El regalo más grande

P. Agustín García Celis
Mt 16,13-20 El evangelio de hoy tiene que hacernos experimentar la maravilla de la fe. Con frecuencia, estamos demasiado «acostumbrados» a creer; hemos nacido en una familia cristiana y nos parece lo más natural del mundo. Sin embargo, hemos de admirarnosdel regalo de la fe, de que también nosotros podamosdecir a Jesús: «Tú eres el Hijo de Dios», pues eso no nos viene de la carne ni de la sangre, sino que nos ha sido revelado por el Padre que está en los cielos. La fe es el regalo más grande que hemos recibido; más grande incluso que la vida, pues la vida sin fe sería absurda yvacía.
Por ello hemos de agradecer al Señor el don de la fe y hemos de sentirnos felices de creer. ¿Siento la dicha de ser creyente, cristiano, católico? ¿O vivo mi fe como un peso, una rutina, una costumbre? ¿Me preocupo de cultivar mi fe y hacerla crecer, de formarme bien como cristiano? Lo mismo que la gente se equivocaba al decir quién era Jesús, también en nuestra mente hay errores, opiniones o ideas equivocadas. ¿Procuro irlas desechando? Y la alegría de creer ¿me lleva a dar testimonio ante los demás, a manifestarme como creyente? ¿ O en cambio me avergüenzo de Cristo?
Pedro sigue estando presente hoy en el Papa, que harecibido la autoridad de Cristo para atar o desatar. Debeescucharle como padre y pastor, seguir sus enseñanzas.¿Me apoyo en la firmeza de la roca de Pedro? ¿Estoy contento de ser hijo de la Iglesia?
Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los cielos». La promesa del Primado constituye, además de unacontecimiento histórico evangélico, un designioeclesiológico en la intención de Cristo. Pedro es la realidad básica y permanente de la Iglesia, que perdura por iniciativa y garantía de Dios, llámese como se llame. San Hilario de Poitiers escribe:
«La confesión de Pedro obtiene plenamente la recompensa merecida, por haber visto en el hombre al Hijo de Dios (Mt 16,13-19). Es dichoso, es alabado porhaber penetrado más allá de la mirada humana viendo lo que venía no de la carne, ni de la sangre, sino contemplando al Hijo de Dios revelado por el Padre celestial. Y es juzgado digno de reconocer el primero aquello que en Cristo es de Dios.
«¡Oh feliz fundamento de la Iglesia, proclamado con su nuevo nombre; piedra digna de ser edificada, porque quebranta las leyes del infierno, las puertas del Tártaro y todas las prisiones de la muerte! ¡Oh dichoso custodio del cielo, a cuyo juicio son entregadas las llaves del acceso a la eternidad; cuyas decisiones, anticipadas en la tierra, son confirmadas en el cielo! En su virtud, aquello que ha sido atado o suelto en la tierra, recibirá en el cielo la condición de una decisión idéntica»