El Guardián – El Mameyal. (Despertar poético)

El guardián – El Mameyal

En el capítulo anterior, Rubén solicita a Chava el mecánico de la dependencia, que arregle la camioneta verde que está en el estacionamiento y que nadie usa por superstición,  ya que en ella han muerto dos de sus compañeros, Rubén que no cree en supercherías, consigue hacer que Chava se interese en repararla, para hacer un viaje a Tremendo, un poblado de la sierra norte de Guerrero, para entregar apoyos a campesinos, y para calmar las preocupaciones, Chava le aconseja conseguir un guardia que lo acompañe, y ahora que va a El Mameyal, puede conseguir alguno de los que anduvieron en la guerrilla.

III.- Mameyal

Las chimeneas se hicieron más cercanas, la camioneta azul se quejaba en cada hoyanco que encontraba.

  • Le hace falta una buena engrasada – Decía Rubén – Al menos ya llegué al pueblo, deben de estar desesperados por la marmaja, ja, creo que me voy a poner briago el día de hoy, estos campesinos, no se andan por las ramas, cuando hay dinero, no hay cantina que les embone, tendremos que visitar todas las de la región, sino es que quieran ir hasta Petatlán.

Las casa empezaron a asomar entre al cortina de humo y de árboles, y haciendo honor a su nombre, las primeras huertas de mameyes estaban en plena cosecha. Los perros empezaron a ladrar al sentir la sensación de algo extraño acercarse. A lo lejos Rubén vio asomarse a los pequeños, que salían corriendo de una casa para meterse a otra al otro lado de la carretera. Una burra solitaria caminaba cabizbaja cargada de leña, no se veía por ningún lado al propietario, el animal, parecía acostumbrado a que la rebasaran, se hizo a un lado para dejar pasar al aparato ruidos que se le acercaba, ni siquiera las orejas movió. Por el retrovisor, Rubén vio una silueta salir de entre los mameyes, era un hombrecillo enteco, con un morral de plástico al hombro derecho, sombrero de palma, pantalón café arremangado arriba de los tobillos, huaraches propios de tierra caliente, que son dos tiras de cuero que cruzan el pie, se acercó a la burra y empezó a caminar con la misma parsimonia, se le hizo gracioso a Rubén.

  • Estos hombres se camuflan tan bien con la naturaleza y sus animales, que no sé quién es uno, o quién es otro –Sonrió de su sorna.

Mientras se acercaba a las casas, Rubén echó otra mirada a la pareja de animal y hombre, seguían el mismo ritmo del caminar, en una perfecta sincronía, el hombre golpeaba con una delgada vara rítmicamente las ancas del animal que no acusaba recibo, más parecía una danza donde los dos se sienten uno mismo en ese tipo de tocamientos. El hombre sacó del morral una torta de masa gruesa y empezó a masticar sin dejar de caminar, se adelantó un poco y convidó al animal un pedazo, este lo recibió casi sin voltear, como una escena bastantes veces repetida, el masticar de ambos era también rítmico. La bolsa del hombre era peculiar, parecía bordada a mano en los bordes y una figura morada al centro, era paradójico que un hombre de la sierra trajera una bolsa con colores vivos, no eran considerados colores de “hombre”, los cargaba con marcada indiferencia. Las figuras se fueron perdiendo en el retrovisor, mientras las casas al frente se fueron haciendo más claras. Un niño sin ropa estaba recargado en la cerca de alambre de púas frente a la primera casa, con las manos juntas encima del alambre y su cara encima de las manos, su mirada llena de curiosidad se posó en la camioneta, no parpadeaba, abría la boca de vez en cuando, para hacer un ¡Oh! De sorpresa en silencio expectante, Rubén volteó y lo saludó, el niño absorto en el paso del vehículo no advirtió el saludo. Una señora joven aún, con un vestido rosa de flores que le llegaba hasta los tobillos salió de la casucha cargando a un bebé en los brazos, caminó un poco hacia la cerca y se paró a ver el paso de la camioneta. Mujer y niños siguieron el paso del vehículo sin mover más músculo que el cuello y los ojos, parecían estatuas broncíneas esculpidas por Marín.

A lo lejos empezó a aparecer el caserón de adobe y teja pintado de rojo y hueso, era la escuela construida en 1946, era un galerón donde llegaba un profesor rural cada semana los lunes y se retiraba los días viernes, ese mismo galerón, era escuela, salón de usos múltiples, salón de fiestas, lugar de reunión de campesinos, casa de campaña, puesto de vacunación y posada en emergencias. Rubén recordó la primera vez que llegó al Mameyal, hacia un par de años, iba de aprendiz de un viejo compañero que estaba en proceso de jubilación, llegaron en una camioneta color blanco, ya más ocre por el lodo acumulado durante el lluvioso trayecto, en esa ocasión llevaban un par de apoyos para dos personas prominentes del pueblo, y eran el dueño de la única tienda de abarrotes y el dueño de la caseta telefónica, ambos de nombre Cutberto, las puertas de la escuela se abrieron de par en par para dar paso a los ingenieros, los esperaba una mesa engalanada con un mantel milagrosamente blanco entre todo el lodo que había alrededor, tanto en los patios, en los caminos, en las parcelas, en las casas con pisos de tierra, como en los huaraches de los asistentes, Rubén esperaba ver solamente a los dos beneficiados, sin embargo, todo el pueblo se había volcado a recibirlos, hasta el maestro dejó por un momento de dar la clase para que los chiquillos y los no tan chiquillos que asistían a clases participaran de la bienvenida.

  • Bienvenido Concho – Saludó Cutberto García dueño de la caseta telefónica.

Se abrazaron como si se conocieran de años, y ahora lo entendía Rubén –Es tan pesada y tardada la tramitología, que prácticamente vivías con los beneficiarios mientras se validaba el trámite y después los veías cada semana para la entrega de los recursos y después cada cosecha para el cobro y reposición del préstamo,

  • Gracias Cutberto, es un gusto estar aquí de nuevo.
  • Pásenle a lo barrido y no tan mojado ¿No se le rompen las uñas al chamaco Concho? –dijo esto señalándome- Se ve que no ha pisado el lodo aún, hay que llevarlo a la milpa.
  • Déjalo en paz Cutberto, que dentro de unos meses es el que te va a entregar los recursos y después vendrá a cobrarte, así que te conviene estar bien con él.
  • Así cambia la cosa –Métase mijo –dijo Cutberto García pasándole el brazo por el hombro a Rubén, empujándolo a entrar por completo a la galera –Maestro Juan, acérquese, también es usted invitado.

Me senté al lado derecho de Concho, a mi lado sentaron al maestro de escuela, era un mozalbete apenas pasados los veinte años, que aún se sonrojaba cuando lo nombraban los hombres recios del pueblo. La galera, tenía dos estradas con dos puertas de madera gruesas y pesadas, una daba directamente a la calle por donde entraron Concho y Rubén y la otra que daba al patio escolar, las puertas estaban exactamente a la mitad del edificio, lo que formaba dos aposentos, divididos por las puertas, el primero de la izquierda lo ocupaba el salón de clases, donde estaban amontonados los niños de seis a quince años, que cursaban del primero al sexto grado, al otro lado, estaba una enorme mesa con veinte sillas alrededor, todas de madera cruda cubierto el asiento con junco abundante en las zonas pantanosas comunes en esa zona, el mantel, decorado con bastante detalle, abarcaba a todo lo largo de la mesa, fue hecho expreso para ello, sus motivos florales representaban macizos de flores, con colores vivos, aparecían maravillas rojas, rosas, amarillas y moradas, con ramas de rosaledas en varios tonos de verdes, las esquinas las remataban racimos de uvas, al centro un camino bordado a mano dejaba huecos simulando frutas, era un trabajo exquisito, daba miedo mancharlo.

Una vez sentados, Cutberto García salió al patio de la escuela y rápidamente regresó con una pequeña mesita, de apenas ochenta centímetros de altura, tras de él venían tres mujeres, eran su esposa y sus dos hijas, cada una cargando cosas enormes que acomodaron en la mesita pronto tenían ante sí un plato humeante de birria de chivo, Rubén al sentir el olor se le vino el color a la cara y la saliva le empezó a traicionar, escurriéndosele por entre los labios, Cutberto García lo apreció y le ofreció un guiño cómplice.

  • Tranquilo niño, estoy seguro que con paciencia podrás disfrutar mejor esta comida, y no es porque la haya preparado mi mujer, pero es la mejor de la región.

Todos los asistentes que ya sumaban más de veinte asintieron de conformidad, Rubén no atinaba a verlos a todos o al plato que tenía delante, hasta que tuvieron todos sus platos delante Cutberto dio la orden.

  • Adelante amigos, compartamos el pan y la sal. Es en agradecimiento al esfuerzo que hace Concho por venir a ayudarnos, para que este pueblo pueda tener un poquito más de lo necesario para comer, porque con el apoyo que nos dan, no solo come mi familia, comen las familias de los que nos ayudan, de los que aún no pueden ayudarse como los niños, comen las mujeres que se friegan tanto como nosotros, ellas en la cocina, nosotros en las parcelas, comen los ancianos que ya dieron su sudor tantos años para que nosotros creciéramos y comen ustedes y el maestro que tanto nos enseñan para dejar de ser solamente burros.

Los asistentes sonrieron ante la analogía, y al primer sorbo que dio Cutberto García los demás empezaron a sorber con gran deleite. Rubén estaba sudando cuando vio la cuchara de Cutberto iniciar el camino de bajada al plato, la mano le temblaba, y con la cabeza gacha y la mirada recta, luchó para no lanzar la suya desesperadamente al plato. Las tortillas entraban por la puerta que da al patio y desaparecían de inmediato en las hambrientas bocas de los asistentes, Rubén apenas las tocaba, las enrollaba con maestría y las engullía con desesperación, hasta ese día no había sentido una desesperación por comer, el olor de esa birria le abrió otros sentidos antes perdidos.

Habiendo despachado dos platos de birria, Rubén y concho se repantigaron en las pequeñas e incomodas sillas, satisfechos, una vez hubo terminado Cutberto García, todos se miraron sonrientes, la tensión del ambiente se relajó, Cutberto Chávez llegó con una jarra de barro y empezó a escanciar en los pequeños pocillos de barro que acercaron las mujeres, a los hombres les brilló la mirada de una manera febril, Rubén no supo porque hasta que probó el líquido que le acercaron, al primer sorbo, un calor fuerte le subió a la cara, lo que le valió una sonora carcajada de todos los asistentes que estaban pendientes de las reacciones de él y del maestro de primaria, Concho le palmeó la espalda.

  • Ya estás preparado para visitar El Mameyal Rubén –dijo esto sonriendo y sorbiendo un buen trago de su pocillo.

Después de vaciar dos pocillos se levantó Concho.

  • Estimados todos, les agradezco como siempre sus atenciones, han sido las mejores que he tenido, incluso mejor que las de mi esposa –soltaron la carcajada todos- le agradezco a Cutberto, la comida, como siempre bastante sabrosa, y a Beto, que también es Cutberto, le agradezco este elixir, que es mejor, que digo mejor, mucho mejor que los de Etúcuaro, o los de Tequila, ya hasta miedo me da venir, porque me quedo dormido en el camino –Volvieron a soltar la carcajada- y antes de que esto suceda, les hacemos entrega a los dos Cutbertos de sus recursos, que sabemos los administraran sabiamente.

Haciendo esto, Concho puso sobre la mesa el maletín que siempre cargaba, de un cuero bastante gastado y sucio, lo abrió y sacó dos sobres, que solo decían García y Vázquez, y se los extendió a cada uno.

  • Solo falta el protocolo, ustedes saben, para que nuestro jefe no vaya a pensar que nos lo chingamos Rubén y yo en las cantinas de El Mameyal.
  • Pero si acá no hay cantinas –dijo un asistente.
  • Pero mi jefe no lo sabe –dijo Concho soltando una carcajada sonora que fue secundada por varios-

Les pasó los recibos para firma, lo que hicieron los Cutbertos sin leer siquiera.

 

Los recuerdos le trajeron un buen sabor de boca a Rubén, que ya veía las tejas del galerón, el Maestro ya no era el mismo, solo los pobladores seguían siendo los mismos, que seguían esperando con ansia la llegada de los apoyos. Vio a la comitiva esperándolo en la puerta del galerón, los niños fueron advertidos por algún asistente de su llegada, que empezaron a salir corriendo alegres al encuentro de Rubén, agiles como todos los mozalbetes se subieron a la batea y comenzaron a gritar y a brincar. Rubén conocía a algunos de ellos, y seguido los confundía, todos se les hacían parecidos, el mismo color, el mismo pelo, el mismo tamaño, la misma sonrisa, eran hijos de la misma tierra, sencillos e inocentes.

Rubén se bajó de la camioneta seguido de varios chiquillos que se le colgaban de los brazos, haciéndole muchas preguntas sobre el funcionamiento de la camioneta, y sobre la vida en la ciudad, sobre muchas cosas que para él le eran simples. Cutberto García salió a su encuentro retirando a los niños de su paso.

  • Bienvenido Rubén –Dijo Cutberto.
  • Gracias Cutberto, buenos días a todos –Saludó Rubén.
  • Pasa, pasa, ya sabes esta es tu casa –Señaló Javier Pérez.

Entramos a la galera, la inefable mesa estaba en su sitio, el inmaculado mantel en su puesto, Rubén se sintió como en casa. Las veinte sillas tejidas con junco estaban en su lugar, el protocolo seguía siendo el mismo, los hombres alrededor de la mesa, a mi derecha el maestro de la escuela, a mi izquierda don Cutberto García, después se acomodaban todos como podían, y los que no alcanzaban asiento parados alrededor de la mesa, sin atisbos de envidia o mal gesto por los que estaban sentados, las mujeres todas ocupadas en el patio, trajinando la comida.

  • ¿Qué tal estuvo el viaje Rubén? –Preguntó el maestro-
  • Pesado como siempre, ha llovido mucho y se han formado hoyos y barrancos por todo el camino.
  • Sí, caray, este gobierno aún no se acuerda de nosotros, hasta que seamos un pueblo productor que valga la pena meter caminos hasta acá.
  • Para eso trabajamos Melquiades, tú en tu área, yo en la mía, tú formando mejores personas, ¿Quién sabe si alguno de ellos llega a ser presidente?, o gobernador, y saca a este pueblo de la ignorancia.
  • Cierto, tú trabajo es darles recursos para que tomen confianza y produzcan y sean visibles a los ojos del gobierno.
  • Es correcto.
  • ¿Cuántos alumnos tienes ahora?
  • Cuarenta, siguen siendo pocos, pero al menos son más que el año pasado que eran treinta.
  • Si, son pocos ¿No se te hace pesado tener a los seis grupos en un mismo salón?
  • Si, muchas veces se confunden con las instrucciones y las tareas, pero vamos dándole orden en lo que podemos, ya solicité otro profesor de apoyo para que atienda los tres primeros grados y yo los tres últimos.
  • Es buena idea.

Entró Cutberto cargando la mesita, los asistentes se sintieron confortados al verla, era presagio de un buen atracón. Las ollas entraron casi de inmediato, el olor a cerdo impregnó la galera, Rubén recordó su primera visita a El Mameyal y sonrió, eso no quitó que se le viera babear nuevamente, para evitarle la pena, Cutberto había establecido una rutina simple, les acercó un pequeño taco de prueba, eran carnitas, Melquiades y Rubén agradecían el gesto cada vez que sucedía. Una vez que todos tenían su plato enfrente y que Cutberto dio el primer mordisco, todos empezaron la comilona, el cerdo no tardó en ser solo huesos. El mezcal de Beto empezó a circular, Rubén recordó las palabras de Chava –

  • El Banco de Crédito Rural, al cual me digno representar, agradece la confianza, y quiere celebrar con ustedes los diez años de Cutberto García como beneficiario, y gracias a la buena respuesta al pago de los créditos y a su aval, el día de hoy, Gabino González es acreedor de su primer crédito que según consta en los libros lo usará para la siembra de frijol y compra de ganado, con Gabino llegamos a la cantidad de siete créditos en El Mameyal, que cómo saben, cuando tomé este encargo, solo eran dos los objetos de crédito, así que ¡Salud! Gracias a Cutberto Chávez, que próximamente venderá mezcal “Mameyal blanco” a los restaurantes de Ixtapa y Acapulco.

El griterío no dejó seguir el mensaje, la gente estaba feliz de que otro más de su pueblo fuese objeto de crédito, cosa que era muy difícil en esos tiempos, me tocó empeñar mi palabra y mi casa para que les dieran los créditos, y cuando vieron que eran buenos pagadores, ya no hicieron muchas preguntas, ahora, gracias a eso, y que El Mameyal era un lugar de difícil acceso, el gobierno encargó a la oficina atender un par de créditos a fondo perdido en Tremendo, un poblado con similares características al Mameyal, eso me ponía en desventaja con los compañeros, la desventaja era, que iba a estar muy vigilado por los delincuentes. Los que mataron a Rosendo y a otro compañero en la verde, por alguna extraña razón sabían que llevaban mucho dinero, porque lo buscaron por todas partes, no solamente en la humanidad de los muertos, a los que les dejaron los relojes y las carteras vacías.

  • Le agradecemos a Rubén, que es el que ha dado la cara, no al banco que ni conocemos, por la confianza que nos ha tenido, y si nos la sigue teniendo, aquí estaremos para lo que necesite.

Cuando hablaron de que estarían para lo que necesite, Rubén se paró y dijo:

  • Ahora los necesito, como los recursos que traigo para ustedes ya son grandes, pues ustedes ya son siete, necesito que me ayuden con alguien que me acompañe para que no me los vayan a robar en el camino.
  • Pues si quieres te acompañamos desde Petatlán todos los del rancho, vamos por ti.-Dijo uno de ellos.
  • No es de Petatlán hasta aquí donde hay peligro solamente, es en todo el camino, desde que recogemos los recursos en Acapulco.
  • ¡No pos si,! Dicen que por Coyuca asaltan a todos los que pasan y los matan, les ponen piedra o palos en el camino para que se paren –Dijo Beto.
  • Si, dicen que está canijo por allá, un amigo de Cayacal, que por allá también asaltan, pero si está complicado que te acompañemos todos, no cabemos en la camioneta –dijo Gabino- Pero si es necesario te acompañamos.
  • No es necesario –los tranquilizó Rubén- con uno de ustedes que me acompañe dos veces por semana es suficiente.
  • Yo –Gritó un adolescente llamado Herminio –Tengo ganas de conocer Acapulco, y ya se usar la fusca y no le tengo miedo a nadie.
  • Gracias hijo, pero necesito a alguien con menos ímpetu, que no llame la atención y que en caso de necesidad no se eche para atrás.
  • Nadie de aquí se echa para atrás, te lo aseguro, somos machos, y no le tememos a la muerte –dijo Cutberto tomándose el resto de Mezcal de la jarra que traía en la mano-
  • Lo sé, me han hablado de eso antes, y conociendo a los que conozco, sé que son personas de fiar y que cumplen su palabra.
  • Claro, hombre que no honra su palabra, mejor muerto –Contestó Gabino ya sonrojado por el alcohol.
  • Les agradezco, ¿Habrá alguno que haya estado en la guerrilla, que sea tranquilo, efectivo y no tenga tantos hijos?

Cuando dije “hijos”, todos se voltearon a ver, algunos agacharon la cabeza, como si esa palabra les diera vergüenza, Herminio Saltó:

  • Yo no tengo hijos, ya ve que si le convengo.
  • No hijo, estas muy chico –Lo detuvo Cutberto- es muy pronto para que enfrentes a la muerte, efectivamente Rubén, aquí habemos algunos ya fogueados, si quieres a alguien así, fogueado que no tenga compromisos y tranquilo, tenemos al que necesitas, solo que es muy callado, convive poco con nosotros, pero podemos confiar en él, desde que mataron a Lucio Cabañas, se vino y se encerró en su casa, tiene un hijo ya grande, mujer no tiene, ese te puede ayudar, pero va a ser difícil convencerlo.
  • Si usted va don Cutberto, seguro viene –Dijo Gabino- a usted lo respeta mucho.
  • ¿Puede hacerme ese favor don Cutberto? –Le solicitó Rubén.
  • Si puedo. ¡Ah!, pero no te garantizo nada.
  • Nada tengo garantizado ahorita, nada se pierde.

El alboroto se armó en cuanto salió Cutberto de la galera, los comentarios se sucedieron uno a otro.

  • Ese Carmelo es un chungón, no le tiene miedo ni al diablo –Decía un rapaz de unos quince años.
  • Sí, mi papá me cuenta que una vez anduvieron por Iguala, les salieron al encuentro diez soldados y Carmelo sacó la Diabla y se despachó los diez de un jalón sin despeinarse, mi papá se quedó como el chinito “nomás milando” –Le dijo otro joven de la misma edad.
  • Dicen que en el cerro del Ajuate iba a cortar leña y se encontró de frente con el charro negro, y no se le rajó, por eso trae la cicatriz en la frente –Dijo un adulto.
  • Dicen que la llorona dejó de llorar cuando le enseñó la diabla, después de irle a reclamar porque no dejaba dormir a sus hijos y les metía miedo, desde allí, la llorona no se aparece por aquí, llora allá por las Mesas o por el Parotal, pero por acá, ¡Nada!-Señaló otro.
  • Dicen que después de platicar con la llorona, dejó de hablar –Comentó otro.

Rubén escuchaba cada comentario, un temor extraño le empezó a recorrer la espina dorsal, le dieron ganas de gritar que ya no necesitaba nada, si un hombre es capaz de encontrarse de frente al diablo o a la llorona y estar vivo, no es un hombre, es un ser sobrenatural. En eso entró Cutberto con un hombre al lado, Rubén se ruborizó, el hombre no tenía aspecto extraño, era muy parecido a los demás, solo más delgado y una mirada fría sin vida, al ver el morral, pudo apreciar los colores vivos de hacia unas horas a la entrada del pueblo, recordó que no supo cómo apareció de repente al lado de su burra, el morral tenía unas flores tejidas a mano en colores fucsias, morados y rosados, y recordó que se dijo que no eran colores para que usará un hombre. Al entrar los dos hombres, el corrillo se deshizo, todos le abrieron el paso con respeto, el maestro me comento casi susurrando.

  • No le preguntes nada, ni hagas ningún comentario respecto a su morral, podría traerte problemas.
  • Bastantes tengo con haber solicitado ayuda, tengo ganas de arrepentirme.
  • No creo que sea necesario, si Cutberto te lo recomienda, nada debes temer, es un hombre derecho, antes de recomendarte a alguien iría él.
  • ¿Por qué no se propone él?
  • Ya sabes, tiene muchas responsabilidades aquí, y Carmelo es prácticamente solo, tiene tiempo de ayudarte.
  • ¿Puedo confiar en él?
  • Si te ganas su confianza y amistas, tendrás al mejor amigo de toda tu vida, en el cual podrás confiar a ojos cerrados, si no logras ganarte su confianza y te ve que tú ni fu, ni fa, solo se despedirá de ti, pero si logras ganarte su enemistas, eres hombre muerto.

Se le hizo un nudo en la garganta al escuchar eso, sin embargo, ya había hablado, tenía que terminar lo iniciado.

  • Rubén, te presento a Carmelo, es de mi absoluta confianza, podrás contar con él cuando lo necesites, parece que le caes bien, ya te había estado estudiando y te cuida en cuanto pasas el Parotal hasta acá –dijo Cutberto.
  • Mucho gusto Carmelo, soy Rubén- le estreché la mano.

Rubén sintió la mano huesuda y sudorosa apretar la suya, fue un apretón fuerte, seco y rápido. Carmelo no pasaría los 1.60 de altura, apenas se le dibujaba un bigote ralo a las orillas de los labios, su piel era rojiza, curtida por el sol, su aspecto era más bien escuálido y desvalido, Rubén se desvivía en encontrar todos los atributos que le habían sido conferidos a Carmelo, para Rubén, era un campesino más, de esos que son parcos al hablar.

  • Te cobrará diez pesos por día, como dijiste que serían dos, son veinte pesos, ya está convenido, te esperará en Cayacal, en el entronque los jueves y viernes, allí lo podrás dejar de regreso; ¿Cómo ves?
  • Me parece adecuado –respondió Rubén.

Era menos de lo que pensaba pagarle, tan solo la comisión por llevar los recursos a Tremendo era de doscientos pesos por semana, tenía hasta cincuenta pesos para apoyo, lo que quisiera considerar como apoyo.

Hecho el trato, Carmelo se acomodó en una esquina de la galera, le sirvieron Mezcal, que estuvo bebiendo con parsimonia.

  • Señores, les hago entrega de sus recursos, antes de que la borrachera nos haga efecto y no recordemos donde nos quedamos; 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7, justos todos, aprovecho para comentarles que el Banco de Crédito Rural, tiene la finalidad de que el campesino crezca, produzca y salga de la pobreza, ustedes son la razón de ser del banco, así que dependemos de ustedes y ustedes ahora de nosotros, somos un equipo. ¡Salud!

Todos empinaros sus pocillos.

  • Carmelo, lo espero el próximo miércoles en Cayacal para que me acompañe a Acapulco por favor, a las siete de la mañana en la fonda de Doña María.

Carmelo asintió, el convivió continuó hasta que el sol se estaba poniendo, Rubén apuró el décimo pocillo y con la mirada perdida, se despidió de todos. Dos niños estaban haciendo guardia al lado de la camioneta.

  • Ya se va ingeniero.
  • Ya hijos. ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no andan jugando con sus compañeros?
  • Es que queremos que nos deje ir de aquí a la salida del pueblo arrastrándonos detrás de la camioneta, como si fuéramos trineos.
  • ¿Eso quieren?
  • Siii, ¿Nos da permiso?
  • No solo eso, si quieren, vénganse conmigo arriba, en la cabina.

Los niños gritaron de emoción, lanzaron gritos de júbilo exaltado, era más de lo que esperaban, corrieron muy aprisa y se subieron a la cabina, pero no se sentaron, permanecían parados expectantes mirando fijamente al frente, orgullosos de haberse subido por primera vez a un vehículo.

  • Siéntense con confianza -les dijo Rubén – y cierren la puerta.

Se sentaron con sumo cuidado, y con el mismo cuidado empezaron a cerrar la puerta, que no trababa el seguro por no alcanzar a asegurarse, debido al cuidado con la que pretendían cerrarla. Rubén sonrió, bajó del vehículo, le dio la vuelta y cerró la puerta, ante los ojos sorprendidos de los niños.

Rubén arrancó el vehículo y empezó a rodar hacia la salida, los asistentes a la entrega lo despidieron con el vaso al aire, cuando llegó hasta la última casa, vio al pequeño recargado sobre la cerca, en la misma posición, con las manos sobre el alambre y su mentón sobre las manos, solo que ahora estaba limpio y peinado, y vestía un sencillo calzón de manta, los niños desde la cabina gritaban –Adiós Romualdo, vamos a México- el niño entornó los ojos y esbozó una sonrisa. Rubén miró por el retrovisor para ver el gesto del niño y el corazón le dio un vuelco, Carmelo iba sentado en la batea de la camioneta, no supo a qué hora se había subido. En la última curva, donde se pierde la última casa, los niños bajaron, Carmelo los despidió y se subió a la cabina.

  • Que susto me dio Carmelo, creí que veía alucinaciones por el mezcal.
  • Perdone señor, pero es mi responsabilidad dejarlo sano y salvo en Petatlán.
  • Va a ser de noche cuando regreses de allá, además empezamos la semana entrante.
  • Ya tenemos un trato, usted me paga lo convenido, yo hago mi trabajo.

Rubén vio decisión en la mirada, no replicó, El Mameyal se estaba perdiendo en el horizonte, ahora empezaban a ver a lo lejos el Parotal. El sol bajaba rápidamente sobre los cerros, los cirrus tenían tonalidades moradas, rosas, rojas, era un paisaje digno de admirarse acompañado con una dama, Rubén iba en silencio, Carmelo iba atento al paisaje, parecía que ningún árbol o arbusto debería de ser dejado sin supervisión.

 

Acapulco.

 

Rubén había dejado en Cayacal a Carmelo, la noche empezaba, Carmelo a pie llegaría a las dos de la mañana a pie hasta El Mameyal, el acuerdo verse allí mismo en Cayacal para ir por recursos hasta Acapulco y llevarlos a El Mameyal y Tremendo, eran días de mucha incertidumbre e inseguridad en la costa, Rubén contaba que era afortunado y no había tenido ningún evento desagradable en esos casi tres años que llevaba en la institución.

Una vez en Petatlán, al otro día de la entrega de los recursos en El Mameyal, Rubén se presentó en la oficina. Después de haber dado parte, se dirigió al Taller, Chava tenía medios para conseguir información, pero la pregunta que le soltó al llegar con él, le confirmó que eran muy buenos y confiables.

  • ¿Así que conseguiste guardia de custodia?
  • Si, y muy bueno, lo recomendó todo el pueblo.
  • ¿Quién es?
  • Se llama Carmelo, es todo lo que sé.
  • Deberías de estar preocupado al menos por saber a quién le confías tu vida.
  • Me lo recomendó Cutberto, ya ves que es cliente desde que estaba Concho.
  • Sí, pero no sabes si pueden cambiar de talante de un día para otro.
  • Estos campesinos son transparentes, no pueden cambiar de talante así por que sí.
  • No te confíes.
  • No lo haré. ¿Ya quedó la verde?
  • Está al punto, llévatela y pruébala, le faltan llantas y algunos bujes que me llegan esta semana, yo creo que la semana entrante la puedes subir a la sierra.
  • Me parece perfecto. Deja probarla.

Rubén encendió la camioneta y le gustó lo que escuchó, el motor estaba funcionando perfectamente, encendió la radio; las Jilguerillas entonaban “Mi gusto es”, Rubén siguió con la mente la letra:

Mi gusto es, 
quien me lo quitara
Solamente Dios del cielo me lo quita
mi gusto es
Aunque yo muera en tus brazos

Pero chaparrita yo te he de seguir amando
Mi gusto es
Pero chiquitita yo te he de seguir los pasos
a donde estés
Aunque me den de balazos

tope en eso
tope en eso que al cabo mi gusto es 

Sacó la camioneta del taller y comenzó a rodarla dándole vueltas al estacionamiento.

 

¿Se llevará la Verde Rubén para Acapulco?

¿Le caerá la maldición de la verde o llevará al cura para exorcizarla?

¿Será de fiar Carmelo, según el consejo de Chava?

 

Continuara…

 

 

 

 

 

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