Opinión

Un mundo globalizado sin rumbo

Un mundo globalizado sin rumbo
P. Agustín Celis
Con una mirada sobria a la sociedad, no podemos ignorar los avances positivos que se han dado a lo largo de la historia, sobre todo en los países desarrollados. Sin embargo, junto a todos los progresos, es patente un deterioro de la ética, que condiciona la acción de muchos buenos ciudadanos. También es grave el debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad.
Todo esto ha contribuido a que la sociedad experimente una frustración social, que provoca proyectos desolados frustrados y preparados bajo la desesperación y emergencia por dar respuestas a las necesidades sociales. Todo esto provoca una serie de tensiones, tanto en los grupos sociales como en las naciones, se vive bajo la tensión dominada por la incertidumbre, desilusión y miedo.
También nos encontramos frente a las fuertes crisis políticas, la injusticia y la falta de una distribución equitativa de los recursos naturales. Todas estas situaciones han provocado algunos escenarios de pobreza y hambre, sin embargo, en muchos ambientes reina el silencio y la frialdad. Ante este panorama el futuro de la sociedad parece incierto y a la vez peligroso para algunos grupos humanos que representan el fracaso mundial.
En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. No encontramos un sentido de pertenencia, por la gran cantidad de corrientes ideológicas fruto del fracaso social, que pretenden tener la verdad y van instaurando su contenido en la vida de algunos grupos humanos, que abren su vida al libertinaje y la negación de la verdad.
Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. Este desengaño que deja atrás los grandes valores fraternos lleva a una especie de cinismo que pone a prueba las verdades fundamentales y que irrumpe violentamente contra la conciencia histórica que representa la verdad.
Esta es la tentación que tenemos que enfrentar como sociedad, si vamos por este camino de la desilusión o de la decepción. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación social, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro, donde encontramos la solides que necesitamos para crecer.
En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. Debemos volver a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana que representa a nuestro prójimo.

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