Opinión

La otra felicidad (Despertar Poético)

La otra felicidad

Volvíamos siempre a contradecir a nuestros sentidos, nada ajeno había en el mundo que nos ligara a él que no fuesen los sentidos y los sentidos le daban orden a la vida y nos gusta el caos, allí estriba la contradicción.

Domingo por la tarde, la luz del día estaba yéndose entre los cerros, como el agua entre los dedos, dibujando grandes rayos como si de pistolas láser se tratara, imaginaba al dios todopoderosos lanzando sus haces de luz para provocar a los incultos, a los vacuos, a los sensibleros a despertar sensaciones melifluas y textos ahítos de cursilería, sólo para divertirse, y cuando veía a alguna mente florecer de poesía le lanzaba múltiples colores: morados, sepias, fucsias, rosas, naranjas, amarillos, todos los colores que despiertan al genio de la banalidad, y allí los tendría embelesados, creyendo que Erato las bañaba con su saber.

 Buscando figuras conocidas entre las nubes multicolores me imaginaba a dios jugando a crear, mientras se divertía con las mentes de los despiertos, los que tienen la consciencia sana y el cuerpo rancio, los hacía sobresalir en sus teatralidades más que por sus habilidades físicas. Imaginaba al dios socarrón, con una mano tapándose la boca y los ojos a punto de lágrima de tanta felicidad que le provocaba el estar jugando con las mentes imberbes, haciéndolas despertar a la pasión que provoca ver la belleza de la creación. Así, esa tarde, mientras los haces de luz se disparaban al infinito, sonreía, mientras la taza de té se enfriaba entre mis manos.

 Era conmovedor enredar los juegos de la imaginación: imaginar a un dios imaginarse a sus imaginarios hijos jugando a imaginar paraísos inexistentes, para ensalzar a musas inexistentes, todo en un arrebato pasional, todo un ciclo de vacíos que tienen que ser llenados por el simple hecho de existir, y el ciclo se cierra, cuando el bardo lanza onomatopeyas festivas y pregones enmelados con la satisfacción de creer que serán reales en la cabeza de un común que tomará el texto como suyo y lance estrofas al oído presto de la Dulcinea en cuestión, que creerá que fue la musa perfecta que provocó el sopló divino y que surgió de la mano de un haz de luz lanzado desde el paraíso perdido, que viene en camino de ser redescubierto una vez más de la mano de un poeta inspirado por la deidad que despertó el genio dormido, para volver a tener fe en la sociedad ¡Vaya, es soberbio!

Si la soberbia no fuese uno de los males psicológicos modernos, sería parte de lo excelso. Así, con un vaso de té, un horizonte claro, unas montañas verdes, un haz de luz, aves bajando al nido, boñigas de humo saliendo de las pequeñas cabañas prestas a desincentivar a los moscos, pasaba la tarde, con la esperanza de que algo extraordinario pasara, a sabiendas de que lo tenía enfrente, pasaba del letargo cálido del día a la penumbra que anunciaba la llegada de la fresca noche. Así, la dama silente que animaba al amor y la pasión, que animaba al descanso y a la tranquilidad se aprestaba a bañar de perfumes el tálamo para recibir a su amante.

 Mientras el mundo de este lado se ocultaba en las sombras, mi mente vagaba entre las olas de la discordia, entre la razón y el discurso melifluo que sale en las veladas de la muchedumbre que parloteaba en la plaza, la bulla de los corros llegaba en andanadas a la pequeña terraza, no las escucharía, sino tuviese el oído agudo, no las escucharía si no tuviese alguna voz chillona de distractor, no las escucharía sino estuvieses predispuesto a ello. Sabedor de que, conforme avanzaran las horas, las voces se apagarían y por fin, la paz anhelada llegaría a la pequeña terraza, por fin el silencio del hombre llegaría, ya sólo el silbido de los murciélagos surcando los aires molestaría mi paz, sólo el ulular de alguna lechuza desviaría mi vista hacía algún árbol negro y misterioso, sólo el besuqueo romántico de los guecos librándome de los moscos distraería mi espíritu. Luego entonces tendría la tranquilidad diariamente anhelada.

 Pero era Domingo, podría darme el lujo de permitirme algunos deslices, como fisgonear en los corros de los jóvenes de palabras prestas, así que tapo todos mis sentidos y dirijo mi oído a la algarabía juvenil de una calle. En la calle derecha, allá a lo lejos, entre los pinzanes que circundan el campo de futbol sale una pequeña luz y unas voces. La luz es una pequeña fogata, los jóvenes queman malvaviscos, el dulce aroma del azúcar y la gelatina fundiéndose encienden las alarmas gustativas y la memoria, y recuerdo mi pubertad, que gustaba de los cuentos de aparecidos ante una fogata a pesar del intenso calor del trópico, nos hacía sentir intrépido. Quizá el hombre no haya cambiado mucho después de todo, seguimos teniendo los mismos gustos, añoramos la aventura, pero en un ambiente controlado. Ya hemos dejado atrás la era de las cavernas, ya no luchamos por comida, ahora luchamos contra nuestros demonios.

 Frente a la luz, se ven los rostros en penumbras, por las voces se aduce que son jóvenes, gritan, blasfeman, ríen, se golpean, se jalonean, ensayan su teatro, juegan a ser seres antiguos, juegan a sentirse entre la naturaleza dentro de un área social segura, lo hacen allí, porque la sociedad los ha vuelto cobardes, les da todo lo que en otra situación tendrían que buscar a costa de su vida. Esa sociedad no les permite, según sus leyes llamados miedos, alejarse un kilómetro más allá y vivir la experiencia completa que desean. Pero no se atreverán aún, los jóvenes son imprudentes, pero el miedo los nivela, los vuelve cobardes, pero en grupo son capaces de hacer algunas acciones temerarias, las acciones más malvadas y siniestras que no harían en soledad, y por la conversación aduzco una de ellas, están próximos a cometer una estupidez, como las que cometimos nosotros hace años, así que aguzo el oído:

  • ¡Tú eres un cobarde! No te atreverías.
  • ¡Háganos las apuestas!
  • ¡Un cartón de cervezas y los cacahuates!
  • Es un trato.

El corro aullaba como si fuesen lobos o perros ferales, la apuesta estaba zanjada con honor y de debería cumplir, según los cánones de esa manada. Eso les garantizaba cerveza y botana, y la continuidad del juego, la continuidad de las veladas, la siguiente semana estaría allí de nuevo, pendientes, de uno u otro contendiente. Alcancé a ver un par de sombras separarse del corro, era un par que se alejaba hacía unos árboles frondosos, mientras orinaban platicaban:

  • ¡Estás loco Roberto!, ese Juan entrará al panteón como sin nada, dormirá como si estuviese en su cama y despertará tranquilo y sólo por unas caguamas, pero tú eres un cobarde, te vas a mear de sólo ver la entrada.
  • Tengo que ganarle, si él puede yo también puedo.
  • No friegues, es un panteón, hay muertos, hay almas en pena, hay fantasmas.
  • Los mismos que Juan va a sentir, esto es entre hombres, así que ustedes los niños váyanse con mami.
  • Ya te advertí, se cuentan muchas historias terribles. Pero bien puedo tomar café y cantar el alabao.
  • Ningún mortal que conozca las ha vivido, son sólo historias.
  • ¿Te va a dar permiso tu mamá?
  • Si no le vamos a decir, a ninguno nos darían permiso, eso es lo emocionante, aparte de ganar la apuesta, te imaginas como le va a quedar el ojo a Paty, se le va a caer el calzón de la emoción, ahora sí me va a hacer caso.
  • ¿Es por eso? ¡Si que estás loco!, humillarte por quedar bien con una mujer que ni te pela, cuando te vea salir meado, serás el hazmerreír del pueblo, hasta el viejo amargado de allá arriba sonreirá -dijo señalando hacía mi terraza-, y eso si no me lo quiero perder.
  • Es por las chelas también.
  • ¡Nah!, nadie te conoce como yo, a mí no me mientas, que no te creeré, y sólo porque soy tu amigo, estaré con una bacinica en la puerta del panteón, esperando a que salgas, Chuche seguro lleva los bolillos y las muchachas el alcohol, por eso de los desmayos.

Sonreí para mis adentros, por fin sabía un concepto sobre mi persona, un viejo amargado, al menos esa careta me permite disfrutar de la tranquilidad que tanto busqué después de años de no tenerla por buscar éxito en las ciudades, y a la postre sólo lo he tenido éxito corriendo fisgones de la verja, los he alejado con mi carácter agrio y mi faz huraña, algo sencillo, ya hasta pienso que el dios bueno me trajo a este lugar para recompensarme por mis actos buenos hechos en otras vidas y así que ya podré disfrutar de las experiencias vividas, ya veo con otros ojos el horizonte, veo con otros ojos la noche, veo con otros ojos a la sociedad que se sigue moviendo en los mismos círculos, y me es ajena, ya me he salido, por fin soy feliz, mi terraza y yo.

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