Tzintzicha; a 487 años del último emperador

URUAPAN, Mich.- 15 de febrero de 2017.- Es importante conocer nuestra historia, la esencia del pueblo purhépecha. No se ha investigado y los centros de estudios superiores no se ocupan de ello; somos un país que desconoce su verdadera historia, dijo la maestra Brenda Fraga Gutiérrez, presidenta de la Comisión de Cultura y Artes del Congreso del Estado, durante la conmemoración de 487 aniversario de la muerte del último rey, el último emperador, Tzintzicha Tangaxoán II. Sacrificado cruelmente por los españoles el 14 de febrero de 1530 en Conguripo, municipio de Angamacutiro

El mundo de nuestros antepasados tiene tesoros que muy poco se han tocado, casi nada se han estudiado y mucho se han ignorado del imperio purhépecha, se destacó durante la charla ofrecida por el escritor J. Carmelo  López Velázquez en la huatápera, organizado por el concejo de los barrios tradicionales de Uruapan y donde estuvo en representación del edil, Guillermo Ramos Esquivel.

Vivimos donde el silencio nos cobija y el olvido nos condena.

Tangaxoán Tzintzicha II fue el último cazonci purhépecha que gobernó Tzintzuntzan. Le precedieron Zinguangua, Tzictzicpandácuri, Huiquíngari, Hirepan, Tangaxoán I, y Tariácuri. Vivió el nacimiento, crecimiento, cúspide y decadencia del imperio.

En la novela histórica literaria de J. Carmelo López, “El día que murió un imperio”, señala en su prólogo de Teodoro Barajas, que la conquista cambió el rumbo, la dirección y dinámica de la historia del pueblo purhépecha, del pueblo libre, libre como el viento que canta y corre entre los pinares de su serranía, que riza las aguas de sus lagos, libre como el murmullo del agua de sus ríos, libre como el halcón, enfrentado en un momento crucial con su historia al ejército de los españoles; el choque de dos culturas.

Nos queda presente el infierno de horrores de los españoles. Que nos trajeron cosas buenas? Tal vez, pero destruyeron las nuestras, nuestros pueblos, quemaron nuestras ciudades, arrasaron nuestras aldeas, nuestras casas, nuestras chozas, enramadas. Nos desterraron a las cumbres de los montes.

Ante la invasión del ejército español luego de la derrota de los aztecas, los guerreros purhépecha también partían a la guerra, a su encuentro. Sonaban las notas marciales con sus tonos de guerra, con sus acentos bélicos. Los guerreros se habían despedido y pasar el trago amargo de dejar sus seres queridos; ahora iban hacia el oriente, por la victoria. Que tata Huriata y nana Cutzi lleven nuestros pasos y dirijan nuestras armas, clamaban.

Arco al hombro, espada en la cintura, escudos, penachos, hondas, rocas en sutupos (morrales); en la espalda, la comida, curundas, esquites, huanitas, ponteduro, alimentos necesarios para la guerra.

Pero nuestros guerreros eran hombres que desconocían sobre armas y caballos de los españoles, los amedrentaron a pesar del valor y energía, los embates enemigos cortaron caminos por donde llegaban agua y alimentos, envenenaron manantiales; muchos murieron.

Eréndira, la princesa, hija de Tzintzicha, era una intrépida guerrera que dijo a las mujeres: el imperio nunca ha permitido ni dominios ajenos, ni esclavitudes ciegas; nunca ha aceptado conquistas, ni residuos de imposiciones. Somos ignorantes de la sumisión: Sabemos de independencia, de libertad, de existencia, pero no conocemos lo que es depender de otros para vivir. Lucharon contra los opresores.

Ante las atrocidades de los españoles, Villadiego le dice a Tzintzicha: “Somete tu imperio a España. Ella te tratará bien, te dejará en tu puesto y sobre todo respetará lavida de tu pueblo. Tu cultura será valorada, respetada y admirada. Serán muy amigos, no esclavos, ni sometidos. Así lo hizo para evitar más muertes.

Pero vino la traición de Nuño de Guzmán. En Puruándiro comenzó el juicio contra el emperador. Un juicio ya perdido por la historia y ganado por Nuño. La sentencia ya estaba dada. Francisco de Villegas, un encomendero de Uruapan, culpó al emperador de intento de rebeldía.

En Angamacutiro encerraron al emperador en un calabozo; había tristeza en el pueblo. Dijo el jurado: “culpable”, igual para aquellos que se oponen a España.

Luego en Conguripo, lo primero que hicieron para ejecutar la sentencia de muerte contra Tzintzicha fue proclamar, a voz en grito, esa sentencia: “Mira gente bellaca y baja, porque todos son unos bellacos, mira como mueren los que se oponen a España… Así mueren los que roban sus tesoros, sus impuestos, sus tributos…”

Y metieron al rey en un petate, lo envolvieron, lo ataron a un caballo que lo arrastró, lo pateó, lo golpeó contra las piedras, desgarrando las carnes del emperador. Cuando el animal se detuvo, todavía el rey estaba vivo, lleno de tierra y de polvo; había dejado pedazos de carne entre las piedras y cabellos ensangrentados entre las yerbas. Tzintzicha aún escuchaba la única demanda de los españoles: Dónde está el oro?

Cuando Nuño de Guzmán lo vio moribundo, todavía exclamó: “Acábenlo de matar…”. Eso ya no era sentencia, era inhumanidad. Ahórquenlo, quémenlo, acábenlo. Los verdugos lo quemaron.

Lo incineraron; las llamas subían, rojas de vergüenza, rojas de ocaso, rojas, del color de los dioses.

Todo era luto, negrura, olor a carne quemada, a rey incinerado, a emperador tostado, a Michoacán fundido. El humo de sus remolinos subía negro, pardo, denso, pesado, como vuelo del hombre hacia los dioses.

Los servidores del emperador recogieron algunas cenizas. Nuño de Guzmán mandó que las echaran al río Lerma. Las pocas que salvaron las llevaron a Pátzcuaro, donde le rindieron todos los honores como a un gran emperador.

Todo había terminado en Conguripo. Nuño mandó que allí donde murió Tzintzicha pusieran una cruz y que hicieran un templo para nuestra señora de La Purificación.

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