por tu familia tocaban mi cara y me abrazaban con una palmada, diciéndome que todo iba a estar bien”.
“Debes de estar convencido que aquí dejaste buenos cimientos papito lindo, lo aplicamos con nuestras familias, amigos y gente que convivimos”, expresó.
“Como siempre me lo dijiste, lo mejor es demostrarlo en vida y hacer hasta lo imposible porque nuestra familia esté bien, quienes nos conocen saben que ese es nuestro camino. Irónicamente hoy te siento más cerca de mí papito lindo”, relató Arnulfo Hijo.
Por su parte, el abogado Ulises Romero Hernández, también dedicó en su cuenta personal algunas palabras:
“Primero que nada quiero agradecer todas sus llamadas y mensajes por el lamentable fallecimiento de mi señor padre”.
“Se siente mucha paz y tranquilidad saber que dio todo siempre en esta vida: fue un excelente esposo, padre, amigo y sobre todo ser humano. Mucha gente que convivió con él y que me llamaron, lo recuerdan por sus frases y comentarios positivos, para salir adelante a pesar de las adversidades. Y así lo vamos a recordar, DON ARNULFO. ¡Gracias por todo mi viejo hermoso!”, puntualizó Ulises Romero.

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