Opinión

Tengo un Lucifer dentro de mi (Despertar Poético)

Tengo un Lucifer dentro de mi

Juan no quería hacerlo, sin embargo su vida corría peligro, su enemigo era solamente un chaval impetuoso, impulsado a ganar dinero de una manera fácil, quizá no supo que a veces se complican las cosas, solo actuó porque así lo había decidido y sucumbió antes de que lo llegara a pensar, Juan lo único que pudo hacer fue arrastrarlo con el auto y en un arranque de furia ciega llena de desesperación aplastarlo contra la pared de autos que tenía al frente, allí quedaros los anhelos de dos personajes de este mundo, don hombres sencillos que buscaban uno y otro ganarse la vida de distinta manera, cumpliendo la ley universal de los polos opuestos, en un dualismo eterno.

Era lunes por la mañana, Juan desayunó ligero, tenía prisa, si no salía 15 minutos antes de las 6 de la mañana no llegaría a tiempo al trabajo. Se metió al auto arreglándose la camisa, después ingresó al trafago incipiente de la madrugada, la oscuridad todavía reinaba, la luna en cuarto creciente iluminaba los espacios vacíos de luminarias en las calles. Calles ahítas de basura y escombro, símbolo del desorden mental del hombre que siente que su acción pequeña de tirar una basurita no perjudicará a nadie. Juan empezaba el día maldiciendo a esas personas que hacen el paisaje agresivo, sucio y ponen el ánimo candente.

Mientras conducía esquivando rocas, baches, topes, perros y puestos dejados sobre el arroyo de la calle, Juan pensaba en los problemas que debía solucionar antes de las nueve de la mañana, para que la integración del equipo de trabajo a la reunión no tuviera contratiempos, pensaba en como debería de presentar los reportes y verificar que los porcentajes de avances fuesen los correcto -Malditos proveedores, son unos mentirosos, con tal de vender te dan fechas compromisos que a su vez trasladas al cliente y te hacen quedar mal, por más que nos protegemos, deberíamos de cambiarlos o mandarlos a la chingada -Se decía Juan- mientras frenaba de golpe ante la acometida de un taxista que tenía prisa y manejaba agresivamente, metiéndose en su recorrido.

Maldiciendo Juan conseguía avanzar metros, el día empezaba a asomarse entre las grises fachadas de los edificios, el ambiente siempre tenso de la ciudad estresaba a Juan, los amaneceres sólo eran románticos cuando eran en otro lado, allí no. Juan soñaba con comprarse un terreno cerca de la playa para su retiro, -Ya estoy viejo para aguantar el tráfico, la ciudad no es para mí- Decía Juan lamentándose, mientras ganaba metros al del al lado que también peleaba su espacio. Juan no entendía el porque las personas comunes se peleaban por ocupar un lugar en el tráfico, terminando atorándose entre ellos en lugar de aplicar la cortesía y pasar todos de una manera ordenada, sabía que algo no estaba funcionando bien el cerebro colectivo, pues Juan decía a modo de broma -Saben que aquí entre nosotros soy amable, culto, respetuoso, pero me subo al auto y me convierto en un energúmeno, me transformo en un ser malévolo, malvado, engreído, tiránico, iracundo, soy el otro yo, y así somos todos en la- .

Los demás se reían de los comentarios, pero cuando efectivamente sucedían eventos desafortunados en donde el personaje bueno y culto se convertía en un ser retrograda cavernícola, la mente daba un giro de 180 grados y se preguntaba si no estaba poseído por entes malvadas, que estuvieran dominando al mundo; sin embargo, esa idea se difuminaba cuando se retiraba de la zona de conflicto y se convertía en el personaje de bien, de esa manera evadía a su personaje oculto que destilaba amargura, ese personaje que siempre lo acompañaba en sus recorridos de casa al trabajo y viceversa, como si fuese su ángel guardián y su demonio personal.

En momentos de lucidez, al abrigo de su biblioteca, Juan empezaba a entender el simbolismo del personaje oculto, del demonio que lo hacía modificar sus patrones de conducta de una manera errática y que se exaltaba cuando se pulsaba el botón preciso, empezaba a entender la existencia simbólica del Lucifer interior, pues en alguna clase del maestro Topo lo escuchó; decía el maestro que todos los hombres (hombres y mujeres) tenemos una infinidad de yoes, tan grande como nuestros traumas, son miles de personajes distintos interpretando escenas disimiles, somos los mil y un gestos que hacemos, somos las mil y un escenas que interpretamos, somos los siete demonios capitales, somos: Gula, Avaricia, Lujuria, Ira, Pereza, Tristeza, Soberbia, pues los padecemos en mayor o menor medida.

El maestro señalaba, que el demonio que tenemos dentro se llama Lucifer, y no es la interpretación clásica del común; un demonio, su interpretación deriva del latín y significa Lux o luz y Fero; llevar, significa el portador de luz, así nosotros tenemos un demonio llamado lucifer, es que nos llena de luz o nos hace perdernos en las tinieblas. Es el lucero que nos guía, por esa razón el maestro señala que cuando dominamos nuestras pasiones llamadas pecados capitales estamos iluminando a nuestro lucifer y caso contrario cuando caemos en todas las pasiones estamos cayendo en la oscuridad sin un lucifer que nos guíe, abandonamos la senda y cada demonio o pasión que nos embarga tiene miles de matices; por ejemplo, el lucifer de la ira es el más socorrido en el trafago de esta asfixiante ciudad, podemos ver como se oscurecen los seños de cientos de personas que transitan a nuestro lado, oscureciendo su lucifer.

Juan lo sabía, pues lo había analizado miles de veces, y lo había padecido, pero no quería hacerlo, no quería sufrir más dolores de cabeza innecesarios, sabía de primera mano que era muy fácil dejarse llevar por la ira que contenerla; sin embargo, cuando la contenía y ganaba una batalla, sentía cierto dejo de satisfacción al lograr saltar algún obstáculo sin que la cabeza le reventara, pero decía que era más fácil dejarse llevar por los acontecimientos y maldecir y gritar a pesar de todo se liberaba, sabía de antemano que no ganaba nada, pero algunos seudo estudios decían que maldecir y gritar quitaba estrés y realmente se sentía bien maldecir, aunque después no se lograra ver la luz ni sentirse tranquilo.

Así, Juan, circulaba ese lunes, acelerando, frenando, parándose, acelerando, parando, discutiendo consigo mismo, discutiendo en voz baja con los demás automovilistas, pensando en una manera más cómoda de desaparecer de ese mundo caótico o de desaparecerlo para circular más cómodamente. A veces creía necesario una razia, pero no se animaba a hacerla, quería inventar un gas que fuese directamente al sistema límbico y descubriera quién era un malvado, un maldito, un ladrón, un asesino, un corrupto y una vez descubierto el veneno lo eliminara. Así de selectivo debería de ser ese gas y pensaba opciones y ubicaciones, formas y máquinas para lanzarlo en la atmosfera de las ciudades más pobladas del mundo y así terminar con el gen de la maldad de una vez por todas.

Sin embargo, después de pensar en los matices, en los detalles, se daba cuenta de que eso no era posible, pues todos somos propensos a ser malvados, corruptos o ladrones en determinados momentos, todos tenemos las pasiones latentes en nuestro ser, sólo falta un detonador para hacerlas salir a flote, todos tenemos la capacidad de ser malos o de ser buenos, la consciencia es la que nos hace decantarnos hacía un lado u otro, así que sería una empresa dedicada al fracaso, o una limpieza total, mientras eso sucede, o se concreta, los demonios siguen haciendo su trabajo, poniéndonos pruebas a cada instante, así, en cada viaje, mientras Juan piensa en otras opciones de como terminar con la mitad de la población de la ciudades más pobladas del mundo, empezando por los malos, pensando desde luego en que esto lo ayude a hacer más llevadera su vida.

Juan ha recorrido casi la totalidad de los kilómetros necesarios para llegar al trabajo, ¿Pero?… a pocos metros de él, el tráfico está parado, -¡Chin! se lamentaba Juan de que estando a escasos metros de llegar a su trabajo se detuviera, maldiciendo decía -Hijos de su madre, porque no van y para a su madre, otra vez voy a llegar tarde por su culpa – mientras golpeaba el volante furioso, a lo lejos veía el edificio donde trabajaba, ya se sentía dentro tomándose un café platicando con Pedro del partido de los Pumas, burlándose del Morelia, que iba mal en la tabla por sus juegos mediocres, ya se sentía preparando la ponencia donde saldría a relucir la eficiencia de su trabajo, condujo despacio el auto antes de llegar al atasco, no tenía caso que gastara gasolina de más, si de todos modos tendría un atraso de quince minutos, así lo decía el mapa que traía en el teléfono… señalaba un accidente.

Juan sabía que esta ciudad se paraba por todo, bien podría ser solamente un camión de pasajeros llamado Micro que estuviera haciendo parada en doble fila o triple fila, bien podría ser que un inconsciente del carril de alta quisiera meterse a la incorporación que estaba en el carril de baja, o efectivamente podría ser un accidente, todo suceso por mínimo que fuese afectaba la circulación, Juan contó y había cinco filas de autos parados, todas apuntando a la incorporación, formando un embudo, em medio de dos filas había el espacio justo para pasar, Juan pensaba en aplicar la chilanguiña, o se una maniobra valemadrista e intrépida para adelantar a los que estaban formados respetuosamente de una manera alevosa u ojete, y pensó -No avanzaré mucho, nada gano, o a lo mejor le gano al del camión que puede hacer más lento el camino-

En eso estaba, cuando de pronto vio a un jovencito apuntar con un arma al auto de adelante, con rapidez le arrebató una bolsa mamey y un teléfono, Juan bajó el vidrio, sacó la mano, manoteó y pito enfurecido al ver ese acto canallesco, -Déjala culero, ponte a trabajar pinche huevón – el chamaco volteo y se dirigió rápidamente hacía Juan que al verlo decidido con la pistola apuntándole a la cara quiso dar marcha atrás, sin embargo el atasco ya tenía mucha fila obstaculizando su camino, se encontró Juan muy rápido en una encrucijada -¿Será de juguete el arma? ¿Se animará a disparar? ¿Salgo del auto y corro?, no sabía qué hacer, no tenía muchas opciones, el espacio que existía entre las dos filas le pareció una autopista, así que pensaba usarlo, si se incrustaba en algún auto, dejaba el suyo y corría si de salvar la vida se trataba.

El chaval se acercó rápidamente y le puso la pistola en la cabeza -Deja de estar pitorreando culero, dame todo lo que traigas o te quiebro -Le grito el chamaco – Juan vio la energía y decisión en el rostro embrutecido por el veneno de alguna droga, los ojos rojos y vivos despedían un brillo atemorizador, el de voz, es el tono que tienen los personajes que desprecian la vida. Juan se espantó, e involuntariamente aceleró el auto, mientras el chaval con el arma dentro del habitáculo del auto disparaba por reacción. Allí Juan se enteró que el arma era de verdad, de reojo vio el dedo presionando el gatillo y agacho por instinto la cabeza y subió el vidrio de golpe. La bala le quemó la nuca, cabello y piel quedaron incrustados en el hueco del vidrio del copiloto. Con la mano del chaval aprisionada y la pistola dando tumbos sin ser disparada, el Chaval cambió su expresión de valor a miedo, ambos se vieron a los ojos y en ambos había miedo, la muerte los había tocado y uno debería de perder.

Juan bloqueó su mente a la congruencia y aceleró con el chaval a rastras, tomó el espacio que había entre las dos filas de autos, era el espacio justo para que pasara el auto de Juan, pero el chaval no cabía. Este chaval se desmoronó al chocar contra el camión que era el más próximo. Juan no frenó, siguió su ruta, lo arrastró cual muñeco de trapo, aprisionándolo contra los demás autos conforme avanzaba. Mientras pasaba Juan con su carga a rastras, el camino se iba abriendo como por arte de magia. El cuerpo del chaval ya suelto iba dando tumbos, inerte. La cabeza había dejado parte de la piel en el primer golpe contra el camión. Juan reaccionó al sentir cada golpe y abrió el vidrio, con esto el chaval se desplomó ya sin fuerzas, el cuerpo cayó bajo las ruedas del auto de Juan, que reparó al brincarlo.

El arma quedó incrustada entre la portezuela y el asiento, Juan sólo atinaba a acelerar para retirarse de la zona, por el retrovisor alcanzó a ver que dos personas se acercaban al cuerpo del chaval y recuperaban sus pertenencias de sus garras aún aferradas a ellas. Una de ellas era una mujer ya entrada en años, que de un tirón recuperó su bolso color mamey, mientras lo hacía escupía al chaval y le pateaba la cara. Después subió a su auto y tomó el mismo camino que Juan pasándole encima al cuerpo sin ningún pudor. Juan notó que los demás automovilistas le abrían paso y lo urgían a retirarse, le gritaban -Vete, aquí nadie vio nada, corre-.

Pasó el atorón sin problemas, vio Juan que el problema sólo era un auto que se había quedado sin gasolina. Pronto llegó a la oficina con los pies de trapo, se limpió el sudor y se tocó la nuca. Era extraño, sólo un pequeño hilo de sangre señalaba la magnitud del problema, y era insignificante, sólo el espacio sin pelo señalaba el suceso. Vio su reloj, llegó media hora antes de la entrada, tenía tiempo de calmarse, revisó el auto y vio las abolladuras donde había golpeado el chaval, sólo se había hundido la lámina, podía repararse con calor. Los golpes tenían sudor y poca sangre embarrados, con un trapo los perdería. El golpe contra el camión y los demás autos los había recibido el chaval, amortiguando el daño al auto, el vidrio del copiloto era el único daño visible. Después de limpiar la lámina, corrió Juan por una calcomanía de la empresa y la puso por ambos lados, era negra, podría disimular sin problema el hueco, ya por la tarde iría con el Chambas a cambiarlo, lo rompería antes para simular un cristalazo. Salvo que en las noticias saliera su nombre y tuviera que ir ante la justicia y huir no pensaría en adelantar su jubilación.

Nadie se percató del incidente en la oficina, Juan puso su empeño en simular su nerviosismo y libró la jornada, en las noticias de la noche vio el cuerpo del chaval cubierto por una sabana, vivía por la zona, era famoso en el circulo de viciosos, era conocido como el “chemo”. Decían las cintillas que había sido atropellado por un auto fantasma durante la madrugada. El presentador de las noticias gritaba que -Estamos ante una sociedad sin valores, el chavo andaba drogado y atravesó la calle sin precaución y fue atropellado hoy por la madruga y no fue hasta después de las 7 que alguien se compadeció y llamó al 911, pero ya habían pasado cientos de automovilistas y ninguno se acercó siquiera a cerrarle los ojos.

¿Estamos ante un fenómeno social de indiferencia ante el dolor ajeno? Nadie se paró a revisar si necesitaba ayuda, el chaval pudo haber sobrevivido si estuviese solo herido, pero como nadie lo ayudó, murió abandonado a su suerte, a nadie se le ocurrió avisar a las autoridades al momento del suceso, que punto y aparte llegaron cuatro horas después de la llamada, nadie de la zona reclamó el cuerpo, nadie le lloraba, nadie lo reconocía, nadie denunció, ¿Era un huérfano? ¿No tenía amigos, ni parientes? Así supimos que murió un personaje que era menos que nada en esta ciudad, mientras Juan ya en su casa meditaba: Tienes suerte Juan, has corrido con suerte, tu falta de control te va a generar problemas, la desesperación de los demás y la tuya te hicieron pasar un momento difícil, has perdido tu esencia, un hombre que murió por tu culpa, o por su culpa, no importa, era una vida, y ni tú, ni nadie alrededor se atrevió a apoyarlo para salvarla, no importa si aquél no quisiera ser salvado, pero si se atrevieron a juzgarlo, decían que era un delincuente y se lo merecía, cierto es que merecía un castigo para eso está la justicia del hombre, pero en un arranque de miedo, o de ira no se puede arrebatar la vida de una persona, animal o planta, todos estamos en esta vida destinados a vivirla y participar de ella, somos entes necesarios.

Ahora el Maestro Topo señalaba, decía Juan justificándose, que la vida de una persona debe defenderse por si misma a toda costa, así Juan se decía que estaba en peligro, el rozón en la nuca lo constata, entonces en las leyes del karma está justificado defender su vida. Esa tarde Juan lloró, desesperado, temblando de miedo, la justicia del hombre podría alcanzarlo si alguien había grabado la escena, y podría salir perjudicado, sabía que la justicia en nuestros días está vendida al mejor postor, si tenía dinero será laxa, si no tenía dinero sería ruda, justa jamás, hasta hoy, se decía Juan, nadie ha dicho nada, todo era parte de un teatro del subsuelo social, si matas a un delincuente, no vi, no oí, no sé nada…

mientras tanto, el lucifer interior, los miles de demonios siguen trabajando para que Juan sea una mala persona o se convierta en santo, la decisión al final la tiene él mismo, pues no ha podido dominar el demonio de la ira, mañana luchará contra el de la pereza al despertar, en el trabajo luchará contra el de la soberbia al saberse hábil e inteligente, superior al común, después luchará contra la lujuria al ver a sus compañeras y lanzarle indirectas, tendrá envidia por los logros materiales de su jefe, luchará contra la gula en las taquerías, la avaricia la tiene dominada, su estatus es equilibrado, pues desea solo acaparar conocimiento que le de recursos para vivir, así vive Juan una vida con sus demonios, algún día dirá que cayó al infierno o subió al cielo, después de haber luchado consigo mismo y de haber blanqueado a su lucifer, después de haberle dado luz, y no dejarse caer en los reinos de la oscuridad, haciendo negro su lucifer, hoy libro una batalla con la muerte, hoy ganó, no siempre se gana.

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