Opinión

En la búsqueda de la felicidad Parte III (Despertar Poético)

En la búsqueda de la felicidad parte III

Juan de Tama estaba tomando el sol, con un libro bajo las axilas, su cara toda circunstancia… no es que quisiera verse intelectual, ni tampoco que supieran que lee… es simplemente que decidió ese día tomar el sol para paliar el fresco que la mañana cargaba y que si le apetecía podría solazarse con una buena lectura. Cuando se sentó en la pequeña banca del parque con la enorme galería de arboles añosos y la imponente iglesia noeclásica a su izquierda, pensó en que su suerte era de la buena, aunque la suerte no tenga sexo o no distinga la dualidad de la mente humana. Se sentía feliz, tenía todo a su mano, naturaleza, armonía en el ambiente y belleza a su alrededor.

Sabía de antemano que una mente quieta, una mente tranquila, transmitía paz y felicidad y que la felicidad se medía por la forma en que tomas los acontecimientos de la vida, y el día de hoy, los acontecimientos eran favorables, con la mente tranquila, todo era paz y esplendor.

Juan de Tama se disponía a leer con entusiasmo, su espíritu respiraba paz, era hora de darle su alimento a la mente, para que siguiera creciendo sana. El libro que traía en la mano se llamaba las uvas de la ira de John Steinbeck, de lectura agradable. Cuando lo abrió a pesar de llevar más de cien páginas leídas, se entretenía siempre en las primeras, releyendo las circunstancias de la novela, su mente volaba; lejos estaban los pobres y sus circunstancias, lejos estaban los ricos que dejaban su hogar, pero siempre estaba la fe que se perdía porqué quería ser encontrada nuevamente. Se metía tanto en la trama que el mundo a su alrededor dejaba de existir, se creaba uno nuevo, utópico pero real, cuando veía a un Tom Joad, acuciado por las circunstancias, Juan de Tama se compadecía, su mente divagaba entre la realidad y la ficción casi crónica de la novela.

 Una vez filosofado sobre la novela, Juan de Tama buscaba la página donde había interrumpido su lectura, siempre dejada en la memoria, nunca con separadores, nunca con dobladuras de hojas, siempre abusando de la memoria. Buena practica se decía, porque si se le olvidaba, tenía que volver a iniciar la lectura en el capitulo o frase recodada, así que buscó la página, la 99. De pronto se le acercó un joven de escasos veinte años, con enormes gafas, un par de libros en una mano y un cuaderno en la otra y tímidamente le preguntó:

  • ¿Qué lee señor?
  • Steinbeck – Dijo Juan de Tama con cara de sabiondo, levantando la cerviz, e irguiendo la cabeza lo más alto que podía, para dar seriedad a su personaje.
  • Disculpe que lo moleste, pero lo he visto leyendo varios domingos en este parque y como yo también leo me gustaría saber que leen los mayores para aprender- dijo el joven.

Juan de Tama lejos de molestarse por la interrupción se sintió halagado de encontrar a un joven interesado en la lectura.

  • ¿Qué lees?
  • A Valle Inclán.

Juan de Tama al escuchar el apellido de ese escritor famoso, se quiso divertir un poco con el joven, pues recordando una columna escrita en un diario denominada “consejos de Juan Rulfo a un aprendiz de escritor”, cuando le preguntaba sobre sus lecturas, le recomendó lo mismo:

  • ¿Valle-Inclán? -El joven asintió acomodándose las gafas sobre el puente de la nariz- ¡Mmm! Es muy bueno, sólo no leas a Tirano Banderas, es puro relajo, no se sabe si los personajes son mexicanos o peruanos o de la Patagonia, lea las novelas de las guerras carlistas o las sonatas.

El joven inconscientemente escondió el libro de Valle Inclán bajo el otro libro, y Juan de Tama viendo que daba en el clavo, le preguntó sólo para seguir el hilo del artículo.

  • Tu gusto por la lectura no es porqué quieres ser escritor ¿O sí?
  • Sí señor, quiero dedicarme a la escritura, quiero ser como García Márquez.

Juan de Tama sonrió, lo tenía donde quería, así que no esperó mucho y le soltó las mismas palabras del texto de las memorias de José de la Colina, cuando Rulfo le dijo lo que le dijo.

  • Le voy a dar un consejo, si de veras quiere ser escritor mejor no se junte con escritores, es lo peor si quiere escribir, no se junte con escritores, no ande en las capillitas de los intelectuales, los intelectuales de orita son putos, y cuando no son putos son pendejos, pero quesque muy cultos, y no lea a los de aquí, lea a William Faulkner, lea a Ramuz, lea a Guimaraes Rosa, esos sí le van a servir.

El joven se quedó pasmado, el color se le subió al rostro, no sabía que Juan de Tama ni conocía a Ramuz, ni había leído más de una obra de Faulkner, pero el joven le creyó todo, sudando de las manos.

  • Sí señor, los voy a leer, ahorita me voy a la librería de la UV (Universidad Veracruzana) por alguno de ellos y no me gusta juntarme con nadie, leo y escribo solo, aunque a veces si asisto a tertulias literarias, sólo para adquirir nombres de autores que me ayuden a mejorar.
  • Anda hijo ve y que la suerte te acompañe, ya tienes un par de autores en tu librero, apréndeles y sé el mejor escritor que haya dado el país.

El joven se retiró contento, Juan de Tama no comprendía el motivo de tanta felicidad en el joven y razonaba sobre ello ¿Será la ayuda desinteresada, será la palabra de aliento, será que ya sabía lo que debía hacer y sólo le confirmaban la ruta? No lo sabría Juan de Tama, no volvería a saber de la suerte del joven, pero sí supo al menos que hay circunstancias afables que hacen feliz a una persona y la felicidad ni siquiera estaba en las posesiones, ni en el estatus y para comprobar su teoría el destino le ofreció frente a sí una escena feliz: dos niños jugaban alegremente en una resbaladilla, corrían, se subían y caían de nalgas en la arena caliente, una y otra vez subían y caían, se lanzaban arena, se empujaban, pero no reñían.

De tanto andar, a uno de ellos se le desgarró el pantalón, se quedó serio y se sentó en la guarnición meditabundo, el otro niño se sentó a su lado y le tendió el brazo por el hombro y volteó hacía la copa de los árboles, se levantó y corrió, regresó con una espina y un pequeño cordel del que colgaba un globo roto y se dispuso a zurcir la rotura. Una vez realizada su tarea siguieron jugando como si nada hubiese pasado. Al paso de una hora llegaron dos matronas que, al verlos sucios, sudorosos y con el pantalón roto empezaron a manotear, los halaron de las camisas y se los llevaron, y como si supieran que Juan de Tama los estaba viendo, voltearon los dos al mismo tiempo sonriendo, felices a pesar de ir a rastras, su rostro sólo denotaba felicidad.

 Juan de Tama pensó: estos malvados sabían que recibirían castigo, aun así, siguieron el juego y recordó la parábola atribuida a Jesucristo, esa que decía que bajó al infierno consciente de lo que vería. Así esos niños eran capaces de ver felicidad a pesar del castigo que sabrían recibirían y lo hacían con aplomo. Esa era la fórmula de la felicidad, regresar a la niñez en forma metafórica, ser como niños, felices a pesar de las penurias, felices a pesar de las carencias, felices a pesar de las circunstancias, pues en ningún momento necesitaron más que su imaginación y su compañía para serlo, como en el escrito de Pérez Reverte el de “mujeres con tacones rotos:

cuando vio que a una mujer se le rompió el tacón de uno de sus zapatos y con toda naturalidad se quitó el otro y caminó descalza con mayor elegancia que cuando los traía puestos señaló: “Hay virtudes que no se aprenden ni se enseñan; como mucho, se perfeccionan con educación y talento, cuando se tiene la suerte de poseerlas. Y ellas, en general, las poseen. Algunas, incluso, a pesar suyo. Nada tiene que ver eso con la cultura, el dinero y ni siquiera, en muchos casos, la ropa que visten. Del mismo modo que lo mejor del hombre varón, en su torpeza y grandeza que a veces vienen de la mano, suele aflorar en las circunstancias adecuadas, la mujer, o lo más admirablemente femenino que existe en ella, que nada tiene que ver con tópicos ni clichés idiotas —permítanme suponer que escribo para lectores inteligentes— se pone de manifiesto de continuo, en las mil situaciones con las que la vida las confronta.

 En su manera de quitarse con naturalidad los zapatos que esa vida les rompe y caminar descalzas sobre cualquier suelo, por gélido que sea, con semejante aplomo innato; con el desafío tenaz del que solo ellas son capaces”, sólo queda decir que la felicidad sólo depende del aplomo que tienes en las circunstancias que la vida te da.

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