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Maldito el hombre que confía en el hombre


P. Agustín Celis

Hay una expresión de la Sagrada Escritura que dice: “Maldito el hombre
que confía en el hombre” (cfr. Jr 17,5). En esta expresión encontramos
esa necesidad humana de poner la confianza en alguien más, de
encontrar apoyo de las demás personas y en ocasiones de seguridad y
protección. Sin embargo, no siempre podemos confiar en el hombre,
porque «El corazón es lo más complejo, y es perverso: ¿Quién puede
conocerlo?» (Jr 17, 9).
Estamos en este tiempo de cuaresma, viviendo en la conmoción, por la
guerra entre Rusia y Ucrania, por la volatilidad en la economía, por la
violencia en los diferentes sectores de la sociedad, por la muerte de los
periodistas, y aún por la pandemia que no ha terminado. Estas y otras
situaciones nos llevan a vivir la cuaresma en la expectativa del cambio y
de la fragilidad de la sociedad que estamos edificando.
Todo lo que estamos viviendo es materia de una película de violencia,
suceden cosas que sobrepasan la realidad, nos vemos sumergidos en
una lucha, en una guerra sin escrúpulos y tantas olas de violencia que
cada día sorprenden a la sociedad.
El corazón del hombre es lo más volátil y más perverso que hay en este
mundo. “Caras vemos, corazones no sabemos”. Una gran cantidad de
personas tratando de huir de su país o de su lugar de origen, buscando
resguardarse ante las luchas constantes de ciertos grupos antagónicos.
Hermanos, tíos, amigos son obligados a separarse, familias que se ven
desgarradas como las ramas de un árbol tras el paso de una fuerte
tormenta. Vemos imágenes de niños entre la violencia y la sangre
llorando la memoria de sus padres, comunidades que han sido
saqueadas y abandonadas, escuchamos el testimonio de los que han
conseguido alcanzar un lugar seguro dejando su vida atrás. Lágrimas
contenidas y lágrimas derramadas que reflejan el dolor de lo que está
viviendo esta sociedad.
La oración parece ser la única arma que tenemos, que nos fortalece y
que nos une como hermanos para defendernos. No debemos cansarnos
de hacer el bien, porque si no desfallecemos, por eso mientras
tengamos la oportunidad hagamos el bien a todos. Qué bueno sería
ayunar de todo lo que hunde en la miseria a la sociedad. La Cuaresma
es tiempo de conversión, una oportunidad para hacer la vida más fácil
en todos los sentidos.

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