Aferrados y con esperanza

P. Agustín García Celis

Contemplar la creación divina y descubrir lo maravillosa que es, nos hace pensar porque el hombre, a la lo largo de la vida, va afianzando sus esperanzas en las cosas que para él representan algo importante, al grado de sentir que trasciende su materialidad y lo lleva a disfrutar lo que tiene y lo que es, lo que ha logrado con su cansancio, con su trabajo y con todo su esfuerzo.

Cuando visitamos a un enfermo, alcanzamos a ver en el brillo de sus ojos sus ganas de vivir y descubrimos en sus palabras como se aferra a la vida con oraciones, con los medicamentos, con los consejos de las personas, con el cariño de los suyos y con todos los cuidados necesarios para estar bien. Esta es una experiencia ante la que no podemos voltear la marida a otras cosas, cuando un familiar busca tu rostro y espera una sonrisa que le de confianza, que le reconforte en sus esperanza.

Escuchar la historia de una persona adulta, es otro ejemplo que nos revela como la persona se aferra con esperanza a un futuro que es tan incierto. La persona justifica cada momento de su existencia, justifica su experiencia por los altos y bajos que vivió a lo largo de los años, en momentos rebosante de alegría y otros con tristeza, pero todos ayudaron para construir toda una historia que la persona adulta guarda con cariño y que se lleva escrita en el alma.

La sociedad se pinta con todos los acontecimientos humanos que la persona sufre y celebra y con ellos se afectan todos los sectores sociales, al grado de forzar las instituciones para seguir creando programas de ayuda social. Pero también se ven forzados los tutelas que gobiernan los países, para responder a todas las circunstancias terrenas que claman pidiendo caridad humana, para aferrarse a este mundo tan eventual.

De toda esta reflexión, encontramos que es cierto que nuestra sociedad se aferra con esperanza por un mundo mejor, más humano y capaz de fraternizar por encima de las culturas y de las situaciones económicas mundiales.

Es bueno que cada ser humano se aferre a eso que espera un día en su vida, que se proyecte cada vez con más fuerza y en algo más grande. Porque es aquí donde puede experimentar la verdadera libertad, y no una libertad manchada por el libertinaje, sino la libertad que hace al hombre trascender por encima de los apegos humanos y más allá de lo material, hasta lo más profundo de su ser. Debemos aferrarnos en la vida a todo lo bueno que esperamos, que nos merecemos (sin petulancia desmedida) y que el tiempo nos ha de devolver en su justo momento. Debemos aferrarnos a eso que esperamos con todas las fuerzas humanas y aprovechar la presencia y ayuda de Dios para conseguirlo.

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