Despertar de la tierra

Despertar de la tierra


Autor: José Luis Valencia Castañeda

La vieja escuela
Hemos despreciado a la vida, hemos buscado el oro donde había lodo, hemos
desperdiciado miles de horas en la búsqueda de la felicidad, sin poder encontrarla.
Así es el hombre de incongruente consigo mismo, destruye su hábitat, para
crearse uno más acorde a la idea que tienen los demás de lo que debería ser un
hábitat. Ya no hay áreas limpias donde el hombre no haya pisado y destruido, para
el hombre moderno, todo es susceptible a ser modificado, “embellecido”, vendido,
fraccionado, y a la larga, toda modificación del entorno, es una destrucción de este
entorno.


El día 17 de abril, nos reunimos con colegas del gremio de la arquitectura, para
departir y comentar sobre la situación de la arquitectura en México. Vimos con
tristeza, que lo más cómodo de hablar es de lo que no nos gusta, y que la
arquitectura “bonita”, no tenía mucha difusión. Coincidimos que toda construcción
trae consigo la huella de destrucción enorme, que todas las edificaciones que
vemos hermosas y agradables, traen tras de sí una huella de destrucción que no
se ve, desde la etapa de limpieza del terreno, donde se requiere retirar todo
elemento vivo, como plantas o animales, significa destrucción de un microsistema.


Durante el proceso constructivo, existe una huella enorme de destrucción, pues
usas materiales retirados a la tierra, en otras zonas, mediante trabajos invasivos,
en los llamados bancos de materiales, que suelen ser áreas con demoliciones de
rocas, excavaciones en bancos de arena o tepetate, explotación de maderas para
cimbras, sin que sean en bosques que sean renovados o sustentables, y hasta en
los acabados, que usan productos industrializados con altas huellas de carbono
hay destrucción, y al final, cuando limpias la construcción una vez terminada, le
sacas la foto a la obra terminada, pero no vas a sacarle la foto al basurero que
recibió todo el escombro y basura generada durante la obra, eso no vende, eso no
es agradable, sin embargo allí está.


Cuando terminas, no vas y limpias los desperdicios que generaron todas las
industrias que están tras de los materiales y equipos que usaste, sacas solo
aquello que se ve bonito a los ojos del mundo. Nosotros, como arquitectos,
queremos que el mundo se vea bonito, ordenado, con color, armónico, tenemos el
compromiso moral de hacer un país mejor, de mejorar las condiciones de aquellos
que lo viven, de los que necesitan una vivienda y nosotros poder integrarlos al

confort urbano de manera equilibrada, nosotros tenemos el compromiso de educar
a aquellos que necesitan de nuestra experiencia para poder competir en sus
ámbitos laborales futuros, y que sean unos profesionistas exitosos, ¿Cómo
nosotros? No, como nosotros jamás.


Aquellos que reciban nuestra ayuda, servicio, pagado o no, deben ser mejores a
nosotros, deben ser superiores a ellos mismos cada día, de momento ya son
superiores por el simple hecho de nacer en otras circunstancias, en otra época,
con otras facilidades. La información ahora es de más fácil acceso, muy prolífica y
existe prácticamente en todas las especialidades, por lo tanto, a nuestro ver, la
arquitectura ya no debería enseñarse de la manera en que se enseña, debe de
haber una modificación radical, la teoría debe reducirse y la práctica aumentar, se
les deben abrir los abanicos de experiencias, deben integrar una materia llamada
administración de obras, control de obras, supervisión de obras y cierre de obras.
Se debe potencializar el uso de materiales de la región, se debe potenciar el
ingenio, se observa que los tienen reducidos a muchas teorías de diseño, y poca
solución a problemas fácticos, no generan administradores, no generan
generadores de empleo, no generan incubadores de empresas, generan obreros.
Estamos hablando de la educación pública, en la que hemos experimentado con
los grupos, entrevistándolos, intentando despertarles nuevas ideas y formas de ver
la obra, no solo lo bonito, no solo lo que la imaginación pretende, ¿Qué sería de
Da Vinci, si sus obras se hubiesen quedado solo en el papel? No sería el genio
que es ahora.


La escuela pública está alicaída, más porqué que depende de las entidades
administrativas o recursos públicos, de dichas entidades debe tener al menos voto
de calidad la cordura, que muchas veces falta. Las universidades se han
convertido en entes burocráticos densos, lentos, torpes, al grado de parecer
inútiles, y a la postre imprácticas, su plantel académico muchas veces es apático y
faltó de experiencia en campo, no sabemos aún cómo han logrado las
certificaciones en las acreditaciones, si se basan en el manejo de las teorías y
normas. Posiblemente tengan razón, pero si les dijera que una teoría no te enseña
a lidiar con sindicatos, seguridad social, secretaría del trabajo, con licencias, con
permisos, con factibilidades, ni tipos de suelos, ni con las horas hombre, pero si te
enseña el cómo alguien imaginó un mundo de ensueño, y se quedó allí, como una
buena pintura, como un buen dibujo, como una buena idea.


No te enseña que los materiales suelen fallar por mala supervisión, por decisiones
inadecuadas, pero si te enseña que en el siglo XV había un estilo arquitectónico
en cien libros, y no te enseña cómo usarlo en un proceso constructivo actual o
cómo se solucionó en la antigüedad, los exámenes te piden fechas, horas, frases
sacadas de libros, y poco te enseñan a decir “qué piensas tu”. Repruebas si no
recuerdas una fecha, repruebas si quieres pensar, así, que si la forma en que
educan es la misma de hace treinta años. Las universidades públicas seguirán
fabricando obreros, fabricando mano de obra barata, para mandarla a un mercado

donde ser profesionista ya no es garantía de tener un ingreso digno, y tienes que
buscar afuera otras opciones para nivelar tu forma de vivir.
Las universidades públicas no educan para construir nuevas mentes, capaces de
cambiar al mundo, sino mentes que se encierran en sus limitantes, y no vean más
allá de su nariz. Los avienta al mundo laboral competitivo suponiendo que no hay
nada más allá de lo que sus ojos ven, por ello se convierten en creadores de
arquitectura simplona, de construcciones sin identidad, sin confort, solo de
mercado y lucrando con la necesidad de las personas. Esa arquitectura, que se
llama arquitectura del desencanto, porqué nadie la usa para vivir, solo para estar,
nadie quiere llegar a casa porqué se sienta identificado con ella, o por qué desee
hacerlo, lo hace porqué de alguna manera se siente poseedor de algo, de un
pedazo de tierra, una pequeña construcción que le sirve de aliciente para seguir
viviendo y creer que tiene riqueza, de edificaciones sin identidad, sin arraigo.
Somos creadores de esas viviendas que provocan las pasiones más añejas,
como la ira y la desesperación, esas situaciones pasan miles de personas, una y
otra vez, todos los días, tienen una casa, pero sin sentirla suya, sin hacerla suyas,
las usan por necesidad, no es lo mismo llegar a la casa de la abuela, que aun
cayéndose a pedazos se sentía el calor de hogar y daban ganas de quedarse a
morir allí, que a una casa donde te sientes oprimido, donde los espacios son
reducidos, limitados, “normados”.


Creemos aún que las escuelas deben ser las proveedoras de luminarias, en todos
los aspectos. De las universidades públicas deben salir los grandes hombres que
harán de la tierra un nuevo paraíso. Si bien hay arquitectos que buscan el confort
y la comunión con la tierra, que inventaron los términos de permacultura, no es
suficiente aun para lograr un equilibrio perfecto, y más por nuestra propia cultura
que nos lanzó a la modernidad, creyendo que el progreso era la trasformación
mecánica y artificial del entorno, que las tablas, los yesos, los plásticos y los
artefactos autómatas era lo que debería de ser correcto, que aquello que sonara a
campo, debería ser destruido del inconsciente colectivo, porqué era anacrónico, y
de rancho.


Hoy, gracias a la cordura, gracias a que la vida nos ha golpeado con su realidad,
queremos regresar al campo, dando un gran rodeo, regresamos a lo básico
porqué de allá venimos y nos cuesta trabajo regresar. Nuestros abuelos usaban la
permacultura como una forma de vida natural o normal, adoraban a la tierra y
construían para vivir en ella, usaban las materias primas de la región, se
camuflaban entre la naturaleza, hacían edificaciones amables con el entorno y que
invitaban a estar en ellas.


Decíamos que esa vida se veía anacrónica acorde a los tiempos modernos, pero
con todos efectos de la modernidad en nuestra salud física y mental, vemos que
es la mejor que tenemos, ni siquiera los edificios inteligentes son capaces de
hacernos sentir cómodos en la tierra, todos y cada uno de ellos nos llegan a

enfermar y a limitar su uso, muchos de los edificios inteligentes de la década del
2000 han tenido que ser modificados, porqué se han enfermado. Otros miles de
edificaciones solo sirven para ser observadas como una obra de arte, no para vivir
en ellos, están bien vestidas, pero no tienen nada más allá que nos haga sentirlas
propias.


Nos preguntábamos ¿Qué estamos haciendo para modificar los patrones
educativos y lograr el santo grial de la edificación con corazón?, y diría que muy
poco, a pesar de que las escuelas están cooptadas por cotos de poder que no
permiten ingresar a nuevas mentes, que no permiten le lleguen conocimientos
nuevos, siempre hay resquicios para la cordura, en los cotos de poder solo los
amigos del poderoso son los que pueden aportar, y gozar de ser los creadores de
la nueva arquitectura, dejando afuera a todos aquellos que han vivido una vida
llena de experiencias en la vida, en su profesión, y que bien pueden aportar en
una materia llamada “escuela de la vida”, donde expongan todos sus fracasos
constructivos y de diseño, para que de esa manera puedan ser visualizados sus
éxitos.


Ser arquitecto, no es ser solo aquel que diseña un edificio, o una casa, es aquel
que se mete en el papel del dueño, lo interpreta y lo hace de manera excepcional,
para poder identificar lo que quiere el dueño recibir. Debe ser aquel psicólogo que
convenza a las personas de lo que es más adecuado para sí y son miles de esos
hombres que circulan el país construyendo e inventando e innovando, hay mucho
talento afuera, que se ha hecho solo, a fuerza de meter las manos, de pedalear
todos los días. Esfuerzo que debe ser usado para modificar los programas
educativos y enseñar el mejor camino para que los jóvenes no trabajen de más.
Se necesitan programas donde el panorama de la arquitectura se muestre en esa
gama amplia de oportunidades que es, no el limitado de ahora. 30 años después
de la terminación de mis estudios en la facultad de arquitectura, veo que los
jóvenes piensan igual que lo hacía yo en aquellos tiempos, que saliendo sería un
gran diseñador y que solo eso se requería, y no fue así, la vida me enseñó que
existen muchas posibilidades de crear desde todas las facetas de la arquitectura.
Al final, la tierra será agradecida con aquella mente que supo confundirse con ella.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *