Opinión

Despertar Poético

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El poder de las palabras

La palabra es poder. La palabra tiene poder, el poder de construir y el poder de destruir. Las palabras son sonidos, y los sonidos pueden crear o destruir. El sonido de un trueno destruye los vidrios de la ventana, mientras que una palabra suave destruye la ira y crea la paz. Tenemos el conocimiento universal del poder de las palabras, en todas las lenguas el poder de las palabras es el mismo, una palabra grosera o con intención malvada produce emociones negativas: enojo, melancolía, tristeza, odio.
El hombre sabio, sabe que el lenguaje de amor es el silencio, sabe que la palabra más poderosa es la palabra “amor”, representación de la única ley divina que existe. El hombre sabio, sabe que el silencio es oro, y sabe que es malo hablar cuando se debe callar, como callar cuando se debe hablar. Sabe también que hay silencios delictuosos y que hay palabras infames, la sabiduría le da la nobleza para calcular lo que va a decir. El bien y el mal están representados en el verbo, y el verbo es la palabra, las palabras deben ser usadas para crear.
La historia nos demuestra que las malas palabras han llenado al mundo de dolor y amargura; la maledicencia, el chisme y la calumnia, han destrozado el equilibrio de los hombres. Si lográramos entender toda la energía creadora que existe en el verbo y que la energía puede ser modificada en poder de luz u oscuridad, todo dependerá de la calidad de las palabras que externemos y habría paz en el mundo. “Cuando el fuego sagrado llega a la laringe creadora (la palabra), el hombre puede crear. Ese es el poder de la palabra, el hombre puede pensar en algo y luego crearlo con la palabra, ¡El verbo crea!, el universo fue creado por el ejército de la voz, por la gran palabra, en el principio era el verbo y el verbo estaba con dios, y el verbo era dios, así nació la creación que somos nosotros y lo conocido por nosotros.
“Si habláramos en la lengua de oro (el lenguaje perfecto), entonces el Fuego, el Aire, las Aguas y la Tierra, nos obedecerían. ¡Seríamos verdaderos dioses!… Si habláramos a una montaña en lengua sagrada, y si le ordenáramos desintegrarse, la montaña saltaría hecha pedazos en espantoso cataclismo.” –SAW.
Todos ofendemos en muchas cosas con la palabra, si hay alguno que no lo haga, esa persona tiene la capacidad no solo de frenar su lengua, sino de gobernar su cuerpo, es un sabio, para ser sabios, pues, debemos de practicar el lenguaje de palabras amorosas, dulces, armónicas y que siembren paz, caso contrario, seremos analfabetos del verbo, verdaderos salvajes, porque las palabras arrítmicas aunque no sean vulgares también son palabras de destrucción, pues toda palabra cargada de ira, cargada de ironía es un golpe asestado en la conciencia del hombre, un puñal asentado en la mente del mundo, así como existe una forma de frenar al vehículo automotor que conduces, debes de colocarle un freno a tus palabras para frenar todo tu vehículo llamado cuerpo antes de que colapse. Aquellos que pretenden ser intelectuales de la palabra, o sabios e inteligentes, por lo menos deben ser conscientes del manejo de su lenguaje, deben aprender a gobernar su lengua, de su boca solo debe salir la dulzura del intelecto, palabras de sabiduría y ser dichas con armoniosa inteligencia, pues estas personas se asemejarán más a los grandes navíos de gran tonelaje que son gobernadas por un pequeño timón, así la pequeñez de su boca, debe ser capaz de gobernar a todo un personaje, caso contrario, si no se gobierna la pequeñez, será como un cerillo encendido que puede destruir un enorme bosque cuando está ese cerillo sin gobierno.
Toda persona que este henchida de soberbia, que se sienta un ser superior, y mencione a los cuatro vientos que es un ser de grandes dotes intelectuales, que es un gran maestro de la lengua, que se siente la encarnación de algún genio de la antigüedad, o de algún héroe mitológico, debe saber que esa misma lengua con la que intenta enaltecerse, es la misma lengua que lo hará caer, si no tiene la sabiduría de hacerla timón de su gran nave, se hundirá en la mar de sus propias palabras, debe saber que la lengua enaltece o hace caer en la podredumbre a la creación. Cuando una persona nace fornicaria, su lengua habla de maldad, la difamación, la murmuración y la calumnia, los fornicaros nace de lenguas pecadoras, y en el pecado está la degradación del hombre, allí está el infierno prometido por todas las religiones.
Por la palabra, ni con la palabra, ¡nadie tiene derecho a juzgar a nadie!, ¡nadie tiene derecho a condenar a nadie!, ¡nadie es superior a nadie!, aquel que use la palabra para sentirse superior, solo estará cavando la tumba de sus desgracias, jamás con la palabra maledicente logrará escalar la montaña de la sabiduría, sabemos pues que la naturaleza, las bestias, las aves, las serpientes y los seres del mar se doman y son domadas por la naturaleza humana, el hombre puede dominar a la naturaleza con el verbo, por ejemplo a los burros se les doma con la palabra “O”, también con la palabra que asemeja un canto como las ranas se puede hacer llover, como lo hacían los indios Arhuacos de la Sierra de Santa Martha, y eses mismo indos hoy nos recomiendan no mencionar el nombre de coronavirus, para que este pierda su poder, la palabra le da el poder, por la palabra se crea el virus, porqué la lengua bendice o maldice.
Si un hombre no logra domar su lengua, esta se convierte en un mal que no puede ser frenado, llena al hombre de veneno mortal, vemos como por un lado bendecimos al Dios Padre y por el otro maldecimos a los hombres por sus debilidades, sin tomar en razón que el hombre está hecho a semejanza de Dios Padre, con ello maldecimos también a Dios Padre. De la misma boca proceden la bendición y la maldición, de la misma fuente no deben manar aguas amargas y aguas dulces, porqué ningún venero de la naturaleza actúa de esa manera, así el hombre debe de emular a la naturaleza en los actos que la hacen prodigiosa, pues un árbol de manzana no producirá hiel, ningún árbol producirá aquello que no pueda ofrecer con amor y dulzura a quienes les es benéfico.
Todas las fuentes de agua de agua de la naturaleza o son de agua dulce o son de agua salada, ninguna produce las dos de manera simultánea, así nosotros no debemos correr los caminos lanzando al viento palabras dulces y amargas a la vez, no se pueden decir palabras inefables y cosas perversas a la vez, toda palabra agresiva aleja al hombre de sí mismo, lo aleja de su prójimo, lo aleja de dios, lo aleja de la naturaleza propia del hombre, en el manejo del lenguaje se conoce al hombre, un hombre mediocre critica a los otros hombres un hombre sabio se critica a sí mismo, ¿Cómo identificar a un hombre sabio?, lo verás en aquél que se muestra en por buena conversación sus obras, no mostrará sabiduría aquel que se alaba a sí mismo, aquel que critica al prójimo en beneficio de lisonja propia. Si un hombre tiene envidia, en él habrá obra perversa, no encontrarás obra de bondad quien en su palabra solo hay recelo, un envidioso tenderá a sentirse más sabio que su maestro y lo llegará a vender por 30 monedas, la envidia pervierte.
El hombre perfecto, habla en palabras de perfección, el hombre que anhele la sabiduría, deberá seguir el sendero de la perfección, deberá habituarse a controlar el lenguaje, deberá ser caritativo con el santo manejo del lenguaje.
Alejado de la sabiduría y de la bienaventuranza estará aquél critique a la religión ajena, a la escuela ajena, a la secta ajena, ese personaje no es caritativo con la palabra, este personaje resulta cruel y despiadado, así entendemos que no es lo que entra por la boca lo que hace daño al hombre, sino lo que sale por ella, de la boca surge la injuria, la intriga, la difamación, la calumnia y el odio, todo en perjuicio del hombre, pues al hombre crea, pues al hombre mata. Hemos visto con el paso de los años, que aquellos hombres que honran su palabra, aquellos hombres que confluyen en congruencia en el bien pensar, en el bien decir y en el bien actuar, son recibidos con honores en todas partes, su sabiduría los hace enormes, su palabra los hace merecedores del destino, y de la trascendencia.

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